domingo, 28 de julio de 2019

Fotografía: S. Herranz.

En el vértice. Justo en ese punto, premeditadamente en el centro. Al principio es hielo puro que sorprende al impactar, que eriza la piel, que levanta tempestades. Después es abrasador, se desliza en mí, me recorre y salpica. Soy solo un ser humano, soy solo piedra tallada que pretende ser inquebrantable. En el fondo es solo mi armadura, ojalá pudiera ser fuerte sin ella. Ojalá existir en la medida en que respiro, ojalá no verme pequeña, sentirme diminuta y saberme insignificante. Solo un trozo de escarcha en una sucia carretera, solo un pedazo de hielo que se ha hecho tan duro que va a tardar siglos en deshacerse. Ojalá pare esta nieve y pueda seguir caminando, ojalá viajar por el hueco de esa esperanza que guardé en mi caja fuerte, esa que solo abro en casos de incendio. Me estoy quemando y no os dais ni cuenta, desaparezco y seguís dándome la espalda, me consumo y seguís sin pestañear. ¿Si yo os estoy mirando a todos, por qué vosotros habéis dejado de verme?

martes, 23 de julio de 2019

Me hacía ilusión que por fin sucediera. Quizás se me notó demasiado. Tal vez sigo siendo esa niña que tiene océanos de fe en la mirada. Ojalá supieras lo que hay en mi mente, aunque sé que ya lo sabes. En el fondo nos conocemos tanto, que adivino que ya me has adivinado. Soy una pieza evidente de un puzzle acabado, tú el misterio hecho abrazo. Puede que demasiado soñadora para haber vivido bajo tantas tormentas; pero, ¿quién sería yo si no tirara de tu brazo y te arrastrara conmigo a intentarlo? ¿qué sería de mí sin tus bromas que acaban haciéndonos estallar de risa? ¿qué sería de nosotros sin la torpeza y el desastre? ¿qué gracia tendría si la vida nos lo hubiese puesto todo fácil? ¿Qué sería de mí sin tu miedo? ¿Qué sería de mi miedo sin tus manos? ¿Y quién podría haberlo intentado con tanta fuerza, si no fuésemos tú y yo? 

Tal vez aquel anuncio tuviese razón y las cosas buenas nunca cambien. 

martes, 16 de julio de 2019

No puedo dormir. Supongo que da igual, tengo tantos nudos en la garganta que no sé ni por dónde empezar a deshacerlos. Hay cosas que duelen. A veces duele como una herida sin cicatrizar, otras veces es como una patada en el estómago; la peor, quizás, es la hostia de realidad. Esa te la da la vida y le importa bien poco el momento en el que estés. Me he dado cuenta de muchas cosas esta noche, cosas que reservaré para mí,  cosas que quizás la vida me está devolviendo por todas esas veces en las que fallé.  Sobre todo a mí. Hay acciones injustificables, y yo siempre pretendo justificar todo lo que me duele, encontrarle un motivo o una explicación para transformarlo. Pero hoy no. Hoy esto va de verdades, y tal vez sea en los pequeños detalles, en esos minúsculos detalles, donde he visto reflejada mi realidad. Dolía menos cuando fingía que no era para tanto, debo reconocerlo, pero tal vez lleve demasiado tiempo viviendo en una mentira que me he construido para no hacerle frente a mi verdad. Qué áspera se ha vuelto de repente, sumida en una oscuridad que deslumbra. Me duele mucho el corazón, pero voy a llevarlo en silencio. Es el castigo del cobarde, llevarse el corazón a un lado, apartarlo, no dejarle hablar.
Nunca sale bien cuando habla. Nunca nada saldrá bien. Lo peor es que yo ya lo sabía, pero me dije a mí misma que era mucho mejor ignorarlo todo. Nunca más voy a despejarme de los miedos, nunca más voy a quedarme desnuda. Nunca más puedo permitirme pensar que al otro lado hay camino, que puedo cruzar tranquila, que no me haré daño. Nunca más me voy a permitir el lujo de dejarme llevar, porque cada vez que lo intento recibo silencio. Y el silencio, esta noche, entre lágrimas y sed, me está dejando sin fe.

Ojalá acabar con este insomnio. Ojalá dormirme en minutos. Ojalá todo fuese un mal sueño. Pero este sigue siendo mi mundo y yo sigo siendo pequeña.
- ¿Por qué no te rindes ya? 
- Supongo que aún espero imposibles.
- Defensora de lo absurdo y amante de las causas perdidas.
- Puede que esta noche sí que venga.
- Eso llevas diciendo cuarenta y tres tardes, nunca aparece.
- ¿En qué momento llegué a pensar que sí lo haría? - espetó abatida. 
- Te dije que cerraras el ventanal- le recordó.
- Pero lo dejé entreabierto por si quería volver a verme.
- ¿Qué te hace pensar que llegará en la noche cuarenta y cuatro si no se ha presentado las cuarenta y tres anteriores? Cuando quieres alcanzar algo, cuando deseas o anhelas, tardas bien poco en llegar.
- ¿Así de fácil? ¿O blanco o negro?
- Así de fácil - puso cara de sabio. 
- Entonces supongo que no soy tan importante.
- Hace frío, deberías cerrar ya- dijo, pretendiendo dejar de darle importancia.
- Tienes razón, creo que voy a cerrar.
Se levantó y cerró con fuerza el ventanal. Tiró de las cortinas, y la poca luz que las estrellas dejaban en los cristales desapareció. Él frunció ligeramente el ceño y se encogió de hombros. Ella se fue a dormir sintiendo que el corazón le pesaba quinientos kilos más. Esa noche fue la más triste de su vida, por primera vez en semanas, la luna no se reflejaba en su tocador. Las estrellas no le salpicaron los muslos aquella madrugada, ni escuchó el ronquido de los pájaros. Se congeló el tiempo, sabía que ya no habría marcha atrás y que, si algún día él volvía, se encontraría el ventanal cerrado. Las horas se sintieron como años, los días pasaron como siglos, y jamás volvió a abrir el ventanal. Le daba miedo pensar que él jamás había regresado. Hubo una mañana calurosa de verano en la que recordó unos versos de Benedetti que la habían ayudado a entenderse:

Ojalá nunca hayas leído nada de lo que te he escrito, porque me destrozaría saber que a pesar de eso no me has buscado.

Puede que él jamás hubiese leído nada de lo que ella le escribió; o puede que lo hubiese leído todo, letra a letra, respiro a respiro, y aun así, jamás hubiera vuelto a buscarla. Y fue ese pensamiento el que le dio vértigo. Pensar que él lo sabía todo y aun así jamás volvió a abrazarla. La indiferencia le hizo sentir pequeña, la culpa le hizo sentir despreciada; el silencio, cobarde. 

miércoles, 10 de julio de 2019

Con las manos enteras y el pecho medio lleno se dio la vuelta. El mundo le sobraba, le faltaba el aire. Si solo la hubieras mirado una vez, te habrías dado cuenta. Suspiró al entrar en casa, dejó las llaves en la repisa del recibidor y se tiró en la cama sin pensar siquiera en quitarse los zapatos. No desbloqueó el móvil, no esperaba que nadie le hablase. Tampoco tú. Se desabrochó - como pudo- el sujetador y lo lanzó al aire. Puede que cayera en la mesa del escritorio. Si hubieses estado en esa cama, lo sabrías. Se apartó el flequillo de la cara, cogió los auriculares que había dejado en la mesita de noche y le dio al play. La lista de reproducción contenía música solo apta para día grisáceos. A ti no te gustan esas canciones, pero a ella le ayudan a cicatrizar. Cantó con los ojos cerrados, cantó hasta desafinar, hasta desgarrarse la garganta. Cantó y lloró, lloró mientras cantaba. Habrías secado sus lágrimas, puede que incluso la abrazaras. Puede que se te hubiese roto el alma, de haber estado allí. Pero no la viste, porque no estuviste, porque no querías mirar. Ojalá te hubieses enamorado de ella, como ella lo hizo de tu piel costera y tus labios rectos, como ella lo hizo de tus manos salvadoras y tu espíritu calmado. Ojalá la hubieses visto aquel día, cuando se despertó sudando tras las pesadillas, cuando creyó estar viviendo en un sueño. Pero tú no estabas allí, ¿tú dónde estabas? 
Se durmió tras dos horas de vueltas infinitas, de un lado a otro de la cama, no miró el móvil ni una vez. Ella no era como esos seres conectados a aparatos de bolsillo, llevaba horas sin necesitar la aprobación de nadie, sin dejarse caer por las redes.  Cuando consiguió perder el norte la encontró el sur para recordarle que había sueños que nunca se lograban alcanzar. La frustración le cargó la espalda y al despertarse lo hizo despacio, poco a poco, con cuidado, para no despedazarse. 
¿De haber estado allí le habrías dicho que todo saldría bien? 
Ella no sabía que todo iba a salir bien. ¿Todo ha salido bien? ¿Y tú has podido verlo? 




jueves, 4 de julio de 2019

Me encojo de hombros, y ante el infinito de esta ciudad oscura, dejo caer mi peso sobre esta silla de madera diminuta. Un balcón limitado y un cielo cortado por edificios impares. El silencio permanente de la noche, el susurro del aire esperándome. Café en mano, sueño en hombros. Se me están secando las heridas. Quizás me acobarda tenerlo tan claro, que tú no lo sepas. Puede que mis ojos esperen la señal de salida y que la meta sea dejar de temer a las caídas. ¿Pero quién no va a temerle a su destino? Si de cuatro veces que lo intento fallo cinco. Es por eso que he dejado eso de luchar a los demás, a mí se me da mal cuidar hasta de mí misma. Quizás algún día vengas aquí y no te sientes lejos, quizás un día, tras un gesto, un susurro o un pequeño mordisco me digas que vas a quedarte y te quedes.
Mientras tanto, me quedaré tras el muro, protegida del cielo, de la inmensidad del tiempo, de la ilusión, del miedo. 

miércoles, 3 de julio de 2019

Si estiras un poco el brazo puedes alcanzarme, si tocas mi mejilla puedes entenderlo, si escuchas los pasos puedes comprender qué lejos estoy de decirlo. Puede que espere la señal de salida, puede que dé la cursa por perdida, porque nunca fui de las que llegan primeras, porque la única medalla que conseguí fue la del perdón y la compasión del vencedor, que mira condescendiente mis logros. Te quiero, pero evito a toda costa el silencio que pueda formarse en el espacio tiempo que compartamos cuando esas palabras se escapen de mi boca. Por eso seguiré dejándome vencer, por eso seguiré haciéndome la loca. Ojalá al menos uno de los dos no le hubiese cogido miedo a los precipicios. 

lunes, 1 de julio de 2019

Ya me gustaría

 Es casi inconsciente este pensamiento recurrente que me atraviesa. Me cuento y les cuento que no es para tanto y lo cierto es que soy dos p...