jueves, 26 de marzo de 2020

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Quizás lo recuerdes. Un día como hoy, hace ya siete años -¿Siete años? Siete años. ¿Qué ha pasado en siete años? Y qué no, ¿verdad? - nos sentencié con un ven. El beso que lo cambió todo y nos llevó a vivir unos años increíbles. A partir de aquella decisión nuestras vidas se transformaron. Entonces éramos mucho más inocentes, pero sentía que a cada paso que dábamos aprendíamos juntos. Aún recuerdo la primera vez que me dejé ver desnuda, lo que sentí cuando tus ojos recorrieron mis hombros, tu mirada tímida, impulsada por una sonrisa alegre que denotaba inexperiencia, pero demasiadas ilusiones. Éramos dos lienzos en blanco y nos pintamos a base pruebas: ensayo y error.
Los miércoles, si no recuerdo mal, te ayudaba a escribir esos textos que se te hacían eternamente aburridos de Filosofía y que yo amaba. Me recuerdo haciéndote esquemas, explicándote poco a poco, pero con entusiasmo, lo que Platón quería decir cuando distinguió el bien del mal, o lo que el nihilismo de Nietzsche había conseguido marcarnos. Tú me escuchabas sin entender ni una palabra, pero sonreías. Eran momentos únicos. También recuerdo escapadas pequeñas, donde solo un tren o un metro nos ayudaba a recorrer nuestra ciudad y alrededores. Hacíamos excursiones absurdas que le dieron sentido a uno de los veranos más bonitos de mi vida. Recuerdo el mar, tu bañador rojo y unas fotos preciosas. Curioso, el ser humano recuerda fotos que ya ha perdido como si las hubiera estado mirando ayer.
También recuerdo con ternura la llegada de la perrita que te cambió la vida, y cómo fui, incrédula, a tu casa, para conocerla. Era tan pequeña y ahora es tan grande...que a veces se me olvida que nos cabía en la palma de la mano.
Si hubiésemos tenido coche, dinero e inquietudes, aunque de eso último nunca nos faltó ni una pizca, nos hubiéramos recorrido el mundo. Teníamos tantas ganas de crecer juntos...¿lo recuerdas?
Sé que con el paso del tiempo llegaron las tormentas, la incertidumbre, el regusto a pérdida, nuestras ilusiones rotas. Sé que nos herimos muchísimo, aún recuerdo nuestra conversación en el parque cuando te confesé que yo me sentía incapaz de ser tu amiga. Creo que sigo sintiéndome incapaz. ¿De verdad solo somos eso? ¿Hemos sido solo eso? Lo bonito de encontrarte después de los años más inestables de mi vida fue ver que habíamos crecido. Me volví a abrir a ti como si nada hubiese pasado porque de verdad sentí que lo único que había pasado era el tiempo. En el fondo de tus cuencas marrones vi al chico del que me había enamorado con dieciséis años. Quizás por eso pensé que las cosas irían bien siempre que estuviésemos convencidos de ello. Pero sé que es difícil. Saberlo no lo sé, no entiendo la razón, no encuentro el porqué, solo sé que lo es. A mí me gusta pensar que es posible, en esta mente fantasiosa, llena de cuentos. Ya sabes cómo soy, creo en el destino y en las absurdeces más tontas. Tú, en cambio, eres lógico y le das vueltas a todo, porque necesitas saber las respuestas. Y no te culpo, muchas veces ansío ser como tú. Siempre quise que se me diese bien la ciencia, seguir las pautas correctamente; pero ya sabes que no, que soy la que escribe poemas en libretas de colores y compone canciones que no grabará nunca. Soy esa chica que te hablaba de Venecia como si se le fuera la vida en ello y que empezó una carrera para la que ya sabía que no habría una salida clara. Soy esa, al fin y al cabo. Me he empeñado en hacerle creer a todo el mundo que esta versión mucho más madura de mí - que no niego que lo sea- podría con todo, pero no puedo fingir que no te quiero cuando sí lo hago. Y no puedo pretender que no pase nada cuando cierro los ojos y nos veo confesándonos nuestros mayores temores, nos veo siendo cuerpo. Yo no puedo obviar las risas, esas bromas internas que solo entenderemos nosotros, esos ruidos extraños que hacemos, los sustos o esos temas tan interesantes que desembocan siempre en conspiraciones mundiales. Esos somos tú y yo, el científico y la escritora, el chico que piensa antes de hablar y la chica que piensa una vez lo ha soltado todo. El sol y la luna, el mar y la tierra, el blanco y el negro. Te admiraba entonces y te admiraré siempre, seamos quienes seamos, estemos donde estemos. Creo que hay fechas que no se olvidan nunca porque de algún modo nos atraviesan. Tú te cruzaste en mi vida para hacerme feliz, no lo he dudado nunca. Y el dolor jamás me dio miedo, ni siquiera ahora, porque sé que para apreciar la felicidad la vida a veces nos regala una pizca de él. Sé que valió la pena entonces, y valdrá la pena de nuevo derramar una lágrima. No por eso iba a renunciar a intentarlo. Te lo dije aquel día al salir del bar donde cenamos y bebimos hasta que nos echaron: " tengo muchas ganas de besarte". Y sabía que después de aquello vendría la inseguridad, el mar de dudas, el horizonte torcido. Y lo entiendo, de verdad que lo entiendo. Mi pasado no me hace justicia, y nuestra historia nos dolió tanto que comprendo, en el fondo, que seas incapaz de decírselo a todos.
El mundo se ha detenido en un mal momento, ¿no?
Sé que harás todo lo posible por ser feliz, por seguir tu camino y cumplir uno a uno tus sueños. Yo no quise ser un impedimento entonces ni lo seré nunca. Dicen que cuando de verdad quieres a alguien tienes que aprender también a soltarlo, y si algún día necesitas volar, no habrá un reproche en mi boca. Dicen también que hay personas que nos dejan huella. Tú lo hiciste. Y nuestro universo se transformó. 
Me apetecía hacerle un pequeño homenaje a lo que fuimos entonces, porque esos de ahí, de hace tantos años, son clavados a nosotros. Veintiséis. Siempre me ha gustado ese número. Y me alegra poder recordarlo hoy. 

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