martes, 29 de septiembre de 2020

Y memoria

 En mi pecho habita una voz insólita que me grita a menudo que me calme. Es una voz ajena, casi ronca, que no se parece a la voz que utilizo para leer, ni para pensar, ni para hablar. Es diferente. Nace en mí, echa raíces, me envuelve entre sus ramas, se desliza por mis costillas, aprieta. En ocasiones también aprieta. Aprieta mucho. Hasta dejarme -casi- sin aire. Y entonces me suelta, me libera, me abandona. Es la voz de los patrones que sigo siempre y que no me llevan a ninguna parte, la melodía rencorosa de mis fracasos, la intranquilidad personificada que me habla mirándome a los ojos. Tan cerca, está tan cerca, que su aliento me roza las mejillas. El no vas a poder y el nada cambiará me somete, y mis pensamientos negativos se acumulan en la puerta. No puedo salir. No sé salir. ¿Quiero salir? Es complejo. Se mezclan las emociones, se fusionan y hablan sin querer. No necesito verlo todo claro para saber lo que quiero, pero sí necesito ver la verdad para saber qué me espera. Si sigo los mismos pasos de siempre llegaré al camino de siempre, y si cambio mi rumbo, si me arriesgo a adentrarme en el bosque oscuro y salvaje, puede que acabe en un lugar peor. ¿Es mejor malo conocido a bueno por conocer? No. ¿Cómo va a ser bueno algo malo? ¿Cómo renunciar a libros nuevos si conoces de memoria el final de tu libro favorito? ¿Cómo renuncias a tu libro favorito que siguió siéndolo incluso después de leer el final?

Sabía cómo acabaría y volví a leerlo. ¿Puede haber algo más masoquista que el ser humano y su empeño en transformar lo tangible? ¿Alguien más despreciable que aquel que ama por encima de sus posibilidades? ¿Puede haber algo peor que tirarse por el mismo precipicio a sabiendas de que no habría agua al caer? ¿Aun sabiendo que las rocas volverían a partirme en dos? 

Me he empeñado siempre en cambiar el final de la historia, pero nadie se preocupó jamás de reescribirla. Me abandoné y me abandonaron a las páginas de siempre, cuando tal vez,  y solo tal vez, podría haber escrito uno nuevo. Pero fui muy ingenua, solo de pensarlo ya lo estaba siendo, El Quijote no sería lo que es si el caballero no hubiese muerto, si no se hubiese resignado, si no hubiese abandonado. No pretendo excederme al comparar mi historia con uno de los grandes de la literatura que consumo desde pequeña, pero me imagino que con mi corazón pasó algo parecido: tenía que cerrar rompiéndome, porque al romperme hice historia.

Y las grandes historias se recuerdan por muchas cosas, pero por encima de todo, por los agujeros que nos hacen, por las heridas que no cierran, por el dolor que instalan en nuestros corazones. La indiferencia lleva al olvido y el olvido a la felicidad; pero el ser humano - el estúpido ser humano- siempre elegirá ser recordado. 








Aunque eso suponga sufrimiento y memoria. 

domingo, 27 de septiembre de 2020

Viajes

Volver a casa y sentir que el frío ha llegado.


Creo que todos los viajes nos cambian. Por pequeños que sean.

viernes, 25 de septiembre de 2020

48h

 Escribo casi por inercia. 48 horas pueden ser un suspiro o verse encarceladas en una sombra. En mi caso me persigue un manto de inseguridad y miedo que lleva seis letras. Ojalá no sentirme así, pero es tan difícil encontrarme segura entre tantas tormentas. Me está costando tanto confiar, es como si no estuvieras. No estás. Realmente no lo estás. Y qué bien que pueda darme cuenta. 

Ojalá vengas a buscarme y me digas que todo valdrá la pena. Que no habrá miedo, ni tormenta, ni desdicha, ni el roto o descosido que deja la duda.

Dime que tú no te irías. Y no te vayas.

miércoles, 23 de septiembre de 2020

Noches lejos de mi cama y de ti

 No puedo dejarme llevar por la emoción,

no es el camino, no este nuevo.
Prefiero llevar conmigo la desilusión
por si, al fallar, otra vez pierdo.

Que he estado antes en lugares parecidos
y me condena el sabor triste del pasado,
escurridizo y truncado,
que pasa entre mis dedos.

Así que esta vez no, no puedo.
Me alejaré, paseando, tal vez,
con la calma del que lo intenta,
y no consigue convencer.

Está bien, si lo di todo, está bien.
Solo queda el consuelo del billete de vuelta.
De nuevo en casa, de nuevo en mí,
mirando la pared manchada de tiempo.

Me voy, tranquilo, voy a hacerlo.
Y tal vez así me preguntes hacia dónde voy,
y si se me olvida, no contesto.
Y quizás así te acuerdes de mi voz.

Todas tus palabras suenan huecas
cuando en tus acciones reflejas
lo lejos que pareces estar hoy,
de esta cama y esta tierra.

En Marte habita tu planeta,
y en el rojo intenso vives
ajeno y dentro de toda guerra,
disimulando con tus ojos linces.

Tal vez otro día,
hoy no será,
hallaré respuesta.

lunes, 21 de septiembre de 2020

Fue julio, si no recuerdo mal (claro que no)

Intento no involucrarme - como si eso pudiera decidirse- y mantenerme al margen de ti. De mí contigo, de ti conmigo. De esto que sostengo entre las manos. Un café con hielo que no consigue paralizarme ni mucho menos enfriarme. De tu risa, tus payasadas y mi mirada de luciérnaga clavada en tus pupilas. Vacilas al moverte como si supieras el poder que ejerces sobre todo tu alrededor. No sé cómo coño no se han girado todos a mirarte cuando has entrado por la puerta. Sin duda, yo lo he hecho. Los auriculares colgando, tu media sonrisa disimulada por tu barba y tus grandes ojos fijos saludando tranquilos. Estás guapo, como siempre, pero hoy especialmente. Es como si te hubieran regado antes de venir, como si florecieras. Tienes un buen día, se te nota, tus pómulos son color melocotón. Te he dicho ya que estás muy guapo, ¿no? No, solo lo he pensado. Como el otro noventa por ciento de cosas que se me pasan por la cabeza y no te digo. Supongo que una parte de mí espera algo. Una señal, tal vez. Un disparo de salida que me advierta de que ya no es una locura hablarte de magia. Espero a que seas tú el que empiece a delirar y baje la guardia, el que relaje la pose expectante y se desnude. Parece tan fácil cuando lo dices tú. Cuando hablas de cualquier cosa sobre la que yo no sé suficiente, cuando escuchas sin entender una palabra de lo que digo, o de repente me sorprendes haciendo una afirmación tan rotunda y tajante que tambaleas los cimientos más firmes de mi mente. Esos sobre los que he construido mis nunca, mis siempre, mis ni de coña. Me veo tan ajena a mí, en ocasiones, tan fuera de esa pose dura que me he fabricado a medida desde que las desilusiones me cosen los años a la espalda, que me quedo helada. Casi no me reconozco. Es como si alguien hubiese tirado de mí y me hubiese dejado en el mismo nivel inocente en el que estuve aquella primera vez, cuando colgándome una mochila a la espalda, crucé el umbral llena de ilusiones. ¿Es posible que una versión menos joven y más sabia de mí se haya apoderado de este cuerpo?  Me contemplo casi entera, que ya es suficiente para los tiempos que corren. Estoy sonriendo, ¿lo ves? Y me da vergüenza lo que dices, porque de repente soy esa joven tímida, porque la cara que le había echado estos años a la vida se ha convertido en una careta de la que despojarme. Con ella han caído todos mis miedos. Y aquí estoy, cien por cien, llena de experiencias que me recuerdan que la vida no es maravillosa, pero también que me empujan a ser la que soy hoy. 

- Voy a besarte- digo casi para mis adentros. 

No respondes y por eso lo hago. No respondes y por eso salto. No respondes, pero me besas. Porque antes de que yo haya pronunciado esas letras - que jamás llegan a salir de mi boca- tú ya estás justo delante callando mis labios, sellando esas copas (que no llevamos de más, lo juro).

Y vuelves a dejarme en ese punto cero desde el que no encuentro ni mi juicio ni mi chaqueta. Y pienso: qué más da. Esta noche no los voy a necesitar. 

sábado, 19 de septiembre de 2020

Una despedida

 No se me ocurre despedida más acertada, más triste ni más real que la que se describe en esta canción. 


Parece que la hayan escrito para mí.





5 microrrelatos (parte III)


Parte I

Parte II


11.“El invierno era la única estación en la que podíamos estar juntos”.

Nunca te he contado esta historia, ¿verdad?. Él pasaba casi todo el año con su familia, en la ciudad. Vivía cerca de la playa, rodeado de gente. Su familia cada invierno, a mediados de diciembre, hacía sus maletas y volvían aquí hasta la llegada del buen tiempo. Eran los cuatro meses más maravillosos del mundo. Vivía en una cabaña muy cerca de aquí, justo al lado de la gran casa de árbol. Quedábamos para leer, encendíamos velas y pasábamos horas mirándonos de reojo, sin decir nada. Al final siempre encontrábamos una excusa para romper a reír y contarnos todo lo que habíamos hecho durante el resto del año; al fin y al cabo el invierno era la única estación en la que podíamos estar juntos”. “¿Por eso dices siempre que el invierno es tu estación favorita, mamá?”. “Sí. Me trae buenos recuerdos. Pero ahora solo quedará en mi mente, él seguro que ni siquiera lo recuerda. Hace ya tantos años”.” El otro día, cuando estaba jugando con Marcos en la casa de árbol vino un señor. Parecía tener los ojos llenos de chispas, como si estuviese recordando cosas bonitas. ¿Te imaginas que fuese él, mami? ¿Te imaginas?”. 



                            12. Una historia titulada: “El destino del operador de telégrafo”

Saberlo era su destino, prevenirlo también, pero él no lo sabía. Se sentaba cada noche junto al telégrafo y recibía mensajes sin destinatario. Simples palabras que se mezclaban en su mente, complejos códigos que no conseguía entender. Se había encontrado el telégrafo cerca de casa y supo cómo hacerlo funcionar. Cada día recibía mensajes a mansalva; eran absurdos en apariencia, pero cuando se sentaba y los leía lentamente, cobraban sentido. “Mundo”. “Perdidos”. “Fin”. “Atención”. “Falta”. “Nosotros”. “Poco”. “Tiempo”. Esto es una idiotez. A veces, se sentaba en el sillón y leía un libro, intentando evadir ese sonido que le taladraba el cerebro. Tac-tac-tac. Tac-tac-tac. Y caía en la trampa. Lo leía siempre, y lo ordenaba sin esperanza. NO TIENE SENTIDO. Lo tuvo aquel domingo de mayo, cuando oyó un ruido que lo dejó sordo. Impactó contra el suelo y entonces lo supo: “Atención: falta poco tiempo. Es el fin del mundo. Estamos perdidos”. 



13. La vida de alguien adquiere un nuevo significado después de descubrir un árbol inusual.

Era fuerte, imperial, majestuoso. De sus ramas colgaban piedras preciosas que destellaban cuando las besaba el sol. Era el árbol más bonito que había visto en su vida y lo tenía justo delante. Roger se había adentrado en el bosque huyendo de los guardias, que lo perseguían por haber robado un par de manzanas y un panecillo. Cuando oyó que se acercaban, decidió colgarse la bolsa en la espalda y trepar por el árbol hasta llegar a la zona más alta. A medida que iba alejándose del suelo, el cielo iba cambiando de color. De repente, dejó de escuchar el ruido de los guardias. Solo podía escuchar el sonido de los pájaros, el crujido de las ramas tras su pisada y su respiración ya calmada. “Si saltas justo ahora, no te encontrarán”, le dijo una voz profunda. “Pero moriré”,respondió Roger, con temor. “Aquí no puedes morir”. “¿Dónde estoy?”. “Salta, Roger, o será demasiado tarde”. El pequeño saltó y descendió por el cielo como si fuese una pluma movida por el viento. Al llegar a tierra firme y abrir los ojos, contempló que el árbol había desaparecido y en su lugar solo habían quedado tres piedras preciosas.“Ha sido real”. 



14. Un marinero que vuelve a casa descubre que su mujer conocía cada detalle de su vida estando él fuera. 

Simbad había cometido un grave error casándose con la diosa Eris. Seducido por su cabello negro, liso y largo, por su caderas escandalosas y su cuello fino, se dejó enamorar y se casó sin apenas pensarlo. Empezó, días después, el viaje de su vida, que duraría seis meses. La despedida fue mágica, triste, entrañable. Eris lo echaría tanto de menos que utilizaría su oráculo mágico para conocer cada detalle de la aventura de su esposo. Vio cada desembarque, cada mujer que su marido besó, cada pieza de pollo de la que se alimentaba, cada tormenta. El dolor fue tan grande que no pudo soportarlo, y con su cuchillo de acero, se atravesó el corazón, dibujando antes una cruz en su pecho. Cuando Simbad regresó a casa vio a Eris tumbada en el suelo, con los ojos cerrados y el oráculo brillante donde se vio reflejado. Él rompió la promesa de serle fiel toda la vida y ella la de amarlo más allá de la muerte. 



                                                        15. Una plaga, un trozo de tiza y turquesa.

Todo empezó por ese maldito trozo de tiza, si no hubiera estado aquel día en aquel patio de colegio, no habríamos llegado hasta aquí. El polvo de la tiza atrajo a las moscas verdes de tal forma que en cuestión de segundos no quedó un ápice de cielo descubierto. El zumbido estridente y el aleteo constante de las moscas provocó que todos los niños se taparan rápido los oídos. Un simple tiza turquesa que Anabel se había guardado en el bolsillo en clase de matemáticas y que cayó al suelo de forma súbita mientras saltaba a la comba, cambió el destino de la humanidad, pues la plaga de moscas verdes no tardó más de dos días en invadir el planeta entero. Anabel, desde su habitación, miraba por la ventana y veía la desolación en cada farola encendida. “Yo solo quería jugar a la rayuela, mamá, yo solo quería jugar”. 

martes, 15 de septiembre de 2020

5 microrrelatos (parte II)

 Hace unos meses publiqué los 5 primeros microrrelatos, pero no llegué a publicar los otros 25, así que estos días intentaré subirlos.

Lee la primera parte (clic aquí)


                                                      6. Un globo, una pelota y balaustradas

Era un globo. Estaba seguro de que era un globo. Quizás, golpeado por el viento, se había perdido; había volado hasta cansarse y se había dejado caer. Lo veía cada día cuando salía al jardín, al otro lado de la calle. Rojo, brillante, imponente. Pasaban los días y nunca perdía su tamaño, parecía que por él no pasaba el tiempo. A veces, Marcos se asomaba de puntillas, siempre sin cruzar las balaustradas blancas que rodeaban su jardín, para mirarlo de cerca. Estaba convencido de que era un globo, así que una tarde de verano, cuando ya estaba a punto de anochecer, se armó de valor y saltó. Cruzó la calle corriendo, fijando su mirada en aquella esfera roja y perfecta. Como papá se entere, me matará. Tengo que ir aún más deprisa. Cuando llegó, la desilusión le pintó los ojos. Estaba tan convencido de que era un globo que había silenciado su sentido común. Aquello que miraba cada tarde, ansioso, no era un globo, era una pelota de goma que alguien había abandonado. Volvió derrotado a casa. Es curioso, pensó, lo mucho que idealizamos las cosas que no vemos de cerca, lo que nos recreamos imaginándolas, y cuando al fin contemplamos cómo son en realidad, las abandonamos como si jamás nos hubieran importado. 



7. Una clase de lengua para aliens

Pero no lo entiendo profe, ¿qué es tener mala leche?¿Que esté caducada?¿Y eso qué tiene que ver con el enfado? Y tampoco comprendo eso de los tres pueblos, ¿pasarme tres pueblos de qué? ¡Qué cosas más raras decís! ¿Que alguien está hasta en la sopa? ¿Y qué cojones tendrá que ver la sopa? O esa expresión tan rara que utilizáis...¿Cómo era? Ah, sí. ¡Cantar los cuarenta! ¿Por qué cantáis números? ¿Y los números qué tendrán que ver con regañar a alguien? La otra profe ayer me dijo que yo era más chulo que un ocho y tampoco lo entendí, ¿qué tiene de chulo el ocho? Y cuando hago tonterías en clase, siempre dice que se me va la olla, pero profe, ¡te juro que yo no he traído ninguna olla al cole! Cuando me pongo las gafas, riendo me dice que no veo tres en un burro, pero es que no hay burros en clase, profe. Y al decirle que no entiendo nada, me dice que me calle, que no está el horno pa bollos, y sigo sin saber por qué alguien querría hornear nada en horario escolar.


8.“A ella le gustaba encajar a las personas en el mundo, como piezas de un rompecabezas”.

A ella le gustaba encajar a las personas en el mundo, como piezas de un rompecabezas. Creía, con firmeza, que cada persona tenía un don, un misterio que resolver, una meta que alcanzar. Por eso siempre quedaba fascinada tras cada descubrimiento. Cualquier ser, por diminuto que fuera, que aparecía en su vida, causaba en ella una sensación de asombro. Le costaba tanto decidir a quién querer, que los acababa queriendo a todos. ¡Sin cualquiera de ellos el mundo no sería el mismo! Y el día que desaparecían, ¡qué extraño sufrimiento! Era como si le arrancaran un pedazo de corazón, como si su cuerpo ya no fuera el mismo. ¿Por qué podía vivir tan tranquila antes del paso de esos seres por su mundo y después, cuando marchaban, le costaba tanto sentirse entera? ¿Por qué la vida es un rompecabezas que no para de sumar piezas si nunca está preparada para perderlas? 


                                     

                            9. Alguien hace todo lo posible para devolver algo prestado

Me daba pánico. Lo meditaba una y otra vez y me temblaba el pensamiento. ¿Cómo iba yo a hacerlo? Desde pequeña, nunca había podido entrar a un cementerio. Miles de lápidas, cristales que almacenan flores, trozos de vidas interrumpidas. Me daba escalofríos; quizás era el miedo atroz a la muerte, mi manera oscura de contemplar el mundo, pero jamás lo había podido pisar. Sin embargo aquel 23 de abril tenía que hacerlo, se lo debía. Era el cumpleaños de papá, así que me armé de valor, crucé los pasillos infinitos hasta encontrarme con su foto en blanco y negro de 10x15. “Hola, papá. Esto es tuyo”. Con delicadeza abrí la cristalera para dejarle el colgante que me prestó y nunca le devolví. “Me dijiste que aprobaría si lo llevaba y nunca te lo devolví. Soy doctora, papá. Y creo que es gracias a ti. Mírame, en un cementerio. Increíble, ¿no?”. 

Mientras me alejaba de su nuevo hogar, el aire levantó ligeramente mi chaqueta de punto. Me giré con delicadeza a mirar su foto por última vez y una parte de mí sintió unos brazos rodear mis hombros. “Y yo también”. 


10. Un explorador con MP3, una viuda, una casa en el bosque.

Se puso “Old Town Road” para el camino porque le hacía sentir fuerte y valiente. Al fin y al cabo solo era un explorador con un MP3 dirigiéndose a la nada. Caminó toda la noche, fingiendo cabalgar; ponía la misma canción una y otra vez. Siempre hacía el mismo recorrido, pero no fue hasta aquella noche que vio una casa en el bosque. No tenía un aspecto extraño, ni terrorífico; solo era una casa pequeña, cálida. “¿Es...es LA casa?” Se dijo para sí mismo. Había oído cientos de veces la leyenda. La viuda de la casa tenue, así la llamaban. Nadie supo cómo ni por qué el marido de esta desapareció. Jamás volvieron a verlo. Rodeó la casa con sutileza, para coger un atajo y volver al pueblo, pero cuando ya parecía dejar ese extraño hogar atrás, unas manos arrugadas le cogieron por la espalda hasta tumbarlo en el suelo. Perdió la conciencia al instante. Nunca supieron qué sucedió, pero las malas lenguas dicen que si pasas de noche por delante de la casa, son dos las sombras que te observan desde la ventana. 

lunes, 14 de septiembre de 2020

No sé si tiene sentido

Volverán las oscuras golondrinas, pero esta vez no en tu balcón sus nidos a colgar. Y que me perdone Bécquer, pero no lo harán. El retorno es inviable para el que no contempla la vida de forma circular, para el que le discute a Nietzsche si existe o no la eternidad. ¿Cómo va a volver alguien que jamás se fue y que además nunca llegó a estar? El retorno solo existe en la medida justa y precisa, solo si crees de verdad que el principio y el final se tocan; no si conviven en espacios paralelos y extremos, o ajenos.

No se puede volver a los lugares donde nunca estuviste, porque al llegar descubrirás que nada es como lo recordabas, es imposible. Del recuerdo a la imaginación hay un paso diminuto que lo mezcla todo. Quizás solo crees recordar lo que siempre estuviste imaginando o empiezas a olvidar lo que viviste y acabas pensando que fue todo real en tu imaginación.


El caso es que yo siempre fui muy nietzscheana y descubrí que justo cuando creía haber vuelto al principio del círculo estaba habitando en realidad el final.


jueves, 10 de septiembre de 2020

renacer

 Sé que todo ha cambiado demasiado, y me siento pequeña a ratos, aún me pasa. Como si todas las piezas que quedaron en el suelo ya no tuvieran un sentido al no estar juntas, como si algo dentro de mí hubiera mutado realmente y se hubiera convertido en algo más. Lo desconocido, penetrante y siniestramente bonito, me persuade. Le doy una oportunidad con los ojos bien abiertos, sin atreverme nunca a cerrarlos del todo, por si la lluvia vuelve a acariciarme las pestañas y a caer, redonda, por mis mejillas. Escurridiza y absurda. A tientas, busco. No hay nada, solo yo. Me di cuenta que era eso lo que quería, aunque no lo supiera, solo yo. Y tener que hacerle frente a mi reflejo fue, de lejos, lo más complicado. Tener que admitir que esa voz interna no estaba tan equivocada y que, aunque no quisiera escucharla, tenía razón: iba a partirme en pedazos.

Y sin poder acelerar el proceso, de forma lenta y compleja, de todas esas piezas, debía renacer yo.

martes, 8 de septiembre de 2020



Negra sombra que pinta media luna
en un rostro que antes solía ser rosado. 
Dime que no ha pasado casi nada,
en el tiempo que mi voz te ha arrancado. 



Esperaba que el futuro fuera diferente.

lunes, 7 de septiembre de 2020

De noches de latas y estrellas

El trayecto es corto pero tu voz hace esta noche un poco más larga. Barcelona, imperial, como siempre, nos mira desde sus luces mientras nosotros apagamos las del coche. El silencio ensordecedor nos abraza por la espalda, el aire mueve los árboles, que nos hacen competencia con su vaivén. 
Nos ponemos al día rápido, como si no nos hubiésemos visto en años, aunque apenas hace tres días que estábamos aquí. Será nuestro sitio, entre risas, me relaja estar aquí. Pienso que a mí también mientras te contemplo en silencio. Eres tan expresivo que me recuerdas a mí. Hablamos de todo y de nada, entre sonrisas nos exponemos, hasta que uno de los dos - que por primera vez soy yo- decide abalanzarse en busca de aliento. Y sucede lo que prometía el cielo, la ropa en el suelo y dos cuerpos vacíos de miedo, a diferencia de nuestros corazones. Pestillos echados, cristal empañado y el calor acumulado de unos hombros besados por el tiempo. 
El después es mi parte favorita, solo dos humanos contemplando el cielo en la más lejana noche, más cerca que nunca, teniendo conversaciones demasiado profundas para lo sobrios que estamos. Tú me hablas de tus miedos sin llamarlos miedos, yo te hablo de los míos reconociéndome débil ante ellos. Pero no te cierres, no desconfíes. Mira el que fue a hablar. En el fondo somos parecidos. Uno más kamikaze que el otro. Yo hablo demasiado, tú actúas rápido. Yo me contengo, tú disimulas. Demasiado similares. Me hace gracia tu media verdad escondida en tu sonrisa. Estamos hablando sin hablar de todo lo que teníamos pendiente. Déjate llevar, me repito entre pensamientos vagos. Y si sale mal, solo será una experiencia más. Te beso en los labios. Abrazo fugaz. Eres muy joven. Y qué pasa. ¿Tú no? Te tomas la vida a pecho y eso me gusta, aunque a veces desees tener el control de todo lo que está a tu alrededor. Te entiendo, a menudo me encuentro a mí misma decidiendo cosas que no están en mis manos, preocupándome de lo que aún no ha pasado o lo que gira en torno a mí. Y tú te preocupas el doble. Entre tanta energía, tus ojos encuentran paz durante una milésima de segundo, pero después vuelves a la carga. Eres imparable. Incontrolable. Un civilizado salvaje. Una especie de trueno que tambalea cualquier pequeño intento de mantener el equilibrio. Combatir tu rapidez es una batalla perdida. Siempre estás el primero, delante de todo, guiando al propio tiempo. Incansable. Te admiro a la vez que te temo, tanta pasión me hace sentir pequeña. 
Quiero escucharte hablar durante horas, de temas sobre los que no sé apenas nada, o sobre los que leí hace un tiempo sin darle la más mínima importancia. Que me expliques y me hagas preguntarme si en realidad somos tan pequeños en un cosmos tan grande. Que parezcas tener todas las respuestas. Que me hagas acostarme por la noche teniendo más preguntas. Los debates que tenemos. El estar de acuerdo en muchas cosas y pelear con una sonrisa defendiendo nuestros argumentos cuando no coincidimos.

Lo absurdo y lo pequeño de un momento que se convierte en algo más grande. 



Pase lo que pase,
qué jóvenes somos esta noche. 
Pase lo que pase,
qué pequeño e íntimo este momento.
Pase lo que pase,
estás.
Y ha sido bonito que te quedes. 
Haberte conocido ha sido sentirme un poco más mayor. Y aunque no te lo diga, también algo más grande. 

Ya me gustaría

 Es casi inconsciente este pensamiento recurrente que me atraviesa. Me cuento y les cuento que no es para tanto y lo cierto es que soy dos p...