lunes, 20 de abril de 2020

5 microrrelatos (parte I)

Una amiga y yo hicimos un reto basado en escribir un microrelato a partir de ciertas temáticas o frases que se nos daban y he decidido guardar mis textos aquí, para que pase lo que pase, tenga un lugar donde poder leerlos en el futuro. Hoy voy a compartir los primeros 5 textos que escribí: 


1. Una compra impulsiva que conduce a una guerra intergaláctica.

El mundo cambió desde entonces. Se habían acabado todos. Ninguna copia, ninguna edición especial; tampoco de bolsillo. La histeria pública nos había dejado sin letras. Marte se lo tomó mal, y tras amenazar a la Tierra, se dirigió a Venus, que le levantó la voz con soberbia. Saturno fue más condescendiente, le dio una palmadita en la espalda a la Tierra diciéndole que saldría de esta. Desde aquí se veían los rayos cruzando el cielo, mientras la gente, encerrada en sus casas, devoraba los libros, o los dejaban acumular polvo. Cuanto más leamos, más vida tendremos.
Tras la noticia de la Luna: “Ahora el capital más valioso es el libro” se hizo la guerra. Los escritores se frotaron las manos; los que no habían leído nunca salieron corriendo a comprar. Y a raudales. Lleían pasando los ojos línea a línea, ocuparon sus casas con páginas, sin conseguir llenar el vacío que habitaba en ellos. Los que amaban leer, en cambio, nunca pudieron tener nuevos libros, aunque no les hizo falta otro ejemplar. Sin embargo la Vía Láctea les culpó a ellos, diciéndoles que de poco dormir y mucho leer, se les secó el cerebro de manera que vinieron a perder el juicio. Aunque los lectores fieles sabían, sin duda alguna, que eran los únicos que se habían mantenido cuerdos. 


2.“El humo colgaba tan espeso en las vigas de la biblioteca que podía leer palabras en él”.

Papá siempre me advertía “No vayas a la biblioteca de noche, que un viernes a las ocho de la tarde no hay lugar en la ciudad para una señorita como tú”. Yo siempre le decía lo mismo: “Papá, solo sé estudiar de noche y es una biblioteca nocturna. No me va a pasar nada”. Él fruncía el ceño y con desaprobación, ladeaba la cabeza gruñendo. A mí no me importaba en absoluto, siempre seguía la misma rutina: Cuando se quedaba dormido en el sillón, yo cogía mis cosas y, sigilosa, cruzaba el salón para marcharme. La biblioteca noctura era maravillosa. La luz tenue que la bañaba me transportaba a otra época, una más ilustrada tal vez, en la que la madera crujía bajo los pies y los libros guardaban polvo y pétalos de rosa secos. Me sorprendían las miradas intensas que me aguardaban al entrar, pero me tranquilizaba mirar al techo mientras avanzaba, escurridiza, por los pasillos. El humo colgaba tan espeso en las vigas de la biblioteca que podía leer palabras en él. Al principio, letras sin sentido, incoherentes, desordenadas, que siempre acababan formando la misma oración: “Vuelve a casa”. La culpa era tan grande que me hacía un ovillo y, mientras caminaba hacia la puerta de salida, miraba al bibliotecario con cara de: “otra día, tal vez”. Sabía lo que me esperaba al llegar: el desafío de un sillón giratorio apuntándome directo al pecho, un dedo juez y la misma sentencia de siempre: “Yo no he criado a una mujer para que me desafíe de este modo, ¡y mucho menos para irse a leer estupideces!”.



3. El lenguaje de las flores, el pijama, un pasadizo secreto.

Linda vestía sus noches con un pijama estampado de algodón. Se escabullía entre los pasillos del orfanato y bajaba hasta el viejo despacho de la directora Casandra. Pasaba de puntillas y hacía bailar sus brazos de lado a lado, buscando el equilibrio. Segunda enciclopedia a la derecha. Aunque lo había visto mil veces, aún le sorprendía el ruido estridente de la estantería giratoria que se abría para mostrarle el pasadizo secreto. Aceleraba sus pasos al entrar, cruzaba la oscuridad del túnel y sentía cómo la humedad le enganchaba la ropa al cuerpo. Le faltaba hasta el aire, pero aguantaba ,bien firme, porque sabía que valdría la pena. Apenas faltaban unos metros para cruzar la salida cuando vislumbró todos los lirios abarrotados en el jardín. Había aprendido a hablar el lenguaje de las flores, así que cuando se adentraba en aquel paraíso, los lirios comenzaban a bailar, a girar sobre sí mismos y apuntar hacia ella. Cada noche era exactamente igual: al perder la noción del tiempo, un tortazo seco la hacía despertar de forma súbita y se encontraba con los ojos ardientes de Casandra y la furia que le arrebataba el libro que sostenía entre sus manos, para después echarla del despacho a base de gritos y una desbordante maldición. 



4.“Su esposa estaba tomando el té con el Rey y él ni siquiera lo sabía”

Trajo a casa un tablero de ajedrez y un poco de té. Compró una mesita donde dejarlo todo, justo delante del ventanal del salón. Siempre le decía a su marido que le apetecía jugar, pero él respondía que no tenía ganas de aprender. A él extrañaba, le insistía tanto, que se había empezado a preocupar. ¿Y si le digo algún día que sí para que deje de preguntar? Lo cierto es que su esposa estaba tomando el té con el Rey y él ni siquiera lo sabía. Llevaba meses haciéndolo: pasaba dos veces a la semana por palacio y charlaba un rato con él. A veces, solo bebían; otras, jugaban al ajedrez. En el pecho de ella crecían flores cuando lo veía aparecer: “Eres una mujer inteligente” decía, tras cada jaque mate. Ella se sonrojaba y agradecía sus palabras. Si mi marido supiera jugar al ajedrez, pensaba, nos lo pasaríamos bien. Quizás entonces me diría todas esas cosas bonitas que me dice el Rey. 



5, La historia de cómo se conocieron tus padres, transportada a la era victoriana

María arrastró con rabia su vestido azul hasta la zona más oscura del gran salón de baile. Lo había visto riendo toda la noche con una mujer de rizos morenos y sonrisa grande. “Veo que está muy ocupado esta noche”, dijo sin apenas abrir la boca.“Creía que no le gustaba bailar”, reprochó él, “Siempre salía corriendo”. Indignada, fijó su mirada en el suelo: “Pues ha tardado poco en buscarse otra acompañante”.Dejó a un lado a la apuesta mujer de cabello oscuro y se arrodilló ante María, dejando que su chaqueta abotonada rozara el suelo. Después, le cogió con suavidad la mano para besarla. “Usted no sabe cómo conquistar a una mujer”. Con los ojos chispeantes, se levantó para tomar delicadamente su barbilla. “Lo que no sé es por qué ha necesitado verme reír con otra mujer para concederme un simple baile”. “Estaba poniendo a prueba su lealtad, pero ya he visto sus flaquezas”. “Mi flaqueza, señora, es usted. La llevo deseando desde que apareció hace tres meses, pero su orgullo es tan grande, que ni siquiera se ha dado cuenta. Y que la luna se lleve mi alma esta noche si miento, pero cuando miraba a esa muchacha solo la veía a usted. ¡Dígame si eso no es lealtad!”. 

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