martes, 16 de julio de 2019

- ¿Por qué no te rindes ya? 
- Supongo que aún espero imposibles.
- Defensora de lo absurdo y amante de las causas perdidas.
- Puede que esta noche sí que venga.
- Eso llevas diciendo cuarenta y tres tardes, nunca aparece.
- ¿En qué momento llegué a pensar que sí lo haría? - espetó abatida. 
- Te dije que cerraras el ventanal- le recordó.
- Pero lo dejé entreabierto por si quería volver a verme.
- ¿Qué te hace pensar que llegará en la noche cuarenta y cuatro si no se ha presentado las cuarenta y tres anteriores? Cuando quieres alcanzar algo, cuando deseas o anhelas, tardas bien poco en llegar.
- ¿Así de fácil? ¿O blanco o negro?
- Así de fácil - puso cara de sabio. 
- Entonces supongo que no soy tan importante.
- Hace frío, deberías cerrar ya- dijo, pretendiendo dejar de darle importancia.
- Tienes razón, creo que voy a cerrar.
Se levantó y cerró con fuerza el ventanal. Tiró de las cortinas, y la poca luz que las estrellas dejaban en los cristales desapareció. Él frunció ligeramente el ceño y se encogió de hombros. Ella se fue a dormir sintiendo que el corazón le pesaba quinientos kilos más. Esa noche fue la más triste de su vida, por primera vez en semanas, la luna no se reflejaba en su tocador. Las estrellas no le salpicaron los muslos aquella madrugada, ni escuchó el ronquido de los pájaros. Se congeló el tiempo, sabía que ya no habría marcha atrás y que, si algún día él volvía, se encontraría el ventanal cerrado. Las horas se sintieron como años, los días pasaron como siglos, y jamás volvió a abrir el ventanal. Le daba miedo pensar que él jamás había regresado. Hubo una mañana calurosa de verano en la que recordó unos versos de Benedetti que la habían ayudado a entenderse:

Ojalá nunca hayas leído nada de lo que te he escrito, porque me destrozaría saber que a pesar de eso no me has buscado.

Puede que él jamás hubiese leído nada de lo que ella le escribió; o puede que lo hubiese leído todo, letra a letra, respiro a respiro, y aun así, jamás hubiera vuelto a buscarla. Y fue ese pensamiento el que le dio vértigo. Pensar que él lo sabía todo y aun así jamás volvió a abrazarla. La indiferencia le hizo sentir pequeña, la culpa le hizo sentir despreciada; el silencio, cobarde. 

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