viernes, 4 de enero de 2019

Quizás

Imagen S. Herranz.



Te miro descompasada, ya sabes que soy arrítmica. Suspiras tan fuerte que nos tiemblan las pestañas. Ojalá supiera qué escondes ahí dentro, en esa mente científicamente física, que parece estar a años luz de mis teorías filosóficas y abstractas. Pareces concentrado mirando tus pies al caminar, yo me coloco el mechón más rebelde que habita en mi cabeza detrás de la oreja, no me deja ver con claridad. Te analizo sin querer mientras me explicas tu sueño extraño, yo me río porque me hace gracia tu forma de emocionarte con esas cosas que te gustan y te hacen ser tan tú. ¿Eso ha sido una indirecta? No, cómo va a serlo. Si yo creo que no te gusto tanto, si no sé qué esperas de mí, o de ti, o de esto. ¿Qué somos? Nos lo habremos preguntado tantas veces en silencio. Al menos yo. Te explico cualquier tontería y tú te metes conmigo. Te encanta, y para qué mentir, a mí más. Hago como que me voy a enfadar muchísimo solo para que tu brazo me rodee unos segundos, efímero acercamiento que me recuerda que tú y yo ya hemos vivido noches inolvidables, aunque parezcan sueños. Quizá lo fueron. Es inevitable que se crucen en mi mente imágenes de nuestros cuerpos desnudos, de un secreto, una habitación de 19 metros cuadrados, de tu boca acercándose aquella primera vez (en mucho tiempo) un 25 de junio, a altas horas de la madrugada, al son de petardos y fuegos artificiales, después de esquivarnos durante semanas, abusando de los abrazos. Es inevitable mirarte y no sentir que han pasado ya más de 6 meses, y que aún sea novedad tu piel oscura. Si esto ya lo hemos vivido antes. Aunque entonces era tan distinto. 
Quizá te dan miedo más cosas de las que jamás podré adivinar, tal vez un día pierdas el billete de vuelta y ya no encuentres calor en mis brazos. Quién sabe si he significado tanto como para volver a saltar, a tirarte sin paracaídas, a arriesgarnos a que todo pudiese salir mal. ¿Realmente nos da miedo repetir los mismos errores? Hemos aprendido la lección, de esto puedes estar seguro. ¿Si no, por qué ahora parece fluir todo tan bien? ¿Por qué nos veo tan maduros, libres y confiados? ¿Por qué noto que quieres estar aquí, cerca? Quizás sea mi imaginación, tal vez nos he dibujado grandes en este lienzo blanco que habita en mi cabeza, tal vez solo sea una ilusa que cree que está leyendo un libro de poemas con final feliz. Si la literatura más bonita es la que tiene taras, como nuestras espaldas, cargadas de fracasos, de cosas que no salieron bien, de nuestros caminos juntos, de nuestros caminos separados. ¿De verdad ves a esa chica a la que le explicaste quién querías ser un día? Porque yo sí veo al chico al que le expliqué todo mi pasado, le hablé de mis temores y de esa carrera que tenía en mente y que acabé superando con creces. Somos todas esas partículas, esos críos que en un pasado se sirvieron de inocencia para coserse las alas, pero también somos dos adultos que han vivido desengaños, huidas, despedidas y deslealtades. Más de las que deseábamos. Qué grandes nos ha hecho vivir eso. ¿Sabes? No tengo tanto miedo como aparento, realmente no me acojona tanto, pero siempre voy con el cinturón de seguridad por si impacto, por si me estampo, por si todo salta por los aires, para salvar a esta cabecita loca. No te tengo miedo a ti, aunque tú sí te tengas miedo. Deberías confiar más en ti, en la vida, siempre piensas que puedes volver a fallar, que puedes decepcionarme, o decepcionarte, o ambas cosas. Ojalá no tuvieras tanto miedo, al fin y al cabo todo seguiría como hasta ahora, con la diferencia de que yo sabría por fin cómo te sientes. Qué sientes. Es lo único que cambiaría, porque el amor no nos pone cadenas, nos acoge libres y nos abraza sinceros. Pero bueno, imagino que todos somos diferentes, que no funcionamos a la misma velocidad, ni con el mismo mecanismo. 
Si tiene que ser, será; si no, te veré marchar y sonreiré aunque esté triste. Ya no coso mis heridas con melodrama ni expectación, ahora solo soy un pájaro que, tras haberse herido las alas, lucha constantemente por volar en línea recta. Pero debo admitir que deseaba con ganas que me hicieras cambiar el rumbo, irme contigo. Ojalá tú también te desvíes un día y coincidamos en alguna línea del cielo. Me haría tanto bien poder ser así de sincera contigo, pero no sé cuántos pasos tendría que dar para regalarte estas palabras, y me duelen un poco los pies de caminar. Si te sientas aquí conmigo y abres un par de cervezas quizás podremos hablar de esas cosas que se dicen sin hablar. 


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