domingo, 16 de diciembre de 2018


Pero no lo digas. Pero no lo digas. Pero no lo digas.
- ¿Qué harás cuando se nos acabe el tiempo?
Pero que no responda. Pero que no responda. Pero que no responda. Pero responde.
- ¿De verdad crees que el tiempo se puede acabar?
Y ahora qué le digo. Mangas de un jersey demasiado cortas como para esconder mis manos heladas.
Y ahora qué le contesto.
- Te echaré de menos.
Sale solo. Me arrepiento, me arrepiento, me arrepiento. Pausa y detén el momento. No se para, no se para, no se para. No le mires. No le mires. No le mires. ¿Por qué he dicho eso?
Risa gélida y corta. No le mires. Mírale. No le mires. Mírale. Le miro. Pero no responde, hasta que responde:
- Qué tonta.
Me mira. Me mira. Me mira. No le miro, no le miro, no respondo.
Ligero empujón vestido de inocencia. Un suspiro largo que me abraza desde la espalda. Cómo le digo que no quiero que nunca esté triste. Cómo le explico que no puedo explicarle nada. Cómo me va a decir que él también si ni siquiera voy a irme. Cómo le voy a echar de menos si no le voy a echar.
- Piensas demasiado.
Y no le miro, lo digo y no le miro. No contesta, no contesta, no contesta.
- Y tú no te das cuenta de nada.
Me pilla por sorpresa. Respuesta que se clava. No le mires, no le mires, no le mires.
Le miro porque no mira, y cuando mira, le sigo mirando.
No respondo, no respondo, no respondo. Se ríe, me río.
Empujón de nuevo. Inocencia en hielo. Escarcha en las cabezas. Corazones arrítmicos intentando acertar algún que otro paso. Pero no saben bailar, no saben, no saben. Torpes, retroceden. Brazos que no se abrazan. Risa bajo risa, mentón que se alza hasta encontrarle. Y le encuentro, le encuentro, le encuentro. Hasta que dice:
- No me encuentres, no me encuentres, no me encuentres.








Ya no sé ni lo que escribo. 




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