martes, 29 de septiembre de 2020

Y memoria

 En mi pecho habita una voz insólita que me grita a menudo que me calme. Es una voz ajena, casi ronca, que no se parece a la voz que utilizo para leer, ni para pensar, ni para hablar. Es diferente. Nace en mí, echa raíces, me envuelve entre sus ramas, se desliza por mis costillas, aprieta. En ocasiones también aprieta. Aprieta mucho. Hasta dejarme -casi- sin aire. Y entonces me suelta, me libera, me abandona. Es la voz de los patrones que sigo siempre y que no me llevan a ninguna parte, la melodía rencorosa de mis fracasos, la intranquilidad personificada que me habla mirándome a los ojos. Tan cerca, está tan cerca, que su aliento me roza las mejillas. El no vas a poder y el nada cambiará me somete, y mis pensamientos negativos se acumulan en la puerta. No puedo salir. No sé salir. ¿Quiero salir? Es complejo. Se mezclan las emociones, se fusionan y hablan sin querer. No necesito verlo todo claro para saber lo que quiero, pero sí necesito ver la verdad para saber qué me espera. Si sigo los mismos pasos de siempre llegaré al camino de siempre, y si cambio mi rumbo, si me arriesgo a adentrarme en el bosque oscuro y salvaje, puede que acabe en un lugar peor. ¿Es mejor malo conocido a bueno por conocer? No. ¿Cómo va a ser bueno algo malo? ¿Cómo renunciar a libros nuevos si conoces de memoria el final de tu libro favorito? ¿Cómo renuncias a tu libro favorito que siguió siéndolo incluso después de leer el final?

Sabía cómo acabaría y volví a leerlo. ¿Puede haber algo más masoquista que el ser humano y su empeño en transformar lo tangible? ¿Alguien más despreciable que aquel que ama por encima de sus posibilidades? ¿Puede haber algo peor que tirarse por el mismo precipicio a sabiendas de que no habría agua al caer? ¿Aun sabiendo que las rocas volverían a partirme en dos? 

Me he empeñado siempre en cambiar el final de la historia, pero nadie se preocupó jamás de reescribirla. Me abandoné y me abandonaron a las páginas de siempre, cuando tal vez,  y solo tal vez, podría haber escrito uno nuevo. Pero fui muy ingenua, solo de pensarlo ya lo estaba siendo, El Quijote no sería lo que es si el caballero no hubiese muerto, si no se hubiese resignado, si no hubiese abandonado. No pretendo excederme al comparar mi historia con uno de los grandes de la literatura que consumo desde pequeña, pero me imagino que con mi corazón pasó algo parecido: tenía que cerrar rompiéndome, porque al romperme hice historia.

Y las grandes historias se recuerdan por muchas cosas, pero por encima de todo, por los agujeros que nos hacen, por las heridas que no cierran, por el dolor que instalan en nuestros corazones. La indiferencia lleva al olvido y el olvido a la felicidad; pero el ser humano - el estúpido ser humano- siempre elegirá ser recordado. 








Aunque eso suponga sufrimiento y memoria. 

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