domingo, 22 de noviembre de 2020

Se conocía al dedillo la química del amor

Lery sabía que si lo decía en voz alta desmantelaría absolutamente todo lo que había estado intentando controlar. Una maniática obsesiva compulsiva del orden mental. Siempre almacenando cada parte de sus emociones en un tarro de cristal. Odiaba sentir que no tenía el control de algo, y cuando alguien la descolocaba, se empeñaba en analizar cada una de sus emociones para poder entenderse. Se negaba a abandonarse a la pasión o el desenfreno sin antes tener claro qué crecía en su interior. Era vertiginoso pensar en todas esas emociones sacudiéndola, desafiándola, retándola, acorralándola. Ella no podía quedarse quieta, había aprendido a sacar las garras ante todas y cada una de las situaciones, desmembrar cada parte de todas aquellas cosas que no conseguía comprender. ¿Cómo iba a enamorarse? Lery sabía perfectamente cómo funcionaba la química del amor, se sabía al dedillo todo el proceso: primero venía el toque de atención, después el fijar la vista durante más de un segundo en alguien hasta empezar a entender la vida de la otra persona, empatizar con lo peor de él y amar lo bueno y positivo. Después venía el descontrol, el caos, las dudas, el ¿qué significa esto para mí?, los pensamientos pesados todas las noches, la química innegable, la tensión sexual creciendo. Posteriormente, el momento del beso. Se rompe la barrera, cae el telón, se prende fuego. Llamas por todas partes. Un calor desafiante quemando cada poro, cada nunca, cada lastre. El pasado y el futuro se mezclan, el presente parece inválido y manifiesta que el momento de decidir es ahora. Se decide algo. Si continuar hacia adelante o no, si posponer lo inevitable o no. Y cuando decides que sí, ahí estás, enamorada. Qué pequeñas y grandes palabras, qué aliteración esconde esa parasíntesis dichosa que nos vence todas y cada una de las veces que se lo propone.


Lery lo sabía, y se conocía tan bien, que empezó a maldecirse al ser consciente de que estaba metida hasta el cuello. Lo inevitable, que parecía más que evitable, se había empeñado en condenarla. Y a ella pareció no importarle. 

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