jueves, 26 de marzo de 2020

26



Quizás lo recuerdes. Un día como hoy, hace ya siete años -¿Siete años? Siete años. ¿Qué ha pasado en siete años? Y qué no, ¿verdad? - nos sentencié con un ven. El beso que lo cambió todo y nos llevó a vivir unos años increíbles. A partir de aquella decisión nuestras vidas se transformaron. Entonces éramos mucho más inocentes, pero sentía que a cada paso que dábamos aprendíamos juntos. Aún recuerdo la primera vez que me dejé ver desnuda, lo que sentí cuando tus ojos recorrieron mis hombros, tu mirada tímida, impulsada por una sonrisa alegre que denotaba inexperiencia, pero demasiadas ilusiones. Éramos dos lienzos en blanco y nos pintamos a base pruebas: ensayo y error.
Los miércoles, si no recuerdo mal, te ayudaba a escribir esos textos que se te hacían eternamente aburridos de Filosofía y que yo amaba. Me recuerdo haciéndote esquemas, explicándote poco a poco, pero con entusiasmo, lo que Platón quería decir cuando distinguió el bien del mal, o lo que el nihilismo de Nietzsche había conseguido marcarnos. Tú me escuchabas sin entender ni una palabra, pero sonreías. Eran momentos únicos. También recuerdo escapadas pequeñas, donde solo un tren o un metro nos ayudaba a recorrer nuestra ciudad y alrededores. Hacíamos excursiones absurdas que le dieron sentido a uno de los veranos más bonitos de mi vida. Recuerdo el mar, tu bañador rojo y unas fotos preciosas. Curioso, el ser humano recuerda fotos que ya ha perdido como si las hubiera estado mirando ayer.
También recuerdo con ternura la llegada de la perrita que te cambió la vida, y cómo fui, incrédula, a tu casa, para conocerla. Era tan pequeña y ahora es tan grande...que a veces se me olvida que nos cabía en la palma de la mano.
Si hubiésemos tenido coche, dinero e inquietudes, aunque de eso último nunca nos faltó ni una pizca, nos hubiéramos recorrido el mundo. Teníamos tantas ganas de crecer juntos...¿lo recuerdas?
Sé que con el paso del tiempo llegaron las tormentas, la incertidumbre, el regusto a pérdida, nuestras ilusiones rotas. Sé que nos herimos muchísimo, aún recuerdo nuestra conversación en el parque cuando te confesé que yo me sentía incapaz de ser tu amiga. Creo que sigo sintiéndome incapaz. ¿De verdad solo somos eso? ¿Hemos sido solo eso? Lo bonito de encontrarte después de los años más inestables de mi vida fue ver que habíamos crecido. Me volví a abrir a ti como si nada hubiese pasado porque de verdad sentí que lo único que había pasado era el tiempo. En el fondo de tus cuencas marrones vi al chico del que me había enamorado con dieciséis años. Quizás por eso pensé que las cosas irían bien siempre que estuviésemos convencidos de ello. Pero sé que es difícil. Saberlo no lo sé, no entiendo la razón, no encuentro el porqué, solo sé que lo es. A mí me gusta pensar que es posible, en esta mente fantasiosa, llena de cuentos. Ya sabes cómo soy, creo en el destino y en las absurdeces más tontas. Tú, en cambio, eres lógico y le das vueltas a todo, porque necesitas saber las respuestas. Y no te culpo, muchas veces ansío ser como tú. Siempre quise que se me diese bien la ciencia, seguir las pautas correctamente; pero ya sabes que no, que soy la que escribe poemas en libretas de colores y compone canciones que no grabará nunca. Soy esa chica que te hablaba de Venecia como si se le fuera la vida en ello y que empezó una carrera para la que ya sabía que no habría una salida clara. Soy esa, al fin y al cabo. Me he empeñado en hacerle creer a todo el mundo que esta versión mucho más madura de mí - que no niego que lo sea- podría con todo, pero no puedo fingir que no te quiero cuando sí lo hago. Y no puedo pretender que no pase nada cuando cierro los ojos y nos veo confesándonos nuestros mayores temores, nos veo siendo cuerpo. Yo no puedo obviar las risas, esas bromas internas que solo entenderemos nosotros, esos ruidos extraños que hacemos, los sustos o esos temas tan interesantes que desembocan siempre en conspiraciones mundiales. Esos somos tú y yo, el científico y la escritora, el chico que piensa antes de hablar y la chica que piensa una vez lo ha soltado todo. El sol y la luna, el mar y la tierra, el blanco y el negro. Te admiraba entonces y te admiraré siempre, seamos quienes seamos, estemos donde estemos. Creo que hay fechas que no se olvidan nunca porque de algún modo nos atraviesan. Tú te cruzaste en mi vida para hacerme feliz, no lo he dudado nunca. Y el dolor jamás me dio miedo, ni siquiera ahora, porque sé que para apreciar la felicidad la vida a veces nos regala una pizca de él. Sé que valió la pena entonces, y valdrá la pena de nuevo derramar una lágrima. No por eso iba a renunciar a intentarlo. Te lo dije aquel día al salir del bar donde cenamos y bebimos hasta que nos echaron: " tengo muchas ganas de besarte". Y sabía que después de aquello vendría la inseguridad, el mar de dudas, el horizonte torcido. Y lo entiendo, de verdad que lo entiendo. Mi pasado no me hace justicia, y nuestra historia nos dolió tanto que comprendo, en el fondo, que seas incapaz de decírselo a todos.
El mundo se ha detenido en un mal momento, ¿no?
Sé que harás todo lo posible por ser feliz, por seguir tu camino y cumplir uno a uno tus sueños. Yo no quise ser un impedimento entonces ni lo seré nunca. Dicen que cuando de verdad quieres a alguien tienes que aprender también a soltarlo, y si algún día necesitas volar, no habrá un reproche en mi boca. Dicen también que hay personas que nos dejan huella. Tú lo hiciste. Y nuestro universo se transformó. 
Me apetecía hacerle un pequeño homenaje a lo que fuimos entonces, porque esos de ahí, de hace tantos años, son clavados a nosotros. Veintiséis. Siempre me ha gustado ese número. Y me alegra poder recordarlo hoy. 

lunes, 23 de marzo de 2020

Es inevitable. La noche nos hace débiles, destapa nuestros temores y nos arropa con la duda. La incertidumbre ladea nuestras cabezas de izquierda a derecha, nos hace dar vueltas. Nuestros pensamientos no bajan la voz, no podemos dormir. Recuerdas de repente la situación en la que estás, sientes que tu vida se ha pausado, que ni siquiera te ha dado tiempo a arreglar lo que debías arreglar antes de que el mundo se detuviera. Finges que nada ocurre y estableces una rutina, algo a lo que agarrarte para que todo siga como si nada. Una taza de café bien caliente, unos rayos de sol bañándote la piel por las mañanas, ejercicio hasta sentir que no te quedan fuerzas y tumbarte para recordar todo lo que esos días atrás no valorabas. Lo que nadie valoraba. Te abrazas con fuerza, se te eriza la piel, hace frío cuando la soledad aprieta. Piensas en todo lo que echas de menos, y sientes que ni siquiera lo puedes expresar. La cárcel más libre de la historia: rodeados de medios para comunicarnos con el mundo, pero presos en nosotros mismos, sin poder tocar, besar, rozar, palpar, saborear. 

Que alguien venga y me explique si es normal que todo lo que nunca hicimos nos recuerde todo lo que algún día haremos si esto acaba.
Ojalá las cosas fueran diferentes y sintiera que mi vida no se ha quedado a la mitad. 

domingo, 22 de marzo de 2020

miércoles, 18 de marzo de 2020

Miro hacia un lado y me mantengo en silencio. Si fijo mi mirada en esos edificios seguro que mantengo la calma. Pero es que pasan tan rápido. Odio la autopista. Odio la velocidad. No te deja pensar, no te deja fijarte en el cielo, no te deja olvidar. Sé lo que está a punto de pasar, por eso me mantengo callada. No me puedo permitir derrumbarme, ahora soy fuerte. O eso les digo. Siempre que alguien necesita que diga que todo va a salir bien, lo digo. ¿Y quién me lo dice a mí? No, Noelia, esto no va a salir bien. No hace falta que lo jures. Ya lo sé. Ya sé que no va a salir bien. Y es por mi culpa, no creas. Siempre lo es. Si hubiera sido sincera conmigo misma, si hubiera tenido los santos ovarios de acabar con mis dudas, si hubiera podido ser valiente de verdad, quizás no se hubiera extendido el miedo. No he podido evitarlo. O me ha dado miedo hacerlo. Me siento un poco tonta, pienso en si de verdad he significado lo mismo, pienso en todos esos momentos en los que callé porque enfrentarme a la verdad era mucho más difícil que fingir que no pasaba nada. Y sí pasaba. Siempre pasa, pero la vida prefirió esperar y yo asentí. Cuanto más tarde en salir a flote el miedo, menos sufriré. Eso pensaba. Y lo cierto es que me siento perdida en medio de todo este desastre. No he podido aclararme ni he podido escuchar, no he podido hablar, no he podido quitarme estas dudas. No he podido hacer nada. Me siento enjaulada, y por mucho que me esfuerce en mantener la calma y pensar que algún día la primavera va a asomarse por la ventana, lo cierto es que no veo la luz al final del túnel. Y estoy muerta de miedo. Muerta de miedo y callada. Curioso, yo cambié demasiado. Si antes las palabras flotaban y salían de mi boca sin pausa ni control, ahora se mantienen bajo mi lengua y se calman. Es un pequeño quemazón, no tiene importancia. Eso me digo. Y lo cierto es que la conversación llegó en el peor momento. Ahora no sé diferenciar lo que es real o no, vivo casi en sueños y mis pesadillas me recuerdan que es absurdo huir de lo que uno siente. Que los miedos más profundos salen a flote cuando nadie mira y que las noches son siempre un último juicio donde nos sentenciamos a muerte.



sábado, 14 de marzo de 2020

Sobre lo imbécil que es el ser humano

Dije que el 2020 sería bonito. Y lo dije en voz alta porque me parecía simbólico el equilibrio. un dos, un cero, un dos, un cero. Entonces no tenía ni idea de nada.
Ahora se me hiela el cuerpo al asomarme por la ventana y sentir mi ciudad ajena. Es un sentimiento de histeria pública, el bombardeo de las redes sociales, los gritos de las personas, los empujones en los supermercados. No nos vamos a morir todos, ¿me oís? pero si seguimos así caeremos uno a uno. Y lo pagarán aquellos que ya no dispongan de un cuerpo que los proteja. 
¿Cómo seríamos ante una guerra mundial, si un virus nos está volviendo locos? El egoísmo, el individualismo....somos unas putas fieras. Somos unos maníacos, histéricos, egoístas. No necesitas todas esas cosas, no llenes tu carro. ¿Esto es la ley de "sálvese quien pueda", de "haber quién llega antes"? Me duele reconocer que nos merecemos algo así. No porque un Dios lo diga, no es un castigo divino - o quién sabe- pero es inevitable pensar ello. El ser humano será el causante de su propia extinción. Es algo que siempre he pensado. En un mundo donde cerramos nuestra frontera cuando llega gente de otros países, que huyen de la guerra y solo quieren un techo bajo el que dormir; en un universo donde aún hay gente que cree que enamorarse de alguien de su mismo sexo es demoníaco; un mundo en el que aún señalamos con el dedo a la mujer violada y exculpamos al violador; en un mundo donde defendemos la educación y la sanidad privada y nos abanderamos diciendo que somos un ejemplo en estos sectores, cuando no invertimos ni un céntimo en que esté al alcance de todos. Nos lo merecemos. Nos merecemos no estar. En este mundo que no cuidamos, que no dejamos de maltratar, contaminar, quemar. En un mundo donde cazamos animales por placer, donde se celebra la muerte amarga y lenta de un pobre animal que agoniza desangrado ante nuestros ojos mientras brindamos con una copa de vino. Porque brindamos, y lo hacemos con esa sangre de Cristo de la que tanto hablamos en misa, "si somos buenos vamos a salvarnos todos", ¿pero es bueno aquel que celebra las derrotas de los demás? ¿A qué Dios le rezas tú? ¿De qué color son sus manos? Porque si es blanco seguro que es el mejor. En un mundo donde esclavizamos y condenamos a los que no tenían dónde ir, donde nos declaramos dueños de unas montañas que nunca fueron nuestras -ni de nadie- y que nos dedicamos a destruir, a conquistar: donde los matamos a todos para hacernos dueños de una tierra que no sabemos ni quién puso ahí, ¿No nos merecemos esto? Un mundo, un país, llámalo como quieras, porque todo es de todos y nos hemos encargado de etiquetarlo, distribuirlo, de comprarlo. En un lugar donde se secuestra, viola, mata. Un mundo donde unos hombres con mucho dinero compran a unas mujeres con muy pocos recursos y les prometen que tendrán una vida mejor en el país rico del mundo: el de la pantomima. La utopía finaliza cuando acaban realizando sexo catorce horas al día con hombres podridos de dinero, atrapadas en una red sin salida, y sin nadie que dé la cara por ellas. En este mundo capitalista que paga por su salvación, donde pedimos préstamos para tener el último modelo de móvil pero no luchamos para que todos tengamos derecho a una cama de hospital. Este mundo donde Instagram es el único juez que sentencia nuestra felicidad y solo ríe el que más likes tiene; en este sucio mundo que aún corta los genitales de las niñas para que no sientan placer, donde aún creen que la mujer no debe ser, pensar, sentir, ni aprender. Un mundo que tardó veinte siglos en comprender algo que el ser humano vio nada más nacer: que todos somos iguales y que ni el dinero, ni la ropa que llevamos, ni las personas con las que nos acostamos determinan quiénes somos ni qué derechos de menos debemos tener. Ha tenido que llegar un virus para darnos cuenta de la estupidez que desprende el ser humano: donde se han colapsado los servicios básicos porque siempre ha ganado el que tiene más, donde la cuarentena se ha convertido en unas vacaciones que pasar en la playa y donde los universitarios celebran con cerveza que no irían a clase más. Ha tenido que venir un virus para darnos cuenta de que cuanto más avanza la ciencia menos pensamos nosotros, cuantos más recursos tenemos menos luchamos por el bien del que permanece a nuestro lado. Ha tenido que pasar esto para que se demuestre que en este mundo se sigue pensando que solo tiene derecho a sobrevivir el más fuerte.
Pero, querido mundo, esta vez tu raza, tu sexo o tu dinero no van a poder comprar tu libertad.
Dime tú, entonces, cómo vas a escaparte de esto. 

miércoles, 11 de marzo de 2020

Están aquí

La horda se estaba acercando y Samantha no dejaba de apretar con fuerza mi brazo.

- ¿Puedes mantener la puta calma? 
- ¡Lo que no entiendo es por qué tú estás tan tranquila!
- Así solo conseguirás que nos maten- le dije mirándola a los ojos-. Tienes que confiar en que esto saldrá bien.
- Eso dijiste la última vez- reprochó Sam- y David y Eric acabaron muertos.

Sus palabras se me agarraron al pecho con fuerza, tirando de mí hasta hacerme tocar el suelo. El césped húmedo bajo mis pies, el sol penetrante llenando mi camisa de fuego, los pasos y sonidos de la nueva horda, que cada vez estaba más y más cerca, me estaban volviendo loca. Iba a desmayarme en cualquier momento. Iba a dejarme caer.

Cuando desperté, el abrazo gélido del metal me heló la espalda. Estaba desnuda, encima de una camilla, tapada con una manta fina. Miré hacia todos lados y fui incapaz de reconocer el lugar. El silencio era aterrador, tanta calma me desconsolaba. Oía un quejido de fondo que tardé en reconocer: era la voz de Samantha y estaba gritando a más no poder; parecía estar amordazada, no acababa de entenderla y no sabía si era cosa de mi imaginación, si estaba soñando despierta, si me había vuelto loca o si estaba muerta.
Un golpe muy fuerte me hizo abrir los ojos de golpe: 

- LIDIA, ¡VAMOS!

Samantha tiraba de mí sin cuidado, y yo apenas podía mantener abiertos los ojos. 

- ¿Qué...? ¿Que ha...?
- Te has caído, te has caído aquí y he tardado minutos en reanimarte, ¡se están acercando mucho! ¡AYUUUUDA! ¡AYUUUUDA! ¡QUE ALGUIEN NOS AYUDE! - Samantha me dejaba reposar en algún árbol de vez en cuando. Se alejaba ligeramente de mí y hablaba consigo misma-. ¡JOOOODEEEER! ¡JOOOODER! ¿QUÉ VAMOS A HACER? ¿QUÉ VAMOS A HACER?
- Vete- le repetía continuamente- y busca ayuda. Yo estaré aquí, puedo subir a un árbol y te esperaré.
- ¿Cómo quieres que me vaya? Cuando vuelva, si es que puedo volver, ¡a saber qué ha pasado contigo! Y si...¡¿Y si no puedo volver?! ¿Qué pasa si la horda me alcanza o avanza tanto que no soy capaz de volver? 
- Ya me buscaré la vida.
- Ni lo sueñes.

Samantha tiró de mí hasta que llegamos a las fincas. Estaba herida, así que me echó medio bote de alcohol mientras escuchaba cómo Gerardo se quejaba por estar gastando productos desinfectantes. 

- Tengo una puta herida, ¿no lo ves? 
- Yo solo veo que algún día vamos a necesitarlo de verdad y ya no quedará nada.
Dio un portazo tras de sí. Desde que Samantha y él decidieron dejar de verse por las noches estaba muy irascible. Sam disimulaba muy bien, fingía no haberlo escuchado, ni siquiera haberlo visto, y seguía limpiándome la herida.
- ¿Hasta cuándo vais a estar así? - pregunté con un tono calmado. 
- Hasta que aprenda a comportarse con los demás en medio de toda esta mierda. No puedes ir de líder en el fin del mundo.
- Si lo eres, sí. Y debes- dije yo. 
- Pero él no acepta las opiniones de nadie. No se puede ser un líder si no tienes en cuenta a tu grupo. Nadie te seguirá si caminas por aquellos lugares por lo que solo cabes si no llevas a nadie contigo.

Sam miró por la ventana mientras Gerardo se alejaba. Tocó el cristal con la punta de los dedos y se rehizo la coleta, segundos después. Estaba guapa porque la tarde se nos estaba echando encima y el sol anaranjado hacía que el negro de su pelo brillara un poco más. Miré mi herida y la vi mucho mejor, así que me levanté sin pensarlo.

- Tenemos que salir mañana si queremos llegar al punto D. 
- Es una locura- me recordó Sam- y además, ¿por qué tienes tanto empeño en ir hasta allí? No sabes si él está. 
- Pero lo averiguaré.
- Es demasiado arriesgado para jugar a ser detectives, Lidia, piensa con la cabeza.
- ¡ESTOY PENSANDO CON LA CABEZA!- perdí los nervios. Siempre me pasaba al hablar de Edu-. Le prometí...le prometí -aguanté el llanto mientras apretaba tanto los puños que mis manos estaban a segundos de empezar a sangrar- que estaríamos juntos y que iría a buscarle. Aquel día que tuvimos que separarnos...
- No sabes si él está...
- ¿Vivo? - dije con dolor. Samantha permaneció callada-. No sé si está vivo. Pero te juro que es lo que más deseo en este mundo.
- Perdóname- Samantha se abalanzó y me rodeó con sus finos brazos-. Vais a poder estar juntos otra vez, vais a veros.
- Y si no pasa nunca, y si voy y él no ha llegado, si le espero y nunca llega, no pasará nada, lo habré intentado hasta el final. Habrá sido hasta el final, ¿no?
Sam me miró con pena y ternura. Ladeó la cabeza. 
- No pienses en eso- susurró-. Saldremos a las seis.

No me dio tiempo a responder cuando de pronto alguien aporreó la puerta de nuestra habitación. Al ver que nadie decía nada, ni insistían de nuevo, nos extrañamos. Todos en la finca sabían que eran tres toques y medio con los nudillos. Todo el mundo se sabía la contraseña.

- ¿Sí?- pregunté-. ¿SÍ?

El silencio se prolongó dos segundos, dos segundos eternos, ensordecedores, hasta que un rugido rompió con él. Un escalofrío me recorrió la espalda de la nuca a los pies.

- Están aquí.

martes, 10 de marzo de 2020

Hacen historia





Podría hablar de todo, de nada, escribir un poema lleno de metáforas y rimas fáciles, hablar de quién he sido, quién soy, de la vida o de la muerte; decir cosas. Sin embargo me siento tan lejos de que eso ocurra, tan lejos. ¿Por qué ahora que se supone que sé más que antes me cuesta muchísimo escribir? Quizás me he dado cuenta del peso que tienen las palabras, no solo para mí, sino también para el resto; quizás me haya convertido en alguien más cautelosa, quizás tenga miedo a vaciarme en un papel, porque no suelo salir entera de esas terapias. Me da miedo escribir sobre esas imágenes que pasan rápido por mi cabeza, tal vez porque haya olvidado cómo hablar conmigo misma y me conforme con leer, encenderme una vela y ponerme canciones de guitarra relajantes de fondo mientras dejo la mente en blanco. ¿Se puede dejar la mente en blanco? Yo me imagino un mar en calma precioso o un cielo estrellado cuando intento dejar la mente en blanco. Me relaja saber que esos escenarios existen por todo el mundo y que existen personas que en ese preciso instante están siendo acariciadas por un cielo inmenso o atrapadas por la majestuosidad de un mar en calma. Esa podría ser yo. Podría tener una cerveza en la mano y brindar por todo lo que no he hecho aún, por el miedo que se me agarra siempre a las costillas y me hace tomar malas decisiones. A estas alturas debo reconocer que siempre se me dio mejor ser valiente, que he desaprendido a gestionarme, que yo antes era mucho más kamikaze, y no me iba mejor, pero dormía más horas. Ahora soy demasiado adulta para los precipicios y sigo esperando al ritmo del tic-tac un un, dos, tres, ¡ya! de salida.

Qué absurdo, ¿no? Viviendo al lado del mar y teniéndolo que imaginar. 







Las palabras que escribimos
nos sentencian,
encarcelan,
condenan
- y por encima de todas las cosas-
hacen historia.

viernes, 6 de marzo de 2020

Una vida mejor

Nos hemos sentado en el lugar más alto y luminoso del mundo para contemplar nuestra oscuridad. Balanceamos nuestras piernas, sin ritmo ni sentido alguno, hasta que nos cansamos. Nos cuelgan las ojeras, nos lloran los labios de lo secos que están. Me levanto para verlo, aunque no estoy segura de si quiero entrar; pero entro. Lo hago porque es la última oportunidad que tengo para verlo y porque en el fondo sé que en silencio me despediré de él. Nunca hemos tenido una relación estrecha, recuerdo que de pequeña lo miraba y lo veía tan delgado, tan alto y callado que le temía. Yo era entonces tan pequeña...Más de quince años después soy yo la que, desde arriba, lo contempla pequeño. Sus manos, puestas una encima de la otra, parecen de porcelana. ¿Es él? La comisura de sus labios dibuja una media sonrisa. Se me humedecen los ojos, se me seca el cerebro. ¿Quiénes somos y en qué nos convertimos cuando nos vamos? ¿Nos vamos del todo? ¿Nos estará oyendo? Media docena de cabezas asoman tras los hombros de los que miran a su hermano desde la primera fila. Un cristal no es suficiente para separarlos. El llanto se apodera en la sala y no me sé controlar. ¿Escuchamos todo lo que hay a nuestro alrededor cuando nos hemos ido? ¿Nos está oyendo?
Siempre me he declarado atea,  pero admito que en momentos así doy un frenazo y me planteo todo lo que soy y la idea que me he forjado sobre la religión y la construcción humana a su alrededor. La influencia de Unamuno no me ha hecho bien.¿Dejé de creer o me convencí de que era una absoluta locura? ¿Una parte de mí sigue creyendo que hay un Dios, un ente, que está ahí y nos acompaña? ¿Es suficiente? ¿Y por qué si existe el mundo aún tiene maldad?

No puede acabarse aquí, me niego. No podemos ser solo esto, no podemos convertirnos en polvo y desaparecer. ¿Nos iremos orgullosos de quienes hemos sido? 
Me imagino que nuestro alma se eleva y mira a su alrededor, buscando a sus seres queridos, consolándoles con un ligero toque en la espalda. ¿Tiene sentido? 
No sé si algún día estaré preparada para afrontarlo, ni si mi mente asumirá que poco a poco todos acabamos siendo nada. NADA. ¿NADA? NADA. Acabaremos siendo nada. Y qué infelices somos a veces en esta vida, viviendo nuestra rutina sin pensar en todo lo que ya no vamos a ser cuando no estemos, en todo lo que no besaremos, en todo lo que ya no veremos.

Estúpidos cobardes, refugiados en la forma rutinaria de ponernos excusas para no vivir como queremos. 
Si estás ahí, Dios, haz que se encuentre con el yayo José y puedan abrazarse. Sé que algún día nos veremos todos allí. Espero que no falte la pizza o la cerveza allí arriba, y que celebremos que después de este absurdo y contaminado mundo hay de veras una vida mejor. 


Ya me gustaría

 Es casi inconsciente este pensamiento recurrente que me atraviesa. Me cuento y les cuento que no es para tanto y lo cierto es que soy dos p...