viernes, 28 de febrero de 2020

Pero no son nosotros

Ellos no tienen ni idea. Salen del instituto agarrados de la mano, él la besa en cada esquina, se alegran al ver un semáforo en rojo. Ellos no tienen ni idea. Se miran embobados y se repiten las mismas cursilerías una y otra vez, pero no saben nada. Tienen dieciséis y se creen muy grandes, hablan de los deberes de filosofía y del tostón que es tener educación física un viernes por la mañana. Se ríen alto. Ella lleva una sudadera ancha y yo me imagino que es de él. Por un segundo, cuando paso por su lado, me recuerdan a nosotros, solo un poco, porque ella le coge del cuello para acercarse a su boca y le susurra: "eres tonto" con sus labios pegados a las comisuras de él. Incluso de perfil se parecen a nosotros, pero no son nosotros. Ellos no lo saben. No entenderían jamás lo que significaron las sudaderas de Oxford, ni las converse negras. Ellos, probablemente, no se besaron por primera vez delante del mar, ni les pilló la lluvia al volver a casa. Ellos no son conscientes. No tienen palabras en clave como nosotros tuvimos (¿y tenemos?), no saben ver películas enteras y guardarse las ganas de comerse a besos al final. No tuvieron un San Juan, ni dos. Ellos no rompieron a llorar el día que se despidieron, porque probablemente nunca tuvieron que hacerlo. Se parecen, se acercan a nuestra historia, pero él no es tú, ni ella soy yo. El primer segundo les envidio, por su inocencia, ya sabes, esas ganas de comerte el mundo y creer que estará a tus pies; pero en el segundo dos me doy cuenta de lo afortunados que hemos sido (y yo creo que somos) nosotros. No sé si sus ojos serán tan inocentes cuando se hayan visto desnudos por primera vez. Si a ella le temblará el pecho cuando él le quite la camisa, como me pasó a mí, ocultándome con las manos el día que tú me contemplaste por primera vez. Esas cosas no se olvidan nunca. No sabremos jamás si él tiene temor a los "para siempre" o si ella se emborrachó durante años con películas tontas de amor. No sé, no sé si serán como nosotros y grabarán vlogs durante todo el verano (cómo me gustaría verlos ahora, si no los hubiera perdido...). No sé si se cansarán de tantas horas de caricias, si se conformarán con tumbarse en la cama un viernes después de comer. Si él será como tú y después jugará al fútbol con sus amigos, si ella será como yo e irá a verte. Qué tiempos aquellos. Aún tengo tu imagen en mí y te veo con una sudadera gris, los pantalones cortos kipsta negros y tus piernas avanzando a la velocidad de la luz en un campo de cemento. No tienen ni puta idea. Ni de ti, ni de mí, ni del amor. ¿Serán como todas esas nuevas generaciones que escogen su relación por filtro de Instagram? Tal vez sí que empezaran como nosotros, puede que se rozaran tímidamente en clase o ella le rogase atención con pisotones tontos. Puede que sí o puede que no.
Cuando me he alejado ya unos metros sonrío con delicadeza. Siento ganas de recordarte muchos de los momentos que pasean por mi mente, pero no te digo nada porque pensarás que estoy loca. Porque nadie en apenas veinte segundos es capaz de reconstruir toda una historia y vas a creer que sigo siendo aquella de dieciséis, aunque hayan pasado ocho años.
Pero no necesitas que te lo diga, tú me conoces tan bien que sabes de sobras que lo sigo siendo. A ti no te puedo mentir.

miércoles, 19 de febrero de 2020

Palabras

Cuando pronunció esas dos palabras maquilladas con un mucho final esperaba una respuesta. Ella os va a decir que no, va a insistir en que la creáis y os va a acabar convenciendo de que no le importa que el silencio en aquel instante se apoderara de la habitación, pero en el rincón más profundo y escondido de su corazón, se la escuchó llorar. He sonado ridícula, pensó, no volveré a decirlo. Le había costado tanto pronunciar esas dos palabras después de todo, que quizás esperaba una respuesta. Un y yo también, o un yo más. Algo que le hiciera pensar que no estaba loca. Pero tal vez sí estuviera loca, y esa noche se fue a dormir abrazada a un cojín cualquiera, hecha un ovillo. Cerró los ojos con fuerza para dormirse deprisa y olvidar, al día siguiente, que había dicho eso. No quería sentirse tan frágil, por eso decidió construir un muro, no volver a expresarse de ese modo. Tal vez diga demasiado, quizás debería guardármelo para mí. Esa noche a las cuatro seguían siendo las dos y aunque amaneció, se quedó en el cielo la noche. Las agujas del reloj empujaron uno a uno sus temores, por lo que decidió bailar con cada uno de ellos. Ninguno se movía lo suficientemente rápido, así que cuando todos pretendían atraparla ella ya se había refugiado en su pequeña fortaleza. Desde aquí no van a poder darme, quiso creer, estoy tan alta, tan protegida, que nadie va a saber jamás que aquel día me rompí un poquito. Y quizás nadie nunca vaya a saber cuán alto es el muro que necesita una cobarde para no hacerle frente a sus propias emociones. Nadie excepto él, que aquella noche sí pudo ver en sus ojos la vergüenza y el temor, la fragilidad de sus palabras, el arrepentimiento ante el silencio. La noche en la que contempló cómo ella subía hacia su fortaleza y se quedó mirándola desde abajo, con la boca un poco abierta y la voz muda. Con el corazón en la mano y sin probar fortuna. 

domingo, 2 de febrero de 2020

Y ella se quedó con las manos vacías y la espalda rota. Con el ritmo torcido y las ganas tontas. Noche en vela, madrugada certera. Comprendió que era una idiota.

Ya me gustaría

 Es casi inconsciente este pensamiento recurrente que me atraviesa. Me cuento y les cuento que no es para tanto y lo cierto es que soy dos p...