De esas cenizas que, mojadas, se te pegan al cuerpo.
Cansadas de mancharse.
No han cicatrizado muy bien,
y se nublan.
A veces esperan encenderse de nuevo
y la desilusión las condena cuando
a la mínima que gira su viento
se apagan por decimocuarta vez.
No vaya a romperme usted también el corazón,
déjeme que le explique que me llevará tiempo abrirlo,
que no me ayuda su ausencia,
que si me quiere usted conocer deberá besarme la mano de nuevo.
Por favor, hágame confiar,
sáqueme de aquí,
de este pozo de negatividad que está muy lejos de mí,
demuéstreme que no soy solo un puñado de miedos,
ayúdeme.
Estoy temblando, por eso me alejo,
por eso aprieto el cuerpo a esta pared helada
y le digo que no me atrevo.
Me entiende, ¿verdad?
Me da miedo, le estoy abriendo mi camisa
mis temores, mi pasado y mi tiempo,
le estoy dando todas esas cosas,
y usted me confunde,
se aleja, a ratos,
me hace pensar que sí y también que no.
¿Tiene miedo? - ¿más que yo?
¿Es eso posible?
Si va a jugar conmigo, dígamelo. Aléjese, sea claro,
preciso,
dibújeme las coordenadas exactas de la huida,
déjeme que me la aprenda, reconózcalo.
Y si en cambio quiere bailar conmigo hoy,
en esta ciudad ruinosa y oscura,
agárreme del brazo, como tantas otras noches
y repítame que quiere verme de nuevo.
Yo no saldré corriendo,
tal vez- y solo tal vez- dude unos segundos,
y me piense fríamente si debo agarrarle la mano
y después,
y créame que es así como lo cuento,
lo haré.
Le dedicaré una sonrisa grande
acabaré con todos estos muros
y un sí me dibujará la risa.
Pero para que eso ocurra usted tiene que ser sincero
y hablarme de frente.
Y dejarse los miedos en casa,
porque la última vez que alguien los trajo a este baile,
acabaron pisándome los pies.
Y ya sabe usted lo que duele bailar con los pies destrozados.
Permítame el lujo de que las cosas salgan bien. Y estaré aquí para usted.
Tiene mi palabra.