domingo, 19 de julio de 2020

A medida que una crece va viendo las cosas un poco más nítidas. Sin quererlo te quedas más con los detalles. Los miras con delicadeza, apreciándolos pizca a pizca. Es fascinante ver cómo vas entendiéndolo todo, recuerdas momentos que creías haber olvidado y de repente todas las piezas encajan: ahora lo comprendo. Con los años empiezas a saber que cuando una persona quiere de verdad a otra persona no huye sin que haya una razón para hacerlo, que el problema soy yo se traduce en el problema eres tú, pero no tengo el valor para decírtelo. Y no pasa nada. Lo aceptas, acabas asumiéndolo. Coges tu mochila, esa que habías deshecho con ganas, vaciándola de golpe, instalándote en otra vida, y la vuelves a llenar para marcharte sola. Más despacio que cuando llegaste, la llenas más despacio, alargando la despedida, hasta que llega el momento de partir. Hay gente que se refugia en la idea de pensar que deciden las cosas para hacerle un bien a los demás. Creo que la mayoría de veces que escogemos algo es por nosotros mismos. Un es lo mejor para los dos suele significar es lo mejor para mí, así que lo que te pase a ti no va conmigo. Y está bien así, es como debe ser,  solo me gustaría que no nos engañáramos, que no mintiéramos a los demás, pero por encima de todo, que no lo hiciéramos con nosotros mismos. 
Ahora sé que cuando das un 100% no te queda nada. Está el vacío, la soledad insaciable, la herida abierta irritada. Quedas tú echándote sal y cantándole a tus silencios. Sobrevives, es lo que haces cuando has dado lo mejor de ti: aprender a volver a respirar. Con un poquito de ansiedad en el pecho algunos días, con una larga lista de cosas que sabes que no volverás a hacer, con una pizca de ilusión por comenzar por donde nunca te habías atrevido a comenzar. Quizás ahora, que estás ahí temblando, delante de unos ojos oscuros y rasgados, que decoran un gesto elegante y te miran traspasándote, te das cuenta de que siempre tienes las cosas muy claras. Hasta muerta de miedo. Y ese pellizco en el pecho que te grita hazlo se pelea con el susurro de tu mente, insistente, que te advierte: huye, ¿y si pasa lo que te pasó anteriormente? Y tú, como siempre, Noelia, vas a dejar que el pecho gane. El pecho siempre va ganando y eso lo sabes. Porque cada vez que has dejado que tu mente decida has sido solo partícipe del desastre. Voy a hacerlo. Y ya no hay duda que me arrastre. 






Ya no soy cobarde.
Nunca lo había sido.
Lo he llegado a ser.
Pero ya no. 

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