jueves, 10 de enero de 2019

Lo que acojona


Son cristales rotos, abanican verdades que me rozan la piel. Es mi frustración materializada, son mis ganas de escribir, los empujones que me recuerdan que no soy tan buena. He estado toda mi vida- al menos desde que tengo uso de razón- creyendo que llego al corazón de las personas cuando escribo, pero a medida que avanzo, a media que estudio más y más, todo se hace más grande, y yo me diluyo hasta casi desaparecer. ¿Y si no estoy caminando en la dirección correcta? Podría haberme puesto unos zapatos que no son míos, podría haberme aventurado, haber entrado en un bosque del que jamás podré salir. ¿Y si he vuelto a hacerlo? ¿Y si he vuelto a apostar por algo que no apuesta por mí? ¿Y si esa no era mi carrera? ¿Y si este no es mi sitio? ¿Y si hubiese elegido otra cosa? Un ejército de y si me recuerda que la vida jamás se conjuga en subjuntivo. Que he vuelto a caer en la trampa, que he vuelto a vestir al pasado de presente, que no sé ni qué digo. 
Quizás eran más fuertes mis ganas de ser aquello que siempre soñé que mi capacidad de crecer. Tal vez no era lo mío. Me da tanto miedo, y a la vez, tanto coraje, no saber si me estoy equivocando. ¿Seré alguien algún día en el mundo de la literatura? ¿Y de la música? ¿Por qué siento que estoy atrapada en una rueda infinita de la que no puedo salir? Corriendo, corriendo, sin coger aire, sin cambiar de escenario, sin anochecer. No puedo salir de aquí, estoy en una jaula de cristal. La golpeo, la araño, la muerdo, la rozo, la machaco y...y no puedo. Me falta hasta el aire, me sobran las ganas de salir ahí fuera, de tener respuestas, de encontrarme conmigo y no girarme la cara. Esta vez te miraré de frente, esta vez, duelas o no, serás verdad. 

Debería empezar a hacer las preguntas si tanto me urgen las respuestas. No deben darme miedo, aunque tenerlas signifique enterrar aquellos dos motores que encienden y dan sentido a mi vida. 
Letras, melodías, fuerza, garganta e impulso. Ojos llorosos, lágrimas retenidas a la espera de mejor vida. Me da miedo haber pretendido ser durante casi veintitrés años alguien que no era. Y descubrirlo podría hacer que todos los cristales rotos se partieran en mil pedazos; que se partiera no solo el nombre que yo le puse a mis días, sino el nombre con el que los demás bautizaron mi vida. Y eso es realmente lo que acojona.

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