miércoles, 5 de mayo de 2021

Ser feliz...

 Un mes después aquí estoy, serena y sin calma. Preguntándomelo todo, temiendo respuestas. Yo nunca he sido de las que se lo piensan, siempre me até bien las cuerdas, rodeándome la cintura, antes de saltar al vacío. Sabiendo que mi alma kamikaze iba a disfrutar del desafío, arañando la vida, agarrándome a la incertidumbre. He necesitado kilos de entrega, puñados de desencanto y más de 500 noches de escritura para sentir, por primera vez en mucho tiempo, que no debo bajar la guardia. Cubrirme los ojos con las manos, como diría La Oreja de Van Gogh, y ver entre mis dedos lo que tengo delante. ¿Cómo sentirse libre en nuestras decisiones cuando habla nuestro dolor? Se proyectan en los demás nuestros miedos, los vestimos con los monstruos de nuestro pasado, les achacamos comportamientos que no han tenido, dolores que no nos han causado, para no reconocer que estamos muertos de miedo. Juzgamos mal y pronto, nos revolucionamos y nos lanzamos al vacío. Tengo miedo. Estoy muerta de miedo. Quiero que me salven de tomar decisiones, a la vez que siento ganas de tomarlas. Vuelven a mí fantasmas del pasado en forma de susurros que me aseguran que va a volver a pasar lo mismo. ¿Cómo les digo que no quiero saber nada de ellos? ¿Cómo les explico que lo mismo suena a desdén y delirio? 

Ahora que estoy mejor que nunca, que me amo y me miro al espejo orgullosa, ahora que levanto la cabeza y ya no agacho mi flequillo cuando cruzo carreteras, ahora que siento alegría plena, me da miedo que alguien pueda hacer temblar mis cimientos y yo sienta que no vale la pena luchar por una guerra que nunca me perteneció. Ya no soy la mujer de las mil batallas, ni ese soldado caído que espera, porque ante la magnitud de aquello que no llegaba nunca yo acabé yéndome donde siempre. Y el puerto está cansado de que lo pise con las suelas viejas de unas victoria, y esas rocas están hartas de verme escribir durante horas; la gente me compadece si ahogo mis penas en el mar de la ciudad que me dio la vida, mi guitarra aún llora cuando le hablo de mis sombras. Sé que ella tampoco superó nunca las partidas, las huidas, la supervivencia. Me vio rajada, rota y desgastada; fingiendo, gimiendo y llorando. Me vio feliz, como nunca nadie me ha visto, sosteniéndola entre mis brazos como aquel que cuida de delicados lirios. Aquella noche la bañé de Elvis, la vestí con locura, y no me arrepiento. 

Dios - si está ahí, cosa que dudo - lo sabe. Habría matado por tocar en nombre de Elvis muchas noches más. Pero fue todo un sueño soñado, desperté rápidamente, sucumbí y me quedé con la pena en el pecho clavada. He necesitado cambiar de guitarra para dejar de llorar. Y eso solo lo saben estas cuatro paredes que me refugiaron tantos años de tantas cicatrices. 

No construiré más puentes. No puedo. Creo que iré nadando, la próxima vez. O remando.




No quiero tener que pasar por nada de aquello de nuevo. Quiero - y qué básico va a sonar este deseo- ser feliz.


No hay comentarios:

Publicar un comentario

Ya me gustaría

 Es casi inconsciente este pensamiento recurrente que me atraviesa. Me cuento y les cuento que no es para tanto y lo cierto es que soy dos p...