viernes, 14 de mayo de 2021

Granada

 

10 horas y media concentradas en un cóctel de rumba, gritos de ilusión y carcajadas. Son 21 en total, pero parecen pocas. La ciudad nos acoge y nos arropa, cuando camino por esas calles siento que hemos estado allí antes, aunque sé que yo jamás las había pisado. La lluvia se despide y bajo un barato paraguas nos alejamos del centro. No cabe más ilusión en mi rostro cuando contemplo desde el mirador de San Nicolás la inmensa Alhambra. Nunca he vivido un lunes con tanta intensidad, nunca he madrugado con tantas ganas, ni he escuchado tan cerca cómo alguien (me) canta (al oído). Pasa tan rápido que intento hacer fotografías mentales a cada pestañeo, pero es imposible capturar el aire, las flores, tu olor. Me quedo con esas tres noches de confesiones: la primera, bajo una luz tenue en un bareto árabe, con dos copas de vino tinto (que nos parecía fuerte, hasta que nos llenamos del falafel y decidimos que era un manjar de los dioses). Te confesé que me daba miedo y te pusiste triste porque afirmaste que querías cuidarme. Yo te hablé de las fronteras, de las absurdas barreras y mi coraza de mentira; tú te viniste tan arriba, que en el momento más álgido de la noche, te faltó poco para decirle al camarero que cenara con nosotros. Nos llenamos la panza de té de frambuesa; el postre nos lo comimos en la habitación, tras dejar el coche en medio de la nada. La segunda noche la pasamos en una terraza del Albaicín, con dos Alhambras en mano y unas hamburguesas que tardamos siglos en devorar. Aquella fue la noche en la que bajaste la guardia: Después de esto, ya puedes deshacerte de la coraza. Y me hablaste de ti, del pasado, de los rotos, los huecos y las taras. Y respiré tranquila, no porque tu dolor me consolara (nada más lejos de la realidad), sino porque entendí tus grietas y me diste menos miedo. Aquella noche caímos rendidos, pero la pasión nos abrazó con fuerza. La tercera fue la mejor: la noche de despedida, las tapas perdidas cerca del mirador, las muchas cervezas y esa copa tan grande de vino que culminó y nos sacó los colores. Comimos dulces mientras contemplábamos uno de los artes que nos une: la música. Es por bulería. Te miraba de vez en cuando y la ilusión escrita en tus pupilas me contagiaba. Mirabas con inocencia, como un niño sorprendido cuando tira la primera piedra al río y la ve dibujar círculos en el agua. Nos brillaban los ojos, te cogí alguna vez la mano. Aquella noche me dijiste: te estás enamorando. Y aunque nunca te dije que sí, tampoco te dije que no, porque una parte de mí se sentía una pizca más blanda. El vino, la música y tu voz nos regaló una vuelta al hotel bastante animada, y de camino al coche, me enseñaste a tocar las palmas. Me cantaste en el oído y con una patada flamenca, escribiste en aquella noche el recuerdo de un día perfecto. Si sales a cantar al escenario con ellos harás de este viaje algo inolvidable. No te hizo falta subirte al escenario, ya no olvidaré cómo me cogiste antes de bajar las escaleras, me agarraste con fuerza las piernas y a horcajadas te besé. Ay, que te estás enamorando...Lo de la coraza es más falso...

Tampoco lo negué. Esa noche fue el amor el que nos hizo a nosotros. Tus ojos, desde abajo, tu caricia honesta. No sé si lo dije en voz alta, pero a mí también me encanta estar contigo. 

Me jode admitir que bajé por unos segundos la guardia, pero ya dice Marwan que es mejor no abrir al amor con la cadena echada, porque después echamos de menos lo que nunca pasa. Decidí, en aquel momento, o quizás fue mucho antes, en el ataque de risa, al ver el toro en la montaña de lejos, que ya no pondría barreras entre nosotros. Pisé Granada ya sabiéndolo. Volví a Barcelona entendiendo que no me dejaría llevar más por el miedo. Esas tres noches han abierto habitaciones que había cerrado con llave hacía mucho tiempo. Y es normal que te entre el vértigo al asomarte a lugares en los que tanto habías sufrido mucho antes.


Gracias por decirme- sin decírmelo- que no deje puertas cerradas en este pequeño habitáculo. Y por dejar así que entre la luz. Y sí, tenías razón, ya me has descubierto. Soy una jodida cursi. 

miércoles, 5 de mayo de 2021

Ser feliz...

 Un mes después aquí estoy, serena y sin calma. Preguntándomelo todo, temiendo respuestas. Yo nunca he sido de las que se lo piensan, siempre me até bien las cuerdas, rodeándome la cintura, antes de saltar al vacío. Sabiendo que mi alma kamikaze iba a disfrutar del desafío, arañando la vida, agarrándome a la incertidumbre. He necesitado kilos de entrega, puñados de desencanto y más de 500 noches de escritura para sentir, por primera vez en mucho tiempo, que no debo bajar la guardia. Cubrirme los ojos con las manos, como diría La Oreja de Van Gogh, y ver entre mis dedos lo que tengo delante. ¿Cómo sentirse libre en nuestras decisiones cuando habla nuestro dolor? Se proyectan en los demás nuestros miedos, los vestimos con los monstruos de nuestro pasado, les achacamos comportamientos que no han tenido, dolores que no nos han causado, para no reconocer que estamos muertos de miedo. Juzgamos mal y pronto, nos revolucionamos y nos lanzamos al vacío. Tengo miedo. Estoy muerta de miedo. Quiero que me salven de tomar decisiones, a la vez que siento ganas de tomarlas. Vuelven a mí fantasmas del pasado en forma de susurros que me aseguran que va a volver a pasar lo mismo. ¿Cómo les digo que no quiero saber nada de ellos? ¿Cómo les explico que lo mismo suena a desdén y delirio? 

Ahora que estoy mejor que nunca, que me amo y me miro al espejo orgullosa, ahora que levanto la cabeza y ya no agacho mi flequillo cuando cruzo carreteras, ahora que siento alegría plena, me da miedo que alguien pueda hacer temblar mis cimientos y yo sienta que no vale la pena luchar por una guerra que nunca me perteneció. Ya no soy la mujer de las mil batallas, ni ese soldado caído que espera, porque ante la magnitud de aquello que no llegaba nunca yo acabé yéndome donde siempre. Y el puerto está cansado de que lo pise con las suelas viejas de unas victoria, y esas rocas están hartas de verme escribir durante horas; la gente me compadece si ahogo mis penas en el mar de la ciudad que me dio la vida, mi guitarra aún llora cuando le hablo de mis sombras. Sé que ella tampoco superó nunca las partidas, las huidas, la supervivencia. Me vio rajada, rota y desgastada; fingiendo, gimiendo y llorando. Me vio feliz, como nunca nadie me ha visto, sosteniéndola entre mis brazos como aquel que cuida de delicados lirios. Aquella noche la bañé de Elvis, la vestí con locura, y no me arrepiento. 

Dios - si está ahí, cosa que dudo - lo sabe. Habría matado por tocar en nombre de Elvis muchas noches más. Pero fue todo un sueño soñado, desperté rápidamente, sucumbí y me quedé con la pena en el pecho clavada. He necesitado cambiar de guitarra para dejar de llorar. Y eso solo lo saben estas cuatro paredes que me refugiaron tantos años de tantas cicatrices. 

No construiré más puentes. No puedo. Creo que iré nadando, la próxima vez. O remando.




No quiero tener que pasar por nada de aquello de nuevo. Quiero - y qué básico va a sonar este deseo- ser feliz.


martes, 4 de mayo de 2021

Como si un presentimiento me acogiese,

dejo el peso muerto en esta cama.

No sé qué busco tanto en ese techo

ni sé por qué me mira mi pasado.


Creo que tengo miedo y no confío 

porque en el momento en que baje la guardia 

volverá a mi piel el eterno desafío 

de reconocerme en el reflejo de una extraña.


No sé si puedo decepcionarme de ese modo 

de nuevo 

de siempre

de mí,

de esto.



Ya me gustaría

 Es casi inconsciente este pensamiento recurrente que me atraviesa. Me cuento y les cuento que no es para tanto y lo cierto es que soy dos p...