sábado, 27 de abril de 2019

Podríamos

Tren con destino a Aeropuerto, Terminal 1. Tardo pocos segundos en encontrarlos. Llevan un par de maletas enormes. Se miran como si no existiera nadie a su alrededor: estoy convencida de que harán todo el recorrido de la línea sin percatarse de que estoy aquí, justo enfrente. Ella lleva una chaqueta rosa de cuero y se ha recogido el pelo en un moño alborotado, él la mira al detalle, como si fuese la primera vez que la ve, aunque por sus ojos cómplices sé que ya han compartido miles de noches. Puede que sean franceses, no sé, lo parecen. Él lleva una gorra muy bonita, azul, de terciopelo, y se inclina hacia ella cada vez que se ríen. Qué cerca están. Se dicen cosas que no logro -ni necesito- escuchar. Mi música es suficiente para entender la escena, sus manos, entrelazadas, lo son. Todo lo que se dicen con los ojos es suficiente. Han venido a Barcelona unos días, y ya regresan. ¿En qué hotel habrán dormido? ¿Qué habrán visto primero? ¿Es su primer viaje? ¿Estuvieron en Sant Jordi? Me invade la curiosidad, me gustaría preguntarles cuál es su historia. Seguro que hubo tropiezos, malentendidos, encuentros casuales, whatsapps graciosos, bromas intrépidas. Una primera vez para verse desnudos, una segunda vez en la que reír mientras se abrazan, conversas sobre sus pasados. ¿Quién habrá dicho el primer “te quiero”? ¿Lo habrán dicho ya? ¿Qué son? ¿Quiénes son? Qué más da, sus miradas arden al impactar la una con la otra. Qué más da. 
Se levantan, riendo, y ella estira el brazo para acercarlo un poco más. Él se deja llevar. Ambos avanzan con las maletas y desaparecen cuando las puertas del metro se cierran. 
Melancolía envuelta en duda, sueño intrépido y granuja. Encuentros. Esos podríamos ser tú y yo viajando a cualquier lugar del mundo.
Podríamos. 

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