viernes, 24 de abril de 2020

Cada vez te vas un poco más lejos, cada vez se vuelve más gélido el aire que entra por la ventana. Ya no nos queda nada, ni siquiera una plataforma absurda que nos unía. No importa, te veo bien, sé que estás feliz y me alegro de que sea así, no quisiera que fuera de otro modo. Pronto la memoria traerá consigo sus lagunas, olvidarás pequeñas partes, retomarás las riendas de tu universo. Y está bien que así sea, es lo correcto. Celebrarás tus logros, te tomarás muchas cervezas, reirás con tus amigos y te alegrarás de la decisión que tomaste. Quizás quedo en esa parte oscura de la memoria que florece alguna noche, entre pensamientos banales, entre humo y pólvora. Seré un recuerdo de esos que ya no puedes agarrar con las manos, que se escapa entre los dedos. Un día olvidarás cómo suena mi risa o la forma extraña que tengo de caminar. Pasaré a ser un pedacito anecdótico de tu vida y le hablarás de la historia que no llegamos a escribir a la siguiente persona que conozcas. Y te verás un día frente al espejo, vistiéndote, ilusionado, para quedar con alguien nuevo. Te encontrarás riéndote, suspirando, haciendo planes, forjando aventuras. Inventarás un nuevo idioma, acariciarás otro cuerpo, beberás de otros besos, recorrerás otros acentos, otros lunares. Y está bien que así sea. Encontrarás en otro nombre la fuerza, las ganas. Estarás bien, yo lo sé, y es lo que mereces. Dormirás tranquilo sabiendo que estás donde querías estar, y poco a poco, cumplirás todos tus sueños. Y cuando estés en la cima, saboreando la victoria, yo desde algún punto de este infinito universo, en silencio, estaré alegrándome. Y sé lo que dirías ahora, lo sé, que yo también estaré bien, y sí, sé que también lo estaré. Sé que tendré que desaprender nuestro idioma, olvidarme de todo lo que fue y lo que no llegó a ser. Levantarme por las mañanas sin necesitar esos cuatro segundos en los que me explico a mí misma que ahora todo es diferente. Sé que todo saldrá bien, que también pisaré bares y contaré algún día nuestra historia. Sé que a medida que tú avances yo también lo haré, sé que te dejaré en un rincón de mí, en la carpeta de recuerdos o casos sin resolver, esperando que el tiempo lo cure todo. Saberlo no lo hace más sencillo, solo lo hace real. Al final fui como el hambre en tiempos de guerra. Me volveré un poco más fría y quizás, solo quizás, esto me haga crecer y madurar. O eso es lo que todos dicen. Todos dicen muchas cosas, pero ellos qué sabrán, nunca estuvieron aquí. 
Dijiste que esta vez sería más fácil, y estoy segura de que podrás llevarlo mucho mejor ahora. Yo me he vuelto a sentir pequeñita, y el dolor se parece mucho al que ya conocía, solo que esta vez todos piensan que he crecido lo suficiente como para vivir con ello. 
Lo único que da vueltas en mi cabeza es la tristeza de pensar que nuestra historia merecía un final feliz. Pero después recuerdo que he visto demasiadas películas, que no vas a volver. En la vida real, las personas olvidan. No sé por qué pensé que nosotros éramos diferentes. Tal vez debí dejar de creer en cuentos hace tiempo. Quizás no he crecido tanto como pensaba. Pero está bien, la madurez quizás me ha enseñado a aceptar. Y eso es lo que estoy intentando hacer a diario. 


De verdad, me hace feliz saber que estás y estarás bien. Prometo que algún día dejaré de escribir estas tonterías. 






lunes, 20 de abril de 2020

5 microrrelatos (parte I)

Una amiga y yo hicimos un reto basado en escribir un microrelato a partir de ciertas temáticas o frases que se nos daban y he decidido guardar mis textos aquí, para que pase lo que pase, tenga un lugar donde poder leerlos en el futuro. Hoy voy a compartir los primeros 5 textos que escribí: 


1. Una compra impulsiva que conduce a una guerra intergaláctica.

El mundo cambió desde entonces. Se habían acabado todos. Ninguna copia, ninguna edición especial; tampoco de bolsillo. La histeria pública nos había dejado sin letras. Marte se lo tomó mal, y tras amenazar a la Tierra, se dirigió a Venus, que le levantó la voz con soberbia. Saturno fue más condescendiente, le dio una palmadita en la espalda a la Tierra diciéndole que saldría de esta. Desde aquí se veían los rayos cruzando el cielo, mientras la gente, encerrada en sus casas, devoraba los libros, o los dejaban acumular polvo. Cuanto más leamos, más vida tendremos.
Tras la noticia de la Luna: “Ahora el capital más valioso es el libro” se hizo la guerra. Los escritores se frotaron las manos; los que no habían leído nunca salieron corriendo a comprar. Y a raudales. Lleían pasando los ojos línea a línea, ocuparon sus casas con páginas, sin conseguir llenar el vacío que habitaba en ellos. Los que amaban leer, en cambio, nunca pudieron tener nuevos libros, aunque no les hizo falta otro ejemplar. Sin embargo la Vía Láctea les culpó a ellos, diciéndoles que de poco dormir y mucho leer, se les secó el cerebro de manera que vinieron a perder el juicio. Aunque los lectores fieles sabían, sin duda alguna, que eran los únicos que se habían mantenido cuerdos. 


2.“El humo colgaba tan espeso en las vigas de la biblioteca que podía leer palabras en él”.

Papá siempre me advertía “No vayas a la biblioteca de noche, que un viernes a las ocho de la tarde no hay lugar en la ciudad para una señorita como tú”. Yo siempre le decía lo mismo: “Papá, solo sé estudiar de noche y es una biblioteca nocturna. No me va a pasar nada”. Él fruncía el ceño y con desaprobación, ladeaba la cabeza gruñendo. A mí no me importaba en absoluto, siempre seguía la misma rutina: Cuando se quedaba dormido en el sillón, yo cogía mis cosas y, sigilosa, cruzaba el salón para marcharme. La biblioteca noctura era maravillosa. La luz tenue que la bañaba me transportaba a otra época, una más ilustrada tal vez, en la que la madera crujía bajo los pies y los libros guardaban polvo y pétalos de rosa secos. Me sorprendían las miradas intensas que me aguardaban al entrar, pero me tranquilizaba mirar al techo mientras avanzaba, escurridiza, por los pasillos. El humo colgaba tan espeso en las vigas de la biblioteca que podía leer palabras en él. Al principio, letras sin sentido, incoherentes, desordenadas, que siempre acababan formando la misma oración: “Vuelve a casa”. La culpa era tan grande que me hacía un ovillo y, mientras caminaba hacia la puerta de salida, miraba al bibliotecario con cara de: “otra día, tal vez”. Sabía lo que me esperaba al llegar: el desafío de un sillón giratorio apuntándome directo al pecho, un dedo juez y la misma sentencia de siempre: “Yo no he criado a una mujer para que me desafíe de este modo, ¡y mucho menos para irse a leer estupideces!”.



3. El lenguaje de las flores, el pijama, un pasadizo secreto.

Linda vestía sus noches con un pijama estampado de algodón. Se escabullía entre los pasillos del orfanato y bajaba hasta el viejo despacho de la directora Casandra. Pasaba de puntillas y hacía bailar sus brazos de lado a lado, buscando el equilibrio. Segunda enciclopedia a la derecha. Aunque lo había visto mil veces, aún le sorprendía el ruido estridente de la estantería giratoria que se abría para mostrarle el pasadizo secreto. Aceleraba sus pasos al entrar, cruzaba la oscuridad del túnel y sentía cómo la humedad le enganchaba la ropa al cuerpo. Le faltaba hasta el aire, pero aguantaba ,bien firme, porque sabía que valdría la pena. Apenas faltaban unos metros para cruzar la salida cuando vislumbró todos los lirios abarrotados en el jardín. Había aprendido a hablar el lenguaje de las flores, así que cuando se adentraba en aquel paraíso, los lirios comenzaban a bailar, a girar sobre sí mismos y apuntar hacia ella. Cada noche era exactamente igual: al perder la noción del tiempo, un tortazo seco la hacía despertar de forma súbita y se encontraba con los ojos ardientes de Casandra y la furia que le arrebataba el libro que sostenía entre sus manos, para después echarla del despacho a base de gritos y una desbordante maldición. 



4.“Su esposa estaba tomando el té con el Rey y él ni siquiera lo sabía”

Trajo a casa un tablero de ajedrez y un poco de té. Compró una mesita donde dejarlo todo, justo delante del ventanal del salón. Siempre le decía a su marido que le apetecía jugar, pero él respondía que no tenía ganas de aprender. A él extrañaba, le insistía tanto, que se había empezado a preocupar. ¿Y si le digo algún día que sí para que deje de preguntar? Lo cierto es que su esposa estaba tomando el té con el Rey y él ni siquiera lo sabía. Llevaba meses haciéndolo: pasaba dos veces a la semana por palacio y charlaba un rato con él. A veces, solo bebían; otras, jugaban al ajedrez. En el pecho de ella crecían flores cuando lo veía aparecer: “Eres una mujer inteligente” decía, tras cada jaque mate. Ella se sonrojaba y agradecía sus palabras. Si mi marido supiera jugar al ajedrez, pensaba, nos lo pasaríamos bien. Quizás entonces me diría todas esas cosas bonitas que me dice el Rey. 



5, La historia de cómo se conocieron tus padres, transportada a la era victoriana

María arrastró con rabia su vestido azul hasta la zona más oscura del gran salón de baile. Lo había visto riendo toda la noche con una mujer de rizos morenos y sonrisa grande. “Veo que está muy ocupado esta noche”, dijo sin apenas abrir la boca.“Creía que no le gustaba bailar”, reprochó él, “Siempre salía corriendo”. Indignada, fijó su mirada en el suelo: “Pues ha tardado poco en buscarse otra acompañante”.Dejó a un lado a la apuesta mujer de cabello oscuro y se arrodilló ante María, dejando que su chaqueta abotonada rozara el suelo. Después, le cogió con suavidad la mano para besarla. “Usted no sabe cómo conquistar a una mujer”. Con los ojos chispeantes, se levantó para tomar delicadamente su barbilla. “Lo que no sé es por qué ha necesitado verme reír con otra mujer para concederme un simple baile”. “Estaba poniendo a prueba su lealtad, pero ya he visto sus flaquezas”. “Mi flaqueza, señora, es usted. La llevo deseando desde que apareció hace tres meses, pero su orgullo es tan grande, que ni siquiera se ha dado cuenta. Y que la luna se lleve mi alma esta noche si miento, pero cuando miraba a esa muchacha solo la veía a usted. ¡Dígame si eso no es lealtad!”. 

sábado, 18 de abril de 2020

Una noche de verano

Se queda mirando su espalda mientras ella se viste. Parece tan frágil, piensa, si la abrazo fuerte, podría romperse en mil pedazos. La melena ondulada le cae por los hombros y alcanza su cintura, se mueve al son de sus brazos, que intentan entrar en una sudadera enorme. Está tan guapa así, cuando no se da cuenta de que la miran. Su barbilla dibuja preocupación, pero cuando se gira para mirarme, sus ojos me dan paz. Estar con ella es sentirme en casa, o en calma. Se acerca, sigilosa, para que los muelles de la cama no suenen, y apoya su cabeza en mi hombro. Su melena castaña me hace cosquillas y me río bajito para no hacer ruido. 

- Tócame algo. 
- ¿Otra vez?
- Tonto - ríe tapándose la sonrisa-. Me refiero a la guitarra. 
- ¿Cuál quieres? 
- La que me escribiste el año pasado por nuestro aniversario.
- No sé si la recuerdo - respondo susurrando. 
- Entonces...
- ¿Cómo no voy a recordarla, idiota? 

- Y si empezara otra vez a contar nuestros pasos,
sin apenas mirar volvería hasta ti,
y si mi cabeza no recuerda tus manos,
no importa, no puedo olvidarme de ti. 

Se apoya en la pared. La sudadera roja le da brillo, le queda bien. Sus mejillas están sonrojadas por el calor que almacena mi pequeña habitación. Se acaricia las piernas a sí misma, mientras me escucha, serena. Cierra los ojos porque se avergüenza al oírse entre mis labios, porque esta pequeña canción habla de nuestra historia. Si pudiera hacer una foto de este momento, o un vídeo, lo haría. Yo tocándole una canción y ella contenido las lágrimas. Cuando abre los ojos, no le hace falta decir nada, porque yo empiezo a entenderlo todo. Dejo la guitarra a un lado y tiro de ella hasta que la tumbo junto a mí. La rodeo entre mis brazos y le acaricio el pelo. Le doy muchas vueltas, a veces, cuando estoy con ella. Pienso en esos poemas de Benedetti que leía en el colegio, y es como si aquellas palabras desordenadas que para mí no tenían sentido, de repente, lo adquirieran:

tengo que amarte amor
tengo que amarte
aunque esta herida duela como dos
aunque te busque y no te encuentre
y aunque
la noche pase y yo te tenga
y no.

Y me doy cuenta de que no quiero perderla, porque perderla sería renunciar a una parte de mi mismo, y ni mi guitarra ni yo estamos listos todavía para eso. 

jueves, 16 de abril de 2020

Hace unos años cuando escuchaba la frase en la canción de Melendi que dice: Mi teléfono no suena, supongo que eres tú no la acababa de entender. Pensaba que era una contrariedad absurda, una frase que había escrito por el mero placer de crear una paradoja. Ahora la entiendo un poco más. Quizás es lo que estoy sintiendo ahora mirando el móvil por si escribes. El teléfono sigue sin sonar y en mi cabeza estás tú. Me imagino que quería decir algo así. 
Una parte de mí se refugia en la soledad de cuatro paredes, gastando el tiempo en cosas absurdas; la otra, ansía salir a la calle y retomar su vida. Pero me da miedo volver a tener una rutina sin ti. Quizás esté siendo tonta o pienses que exagero, pero siento como si hubiese pasado una eternidad desde que hablamos la última vez. 

miércoles, 15 de abril de 2020

Desorden

Hacía tiempo que no pasaba tantas horas leyendo, pero necesitaba desconectar de la realidad y las redes sociales son siempre la misma basura. Es una tontería, ¿no? Que esté escribiendo esto como si fuese un diario, que sienta escribir como una necesidad. No sé,  te habrías reído de mí porque me he quemado medio cuerpo al sol por pegarme cinco horas seguidas leyendo en el balcón. Me habrías reñido por no haberme puesto crema y probablemente me habrías dicho que soy un desastre, riéndote.
También te habría comentado que justo hoy me ha llegado el carnet a casa y que por fin soy una conductora bien documentada. Probablemente habrías hecho alguna broma con la foto tan horrible que voy a tener que llevar en ese trozo de plástico unos diez años. Si me vieras ahora, escribiendo esto desde mi nueva silla y unos cascos heredados de mi hermano sentirías que soy una auténtica gamer; por mis pintas parece que en cualquier momento voy a empezar a hacer un streaming. Pero no te creas, esta silla en el cuarto no queda tan mal. Te habría gustado. Seguro que siempre te habrías sentado aquí. 
Es curioso, la de detalles que pasan por nuestra mente en un solo día, la de memes que me recuerdan a ti, la de cosas que te habría contado. Ya echo de menos contarte mis tonterías, y aquí estoy, hablando sola.
Creo que voy a empezar a ver Friends otra vez.

martes, 14 de abril de 2020

Con todo mi cariño:

No hay diarios ni páginas suficientes para llenarlas de despedidas. Supongo que siempre recurro a este lugar porque lo he construido yo y me siento segura. Y también, para ser honesta, porque me siento libre cuando mis palabras se dirigen al viento. Las despedidas siempre son frías, aunque las respalde un abrazo. En este caso ha sido una voz, una línea telefónica y el llanto. Al principio no sabía cómo reaccionar, porque aunque me lo esperaba, o sabía que me precipitaba hacia el final, el ser humano es así de testarudo y no baja las manos hasta que todo acaba. Sigue luchando con desesperación y fuerza; y supongo que es lo que he sentido yo siempre. Quizás no te he dicho todo lo que quería decir, primero porque no he encontrado las palabras y segundo porque, cuando las he encontrado, no era capaz de ordenarlas sin sentirme estúpida. Siempre se me dio mejor escribirlas. Espero que puedas perdonar mi silencio. Tenías razón en todo, quizás es lo mejor. Mentiría si te dijera que no he imaginado cientos de veces que conseguías liberarte de todos los fantasmas y venías a buscarme, pero te conozco tan bien que hasta sabía que algún día todo esto acabaría. Sé que estarás bien, siempre he pensado que eres el más fuerte de los dos, me lo has demostrado miles de veces, porque cuando has tenido que tomar una decisión la has tomado, pese a las consecuencias. Yo siempre me quedaba ahí parada, delante de ti, luchando, pero sin el valor suficiente como para despedirme sabiendo que ya no querías estar aquí. Así que no te culpes nunca, si hubo una cobarde aquí fui yo. Pero no escribo para compadecerme, tenías razón, echarnos la culpa no va a servir de nada, todo va a seguir siendo exactamente igual. Te mereces descansar tranquilo por las noches, sin pensar en las heridas, en el pasado, que acecha con fuerza, o en qué será de nosotros. Y me consuela saber que en un futuro no tan lejano vas a tener esa paz en el pecho al irte a dormir. Siempre he querido que fueras feliz, aunque fuera lejos de mí o de nosotros. Eso no significa que sea fácil, o que no resultara doloroso; supongo que yo también he sido egoísta quedándome a tu lado, empujándote a quererme. 
Perdóname por no habértelo dicho antes, pero yo también me quedaré con todo lo bueno, que no es poco. Recordaré las risas en el coche, aquellas escapadas, la locura de nuestra intimidad y hasta la ocurrencia más tonta. Las bromas que solo nos hacían gracia a nosotros, las comidas o cenas, los cines. Me quedo con eso, con el olor de tus sábanas o la risa de tu sobrina. Me quedo con lo bueno, con esos abrazos que nos dábamos antes de poder besarnos, porque cualquier acercamiento nos sabía a poco. Con las despedidas aquel verano, en la puerta de tu coche, abrazándonos cincuenta veces seguidas. Me quedo con aquella noche de septiembre en la que fue inevitable derramar una lágrima, tumbados, desnudos. Me quedo con tu manía de asustarme, con tus abrazos de perdón, con tu piel al sol y los besos robados. Me quedo con los niños de dieciséis y con los jóvenes de veinticuatro. Me quedo con nuestro pasado, aunque fuera doloroso, y me quedo con este presente que en el fondo también nos has hecho algún rasguño. Me quedo con esas virtudes que tú contemplabas como defectos y con aquel día que cenamos mirando al mar en Cadaqués. Me quedo con esa navidad en Port Aventura y con aquellos abrazos en las 7 Gorgs. Me quedo con los dos veranos intensos, con todo lo que no hemos podido llegar a hacer. Me quedo con esas veces que imaginábamos que tomaríamos una copa de Lambrusco en tu futuro piso, con esos momentos en los que bromeábamos. Me quedo con tus temores, con mis ganas, con el olor de tu cuello. Me quedo con lo bueno y sin culparte por nada que haya sido malo. 
Nunca quise obligarte a que te quedaras, y en el fondo me alegro de que hayas podido liberarte de ese peso que cargabas en tu espalda y que te llevabas a la cama en forma de pensamientos noche sí y noche también. Nos conocemos, y eso te estaba matando. 
Te lo decía de verdad, le estoy agradecida a la vida por haberte puesto en mi camino una segunda vez, nos dio la oportunidad de hacer realidad muchas de las cosas con las que fantaseábamos de jóvenes. Y solo puedo estar agradecida por haber tenido dos años más junto a ti, besándote, viviéndote. Ojalá algún día toda esta tormenta que guardas en tu cabeza desaparezca, que lluevas por fin y te liberes. Eres una persona sumamente importante, y no sé cuál va a ser el precio que tendremos que pagar por haber volado demasiado alto, pero de igual modo siempre vivirás en mí. Hay personas que aparecen en nuestras vidas para cambiarlas, para marcarlas, para dejar huella. Y tú ya sabes qué lugar ocupas en mí. Eso es algo que nunca ha cambiado y que dudo que el tiempo pueda modificar.
Sé que lo has intentado con todas tus fuerzas, pero a veces el corazón y la cabeza nos llevan por lugares distintos. Yo siempre escuché más a mi corazón, pero tu cabeza y la mía en algo están de acuerdo esta vez: no podías seguir luchando contra ti mismo. 
Me conoces tan bien que sabes perfectamente que iba a acabar escribiendo aquí, en eso no he cambiado en absoluto, pero espero que te hayas prohibido a ti mismo asomarte a estas letras, lo último que quiero es herirte. Solo necesitaba desahogarme y es tan íntimo todo lo que he dicho que no soy capaz de explicárselo así a ningún amigo. Ellos ya saben que estaré bien y que es cuestión de tiempo, y con que sepan eso es suficiente. A ti te debía alguna palabra más que ese silencio absurdo.
El otro día empezó a sonar "La diferencia entre tú y yo" en Spotify y me quedé escuchándola y entendí por qué te recordaba tanto a nosotros. Habla de dos personas que son distintas, habla de mi idealismo y de tus miedos. Me voy a permitir el lujo de decirte, y citando a Tiziano, que si algún día asomándote a la vida te das cuenta de que no hay más melancolía dejes de culparte por esto. Porque sé bien que en el fondo lo que más te jode es pensar que voy a sufrir. 
No te preocupes por mí y piensa en ti, yo encontraré mi camino y con el tiempo, aprenderé a vivir con esto. Somos más maduros, en eso también tenías razón, y esta vez no voy a dedicarte ninguna palabra doliente o rencorosa. No guardo en mí ni un ápice de rabia o ira, solo tristeza. Te recordaré siempre con aquella sudadera gris, un balón entre los pies y tus manías. Para mí siempre has sido aquel chico. Y yo a tu lado siempre he sido aquella chica que era entonces, solo que menos rubia y menos inocente. Me entristece la despedida, miro a mi alrededor y al final siempre me empujaste a ser yo misma. Por eso me fui hasta Madrid y cuando volví ahí estabas tú, listo para recogerme de mi caída. Te estaré eternamente agradecida, gracias a ti también he conseguido responderle el mail a la escuela de doblaje. Gracias a ti siempre me atreví a ser la mejor versión de mí misma. Y eso no te pasa con cualquier persona, lo reconozco. Y admito también que será duro no escribirte cuando tenga buenas o malas noticias, saber que no vas a preguntarme cómo me ha ido el día. Sé que vendrán momentos complicados, pero también sé que te he querido lo mejor que he sabido. Aunque no siempre lo demostrara. 
Solo te puedo dar las gracias y dejar que sigas tu camino, ojalá siempre que estés a un centímetro de luchar por tus sueños tengas esas palabras de aliento que siempre intenté darte. Y que también haya servido de algo mi paso por tu cielo, mis besos en tu pecho, mi sonrisa en los momentos duros. 
Que tú también me puedas recordar así sería el mejor regalo que podrías darme.
Qué puta mierda despedirse.

Te he querido mucho. Ya lo sabes.

lunes, 13 de abril de 2020

No son ni la una de la mañana y se me ha agarrado al pecho esta sensación de pérdida constante. El punto inexacto en el que me encuentro. Me siento tan, tan estúpida. No os podéis hacer una idea. Siento que me paso todo el tiempo trepando, intentando alcanzar algo que jamás tendré, poniendo todo mi empeño y mis fuerzas. Estoy triste y llevo así semanas. Me dolió muchísimo no obtener una respuesta, pero más me está doliendo la indiferencia. ¿Sabéis el momento en el que sentís que sobráis? Es mi culpa. Es totalmente mi culpa. Yo ya sabía dónde me estaba metiendo, y quizás me lo merezco. Quizás me merezco que no me quiera, que ni tan solo me lo haya dicho una vez. He estado divagando, viviendo en un cuento que yo sola escribí. ¿Se puede tener tanta imaginación como para inventar semejante historia? Estoy sola, hablándole a un teléfono que no coge nadie. Me he esforzado en dar tiempo, espacio, en ser paciente. Quizás todos lo veían muy claro y yo no. Muchas veces incluso he pensado en que puede haber una tercera persona y por eso las cosas no se ven claras. Si quieres a alguien lo sabes, ¿no? Tengo un nudo en el estómago, y en mi cabeza siempre da vueltas esa duda, la pregunta de siempre. El silencio de siempre acaba sellando mis labios. No he sido suficiente.
Hacía tanto tiempo que no lloraba tecleando que me siento una extraña. Es como si todo lo que había estado conteniendo en mi pecho, de golpe, se liberara y llenara un espacio vacío.
Me esfuerzo en ignorar el dolor, en ser buena actriz y disimular; al final casi nadie sabe de esto. Y los que lo saben tienen prohibido hablarme de ello (como si eso pudiera hacer que lo olvidara).

Solo es una noche más con esta sensación incómoda en el estómago. Me siento tan tonta. 

sábado, 11 de abril de 2020

Qué novedad

Hoy he leído por ahí que las personas fuertes también se rompen, pero que no hacen ruido. No tengo ni idea de dónde es, quién la escribió o la pensó, pero en cierto modo quizás lleve algo de razón. Siempre he considerado que mi fortaleza residía en mi capacidad de disimular que todo iba bien cuando no me interesa dar explicaciones o hacerle frente al dolor. Una amiga una vez me dijo algo así como: si te callas todo lo que te atormenta, nunca podrá llover y necesitamos llorar las cosas para superarlas. Tenía toda la razón del mundo, no sé cómo, pero jamás se equivoca. 
He estado esquivando muchas cosas, entre ellas lo mucho que me frustra no trabajar de lo que estudié o no decirle a la persona que quiero que me gustaría estar con ella, por falta de coraje. Lo he dejado todo en el aire, como el que espera que todo venga solo; en el fondo, porque pensaba que después de todo lo que he demostrado, merecía dejar de luchar y tomarme un respiro. Pero se me fue de las manos, lo admito. Dejaba pasar las horas, los días, hasta que empezaba a olvidar lo que me revolvía el estómago. Aprendí a convivir con la duda, la incertidumbre y solo me dejaba vencer unos minutos al día, en los que me miraba al espejo y sabía que estaba ocultándolo todo e intentando no hacerle frente. Por eso todo explotó, porque no quise forzar la situación antes, quizás por evitar el mal trago o incluso para evitar el dolor. Dolor que ha acabado llegando, aunque sea más tarde. A veces me pregunto si a él también se le pasa por la cabeza, si su silencio es solo una forma de adjudicar que a él también le atormenta la idea de no saber qué va a pasar con nosotros. Yo soy incapaz de olvidarlo, fingir normalidad, porque en el fondo sé que no es normal. Noto su distancia, los esquivos, la ausencia, y me duele no decir nada, porque sé que en el momento que hable, todo se volverá más gris. Y tampoco sé cómo actuar en estas circunstancias. Me siento como una niña pequeña frente a una pizarra gigante, con toda la clase mirándome, esperando que resuelva el problema. Vuelvo a ser la chica que huía de las matemáticas, pero ahora huyo de las emociones. Tener tanto tiempo para pensar es agotador, recrear una y otra vez las inseguridades, atar cabos, no querer ver la realidad.
Solo escribo estupideces, no quiero hablarlo con nadie. Me siento tonta. Siempre en círculos, girando sobre mí misma, y diciéndome la verdad demasiado tarde. Qué novedad.

martes, 7 de abril de 2020

Ella siempre insistía, tiraba de las cuerdas, pero nunca había respuesta. Procuraba tener paciencia, empatizar; pensaba: otra vez será. Pero nunca era. Qué duro, pensó, esforzarse siempre tanto y nunca encontrar nada. Como si ella, al insistir, estuviera obligando a las cuerdas a moverse y ellas solo lo hicieran con un mínimo esfuerzo: el suficiente para que ella pensara que algún día lo podría conseguir. Lo que nadie se esperaba era que un buen día ella se levantaría sin fuerzas y se negaría a tirar. Hasta aquí he podido dar. 
Luego vinieron los llantos, el dichoso es que te pasa algo, el agobio y los fantasmas. 
¿Es que tú no te irías de un lugar si sientes que no eres bienvenida? No puedes obligar a nadie a que te acoja, ni puedes suplicar que te recojan al caer. Cuando el monosílabo es una respuesta y tu cabeza está llena de voces que te dicen que jamás conseguirás nada quedándote, la única solución que alcanzas es huir. 

Y otra cosa no, pero eso siempre se le dio de puta madre.

domingo, 5 de abril de 2020

Día X



No, tú no la has visto sin maquillar, y con ese pijama gris que nunca conseguía combinar. No la has visto cocinando, con un moño despeinado, mordiéndose los labios, ni la viste darse una ducha entre paredes de mármol. No la contemplaste desnuda, abriendo la nevera, ni bebiendo agua, desde la cama. No la has visto desde abajo, levantando imperios, ni su melena suelta cabalgando casi con despecho. No la viste pelear, ni susurrar, ni llorar. No la contemplaste en sus momentos necios, ni en su máxima bondad. No la has visto eligiendo qué ponerse, ni peinándose frente al espejo. No la viste desmaquillarse, cansada, ni la escuchaste contar sus problemas, lo que le atormenta. No te habló de sus temores, ni del futuro, ni de su proyecto frustrado. No, no la has visto. Si la hubieses visto me entenderías: metro setenta de fortaleza, capaz de derrumbarse en un solo instante. Cuando eso ocurre sus facciones cambian en milésimas de segundos y ese hoyuelo en la mejilla derecha desaparece para convertirse en una marca de expresión que denota desilusión. Le coge el teléfono a todo el mundo, aunque no tenga ganas de hablar, y escucha los problemas de todos y cada uno de ellos, mil veces,  sin cansarse, aunque a veces a ellos se les olvide preguntar cómo está. Quizá no lo hacen porque rara vez ella dirá algo distinto a: "estoy bien", cambiando automáticamente de tema después. ¿Sabes que para ser la chica más extrovertida del lugar nunca cuenta sus penas? Ella las escribe. Me dejaba leerlas, a veces. Ella creía que eran estupideces, siempre lo decía. "Son solo tonterías". Nunca creía en sí misma. Y eso me gustaba de ella, que ni teniendo delante la prueba más autoritaria y rotunda, creía que podría ser la mejor en algo. 
También me fascinaba que a ella casi todo siempre le pareciera bien y no porque fuera conformismo, sino porque creía que importaba vivir ese preciso momento. Siempre al día. Siempre con esa energía que la caracterizaba, siendo una inconsciente. Hablaba sin pensar, pensaba cuando había que hablar y tomaba decisiones precipitadas. No lo podía evitar, ese lado salvaje la consumía. Se conocía tan bien a sí misma que había aprendido a hacer ver que la mayoría de cosas no le importaban, pero a mí no me conseguía engañar, porque en sus ojos aún quedaba rastro de esas películas de domingo que la hacían llorar, y de esos conciertos que sentía casi suyos al escuchar a su cantautor favorito. Nunca se lo dijo a nadie, pero él fue el que la inspiró a empezar a tocar. ¿La has visto tocar en directo alguna vez? Cantaba siempre sin mirar y le temblaba la voz. ¡Como si no estuviera todo el día cantando, eh! ¡Como si fuese nueva en eso! Era increíble lo mucho que le costaba creer en esas pequeñas cosas y lo entusiasta que parecía con la vida. Todo le hacía ilusión, y a veces yo pensaba: "¿me tendría que hacer ilusión también a mí?" o "¿por qué yo no estoy comportándome como ella?" Tardé años en entender que ella jamás me quiso cambiar, ni una mínima pequeñísima parte. Que ella me aceptaba así, y que yo era mi único muro. Pensaba que si no era como ella, que si no me levantaba cada mañana con ganas de comerme el mundo, era porque en realidad no debía estar a su lado. 
A veces me imagino su voz - es lo que recuerdo con total nitidez- diciéndome: "¿PREPARADO?". Segundos después la veo en el pasillo, enrollada en una toalla blanca, bailando con torpeza. No sabes lo que daría por verla así una vez más, por escuchar una vez más cómo se queja del mundo; ese que jamás pudo cambiar aunque se empeñara. Y te juro que lo hacía. A veces marco su número y me quedo unos segundos pensando en si tendré el valor para articular palabra. Al final, no sé dónde está, solo sé que ya no vive en la ciudad y que probablemente tardará en volver. Tampoco sé qué decirle. Que he comprado pizza y es de cuatro quesos, que aún guardo esa cerveza tan rara que le gustaba, que no se me ha olvidado que le debía un maratón de películas malas y que guardo la carta que me escribió como si fuese oro. Que algunas noches no me deja dormir el ruido que habita en mi cabeza, que he hecho una playlist de canciones que solo hablan de nuestra historia o que me juzgan los libros que se dejó en esa repisa al marcharse cuando me voy a dormir. Que a veces la veo en sueños y está tan guapa como siempre, que me jodió que se quitara todas las redes sociales porque ni siquiera sé de qué color lleva el pelo; y también que todas esas cosas me darían igual si volviese a sentarse en este sofá. 
A veces me imagino que, por arte de magia, decide pasarse por aquí y me pide que le ponga un café. Y me gusta pensar que me dirá que ha escrito todas esas ideas locas que tenía, que también ha pensado mucho en mí y que no ha borrado ni una sola foto. 
Tú no la conoces, pero si ella estuviese aquí ahora mismo, escuchando todo esto, se reiría como una loca, mirándome, como diciendo: "¿Si es que no ves que estoy aquí por ti?" Ella era así, kamikaze, impredecible, testaruda y desbordante. Si me leyera el pensamiento, probablemente me diría que si tanto la iba a echar de menos por qué insistí tanto en que se tenía que ir. ¿Y sabes qué es lo peor, tío? 
Que tendría razón. Que ella siempre tenía razón. 
Y que yo ya lo sabía. 

viernes, 3 de abril de 2020

Es curioso, mil veces me prometí no refugiarme en las hojas blancas los días grises y mil veces me traicionaré. Es inevitable. Algunas noches siento ansiedad, la situación es compleja. Doy vueltas en la cama, lloro como una cría y me prometo que todo irá bien. Qué forma más dura de autocompadecerme Me abrazo a mí misma, me hago un ovillo en la cama y aprieto los ojos hasta que me duermo. A veces tardo horas. Mi mente no está tranquila; antes no lo estaba, pero ahora es incapaz de asumir nada. Es como estar atrapada en cuatro paredes que no paran de acercarse, amenazando con dejarme aquí para siempre. Quizás el miedo que albergo tiene que ver más con qué será de mí que con lo que soy ahora. El mundo nos ha dado un respiro, nos ha dejado pensar y pensar ahora no me ha ayudado en absoluto. La incertidumbre se apodera de mí, me rodea con sus brazos y me besa la frente. Nunca me había sentido tan sola. Y lo peor es que no puedo decir ni una sola palabra de aquello que me atormenta. Ni siquiera sería justo para mí. Hay que dejar pasar el tiempo, pero la vida se ha encargado de demoler nuestros planes.  ¿Qué pasará cuando todo esto acabe? ¿Haré frente a mis miedos o seguiré girando sobre mí misma? Siempre he sido lo suficientemente cobarde como para salir corriendo. Siempre corro cuando las cosas se ponen feas, y finjo que no pasa nada y que el mundo seguirá girando. Lo cierto es que siento que vivo en una época equivocada, donde nos da miedo un abrazo y no el abismal mundo de internet, donde ya nadie escribe cartas, donde el amor nos da casi siempre la espalda. 

Solo escribo estupideces. Pero no puedo ver con claridad. 

jueves, 2 de abril de 2020

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Me dijo que cuando todo esto acabara me vendría a buscar. Me habló de viajes e historias imposibles, pero que parecían verdad en sus labios. Me explicó sin palabras cuánto me había echado de menos y todo el tiempo perdido que pensaba recuperar. 
Pero todo fue en sueños. Solo simples sueños. Estúpidos sueños. Frustraciones pequeñas que recogen miedo y ansiedad. Solo fueron eso, sueños. Porque ni lo dijo, ni lo escuché. Porque sé exactamente dónde estoy y no es allí, en sus labios, ni en sus sueños, ni en sus letras resbalando por su lengua, ni en la sintaxis compleja de sus palabras. Yo solo estoy aquí, en la cama de siempre, junto a mi guitarra de siempre, pero con un poco menos de esperanza.
No lo dijo porque nada de eso era cierto, solo existió en mi cabeza. Qué crueles son los sueños a veces.


















Ya me gustaría

 Es casi inconsciente este pensamiento recurrente que me atraviesa. Me cuento y les cuento que no es para tanto y lo cierto es que soy dos p...