miércoles, 11 de marzo de 2020

Están aquí

La horda se estaba acercando y Samantha no dejaba de apretar con fuerza mi brazo.

- ¿Puedes mantener la puta calma? 
- ¡Lo que no entiendo es por qué tú estás tan tranquila!
- Así solo conseguirás que nos maten- le dije mirándola a los ojos-. Tienes que confiar en que esto saldrá bien.
- Eso dijiste la última vez- reprochó Sam- y David y Eric acabaron muertos.

Sus palabras se me agarraron al pecho con fuerza, tirando de mí hasta hacerme tocar el suelo. El césped húmedo bajo mis pies, el sol penetrante llenando mi camisa de fuego, los pasos y sonidos de la nueva horda, que cada vez estaba más y más cerca, me estaban volviendo loca. Iba a desmayarme en cualquier momento. Iba a dejarme caer.

Cuando desperté, el abrazo gélido del metal me heló la espalda. Estaba desnuda, encima de una camilla, tapada con una manta fina. Miré hacia todos lados y fui incapaz de reconocer el lugar. El silencio era aterrador, tanta calma me desconsolaba. Oía un quejido de fondo que tardé en reconocer: era la voz de Samantha y estaba gritando a más no poder; parecía estar amordazada, no acababa de entenderla y no sabía si era cosa de mi imaginación, si estaba soñando despierta, si me había vuelto loca o si estaba muerta.
Un golpe muy fuerte me hizo abrir los ojos de golpe: 

- LIDIA, ¡VAMOS!

Samantha tiraba de mí sin cuidado, y yo apenas podía mantener abiertos los ojos. 

- ¿Qué...? ¿Que ha...?
- Te has caído, te has caído aquí y he tardado minutos en reanimarte, ¡se están acercando mucho! ¡AYUUUUDA! ¡AYUUUUDA! ¡QUE ALGUIEN NOS AYUDE! - Samantha me dejaba reposar en algún árbol de vez en cuando. Se alejaba ligeramente de mí y hablaba consigo misma-. ¡JOOOODEEEER! ¡JOOOODER! ¿QUÉ VAMOS A HACER? ¿QUÉ VAMOS A HACER?
- Vete- le repetía continuamente- y busca ayuda. Yo estaré aquí, puedo subir a un árbol y te esperaré.
- ¿Cómo quieres que me vaya? Cuando vuelva, si es que puedo volver, ¡a saber qué ha pasado contigo! Y si...¡¿Y si no puedo volver?! ¿Qué pasa si la horda me alcanza o avanza tanto que no soy capaz de volver? 
- Ya me buscaré la vida.
- Ni lo sueñes.

Samantha tiró de mí hasta que llegamos a las fincas. Estaba herida, así que me echó medio bote de alcohol mientras escuchaba cómo Gerardo se quejaba por estar gastando productos desinfectantes. 

- Tengo una puta herida, ¿no lo ves? 
- Yo solo veo que algún día vamos a necesitarlo de verdad y ya no quedará nada.
Dio un portazo tras de sí. Desde que Samantha y él decidieron dejar de verse por las noches estaba muy irascible. Sam disimulaba muy bien, fingía no haberlo escuchado, ni siquiera haberlo visto, y seguía limpiándome la herida.
- ¿Hasta cuándo vais a estar así? - pregunté con un tono calmado. 
- Hasta que aprenda a comportarse con los demás en medio de toda esta mierda. No puedes ir de líder en el fin del mundo.
- Si lo eres, sí. Y debes- dije yo. 
- Pero él no acepta las opiniones de nadie. No se puede ser un líder si no tienes en cuenta a tu grupo. Nadie te seguirá si caminas por aquellos lugares por lo que solo cabes si no llevas a nadie contigo.

Sam miró por la ventana mientras Gerardo se alejaba. Tocó el cristal con la punta de los dedos y se rehizo la coleta, segundos después. Estaba guapa porque la tarde se nos estaba echando encima y el sol anaranjado hacía que el negro de su pelo brillara un poco más. Miré mi herida y la vi mucho mejor, así que me levanté sin pensarlo.

- Tenemos que salir mañana si queremos llegar al punto D. 
- Es una locura- me recordó Sam- y además, ¿por qué tienes tanto empeño en ir hasta allí? No sabes si él está. 
- Pero lo averiguaré.
- Es demasiado arriesgado para jugar a ser detectives, Lidia, piensa con la cabeza.
- ¡ESTOY PENSANDO CON LA CABEZA!- perdí los nervios. Siempre me pasaba al hablar de Edu-. Le prometí...le prometí -aguanté el llanto mientras apretaba tanto los puños que mis manos estaban a segundos de empezar a sangrar- que estaríamos juntos y que iría a buscarle. Aquel día que tuvimos que separarnos...
- No sabes si él está...
- ¿Vivo? - dije con dolor. Samantha permaneció callada-. No sé si está vivo. Pero te juro que es lo que más deseo en este mundo.
- Perdóname- Samantha se abalanzó y me rodeó con sus finos brazos-. Vais a poder estar juntos otra vez, vais a veros.
- Y si no pasa nunca, y si voy y él no ha llegado, si le espero y nunca llega, no pasará nada, lo habré intentado hasta el final. Habrá sido hasta el final, ¿no?
Sam me miró con pena y ternura. Ladeó la cabeza. 
- No pienses en eso- susurró-. Saldremos a las seis.

No me dio tiempo a responder cuando de pronto alguien aporreó la puerta de nuestra habitación. Al ver que nadie decía nada, ni insistían de nuevo, nos extrañamos. Todos en la finca sabían que eran tres toques y medio con los nudillos. Todo el mundo se sabía la contraseña.

- ¿Sí?- pregunté-. ¿SÍ?

El silencio se prolongó dos segundos, dos segundos eternos, ensordecedores, hasta que un rugido rompió con él. Un escalofrío me recorrió la espalda de la nuca a los pies.

- Están aquí.

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