sábado, 11 de abril de 2020

Qué novedad

Hoy he leído por ahí que las personas fuertes también se rompen, pero que no hacen ruido. No tengo ni idea de dónde es, quién la escribió o la pensó, pero en cierto modo quizás lleve algo de razón. Siempre he considerado que mi fortaleza residía en mi capacidad de disimular que todo iba bien cuando no me interesa dar explicaciones o hacerle frente al dolor. Una amiga una vez me dijo algo así como: si te callas todo lo que te atormenta, nunca podrá llover y necesitamos llorar las cosas para superarlas. Tenía toda la razón del mundo, no sé cómo, pero jamás se equivoca. 
He estado esquivando muchas cosas, entre ellas lo mucho que me frustra no trabajar de lo que estudié o no decirle a la persona que quiero que me gustaría estar con ella, por falta de coraje. Lo he dejado todo en el aire, como el que espera que todo venga solo; en el fondo, porque pensaba que después de todo lo que he demostrado, merecía dejar de luchar y tomarme un respiro. Pero se me fue de las manos, lo admito. Dejaba pasar las horas, los días, hasta que empezaba a olvidar lo que me revolvía el estómago. Aprendí a convivir con la duda, la incertidumbre y solo me dejaba vencer unos minutos al día, en los que me miraba al espejo y sabía que estaba ocultándolo todo e intentando no hacerle frente. Por eso todo explotó, porque no quise forzar la situación antes, quizás por evitar el mal trago o incluso para evitar el dolor. Dolor que ha acabado llegando, aunque sea más tarde. A veces me pregunto si a él también se le pasa por la cabeza, si su silencio es solo una forma de adjudicar que a él también le atormenta la idea de no saber qué va a pasar con nosotros. Yo soy incapaz de olvidarlo, fingir normalidad, porque en el fondo sé que no es normal. Noto su distancia, los esquivos, la ausencia, y me duele no decir nada, porque sé que en el momento que hable, todo se volverá más gris. Y tampoco sé cómo actuar en estas circunstancias. Me siento como una niña pequeña frente a una pizarra gigante, con toda la clase mirándome, esperando que resuelva el problema. Vuelvo a ser la chica que huía de las matemáticas, pero ahora huyo de las emociones. Tener tanto tiempo para pensar es agotador, recrear una y otra vez las inseguridades, atar cabos, no querer ver la realidad.
Solo escribo estupideces, no quiero hablarlo con nadie. Me siento tonta. Siempre en círculos, girando sobre mí misma, y diciéndome la verdad demasiado tarde. Qué novedad.

1 comentario:

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