lunes, 7 de septiembre de 2020

De noches de latas y estrellas

El trayecto es corto pero tu voz hace esta noche un poco más larga. Barcelona, imperial, como siempre, nos mira desde sus luces mientras nosotros apagamos las del coche. El silencio ensordecedor nos abraza por la espalda, el aire mueve los árboles, que nos hacen competencia con su vaivén. 
Nos ponemos al día rápido, como si no nos hubiésemos visto en años, aunque apenas hace tres días que estábamos aquí. Será nuestro sitio, entre risas, me relaja estar aquí. Pienso que a mí también mientras te contemplo en silencio. Eres tan expresivo que me recuerdas a mí. Hablamos de todo y de nada, entre sonrisas nos exponemos, hasta que uno de los dos - que por primera vez soy yo- decide abalanzarse en busca de aliento. Y sucede lo que prometía el cielo, la ropa en el suelo y dos cuerpos vacíos de miedo, a diferencia de nuestros corazones. Pestillos echados, cristal empañado y el calor acumulado de unos hombros besados por el tiempo. 
El después es mi parte favorita, solo dos humanos contemplando el cielo en la más lejana noche, más cerca que nunca, teniendo conversaciones demasiado profundas para lo sobrios que estamos. Tú me hablas de tus miedos sin llamarlos miedos, yo te hablo de los míos reconociéndome débil ante ellos. Pero no te cierres, no desconfíes. Mira el que fue a hablar. En el fondo somos parecidos. Uno más kamikaze que el otro. Yo hablo demasiado, tú actúas rápido. Yo me contengo, tú disimulas. Demasiado similares. Me hace gracia tu media verdad escondida en tu sonrisa. Estamos hablando sin hablar de todo lo que teníamos pendiente. Déjate llevar, me repito entre pensamientos vagos. Y si sale mal, solo será una experiencia más. Te beso en los labios. Abrazo fugaz. Eres muy joven. Y qué pasa. ¿Tú no? Te tomas la vida a pecho y eso me gusta, aunque a veces desees tener el control de todo lo que está a tu alrededor. Te entiendo, a menudo me encuentro a mí misma decidiendo cosas que no están en mis manos, preocupándome de lo que aún no ha pasado o lo que gira en torno a mí. Y tú te preocupas el doble. Entre tanta energía, tus ojos encuentran paz durante una milésima de segundo, pero después vuelves a la carga. Eres imparable. Incontrolable. Un civilizado salvaje. Una especie de trueno que tambalea cualquier pequeño intento de mantener el equilibrio. Combatir tu rapidez es una batalla perdida. Siempre estás el primero, delante de todo, guiando al propio tiempo. Incansable. Te admiro a la vez que te temo, tanta pasión me hace sentir pequeña. 
Quiero escucharte hablar durante horas, de temas sobre los que no sé apenas nada, o sobre los que leí hace un tiempo sin darle la más mínima importancia. Que me expliques y me hagas preguntarme si en realidad somos tan pequeños en un cosmos tan grande. Que parezcas tener todas las respuestas. Que me hagas acostarme por la noche teniendo más preguntas. Los debates que tenemos. El estar de acuerdo en muchas cosas y pelear con una sonrisa defendiendo nuestros argumentos cuando no coincidimos.

Lo absurdo y lo pequeño de un momento que se convierte en algo más grande. 



Pase lo que pase,
qué jóvenes somos esta noche. 
Pase lo que pase,
qué pequeño e íntimo este momento.
Pase lo que pase,
estás.
Y ha sido bonito que te quedes. 
Haberte conocido ha sido sentirme un poco más mayor. Y aunque no te lo diga, también algo más grande. 

No hay comentarios:

Publicar un comentario

Ya me gustaría

 Es casi inconsciente este pensamiento recurrente que me atraviesa. Me cuento y les cuento que no es para tanto y lo cierto es que soy dos p...