martes, 10 de marzo de 2020

Hacen historia





Podría hablar de todo, de nada, escribir un poema lleno de metáforas y rimas fáciles, hablar de quién he sido, quién soy, de la vida o de la muerte; decir cosas. Sin embargo me siento tan lejos de que eso ocurra, tan lejos. ¿Por qué ahora que se supone que sé más que antes me cuesta muchísimo escribir? Quizás me he dado cuenta del peso que tienen las palabras, no solo para mí, sino también para el resto; quizás me haya convertido en alguien más cautelosa, quizás tenga miedo a vaciarme en un papel, porque no suelo salir entera de esas terapias. Me da miedo escribir sobre esas imágenes que pasan rápido por mi cabeza, tal vez porque haya olvidado cómo hablar conmigo misma y me conforme con leer, encenderme una vela y ponerme canciones de guitarra relajantes de fondo mientras dejo la mente en blanco. ¿Se puede dejar la mente en blanco? Yo me imagino un mar en calma precioso o un cielo estrellado cuando intento dejar la mente en blanco. Me relaja saber que esos escenarios existen por todo el mundo y que existen personas que en ese preciso instante están siendo acariciadas por un cielo inmenso o atrapadas por la majestuosidad de un mar en calma. Esa podría ser yo. Podría tener una cerveza en la mano y brindar por todo lo que no he hecho aún, por el miedo que se me agarra siempre a las costillas y me hace tomar malas decisiones. A estas alturas debo reconocer que siempre se me dio mejor ser valiente, que he desaprendido a gestionarme, que yo antes era mucho más kamikaze, y no me iba mejor, pero dormía más horas. Ahora soy demasiado adulta para los precipicios y sigo esperando al ritmo del tic-tac un un, dos, tres, ¡ya! de salida.

Qué absurdo, ¿no? Viviendo al lado del mar y teniéndolo que imaginar. 







Las palabras que escribimos
nos sentencian,
encarcelan,
condenan
- y por encima de todas las cosas-
hacen historia.

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