viernes, 7 de agosto de 2020

Hasta que me lo pediste

 Creía que nunca iba a ver las cosas de este modo. Puede que no haya querido darme cuenta, que viviera ciega, tapándome las orejas. Defendí lo que me pareció indefenso, y al final descubrí que simplemente era indefendible. No pude sostenerte más. Me rendí, asumí mi papel (que siempre fue el de mujer invencible que chocaba contra tus muros) y te dejé ir. Después de ocho años. Después de eternas luchas, de victorias agridulces, de tiempo invertido (que todos dicen que perdí, pero que yo sigo pensando que de algún modo valió la pena). No fue la continuidad, la certidumbre ni el amor nuestro fuerte (desde luego, no el tuyo), pero en todo momento pensé que quizás eras tú. Ya sabes, la persona de mi vida, el chico que siempre recordaría. Ingenuidad en estado puro. Cuánto ha hecho falta para darme cuenta de cómo son las cosas. El tiempo o, sobre todo, tú, me enseñaste que estaba caminando a ciegas cerca de precipicios. Fue dura la caída; y es cierto que la primera lo fue mucho más, pero la última rompió algo que no sé explicar. Esa fe ciega que tenía en ti, quizás mi autodeterminación, que me empujó siempre a creer que algún día les dirías a todos que había algo entre nosotros...No sé qué fue, pero se desvaneció. Me sentí extranjera dentro de mis recuerdos, esos que, vagamente, se alejaban para recordarme que soy muy distinta a aquella chica dulce que conociste tiempo atrás. Me empeñé, con tanta fuerza, en que te quedaras, sin descubrir qué era lo que mi corazón me decía. Y él lo tenía muy claro: ibas a irte. No pude ni quise retenerte. Quizás es lo mejor que podríamos haber hecho, despedirnos. Al final, tus metas eran otras, y desde luego, y aunque al principio dijeras que no, el único problema que había entre tú y yo era que éramos tú y yo. No pudiste con esa diferencia que nos separaba. La diferencia entre tú y yo fue creciendo, y lo que al principio eran solo costumbres, personalidad y viento, se convirtió en desolación y descosidos. Quizás era un final que debió haberse cerrado hace demasiado tiempo y yo luché por leer el mismo libro una y otra vez con la esperanza de encontrar un final distinto. Pero, después de tres veces leídas, siempre es el mismo: yo jugándome la piel por salvarte y tú huyendo contra todo pronóstico. 

No hubo perdices para este cuento, quizás fue fugaz en el tiempo y esta galaxia no sostenga más un solo rayo de luz que venga de nosotros. Puede que perdiésemos el tren, que nos hubiésemos herido tanto que nada pudiera salvarnos. Volví a confiar en ti como una niña que no sabe la verdad, y yo que me río de la fe ciega de los creyentes, alzando mi atea bandera le recé a tu suerte. Pero ella nunca respondió 

Que te vaya bonito y nos recuerdes de ese modo imprudente en el que se recuerda la pólvora mojada sobre la ropa blanca. Que seamos solo una mancha más en nuestras historias y que la vida nos haga saber el uno del otro: tal vez pasees con un niño que tenga tus ojos, y yo quizás me subo a un escenario y puedas oírme. Nos deparan vuelos insólitos a lugares impredecibles. Yo recordaré que un día dijiste que habrá cosas que siempre tendremos presentes mientras la risa se disuelve. Y con el tiempo, los escombros y los rotos irán encontrando salida en este mundo loco que no pudo acogerte.


Que te vaya bien bonito, porque de corazón deseo que nunca más haya dolor en tus comisuras, ni presión en tu pecho, ni te asalten las dudas. Y ojalá la encuentres y sea tan diferente a mí que te parezca solo un sueño que viviste lo que mis manos sostuvieron los días grises en los que recogerte fue una labor casi imposible 

        que nunca di por perdida

                                        hasta que me lo pediste.

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