jueves, 18 de octubre de 2018

Crónica de un mundo que quiere terminar.

Levanté la vista y lo vi acercándose a mí. Jamás había visto uno de cerca. Me lo había imaginado muchas veces, incluso había pensando en el olor que podrían desprender, pero nunca había mirado a ninguno a los ojos. Era espeluznante verlos, pues no solo eran muertos vivientes, con forma semi-humana, dispuestos a devorarme, también habían estado vivos, como yo. Habían estudiado, tenían familias, amigos, incluso algún dichoso tenía pareja. Pero ahora ya no. Eso había terminado para ellos, habían muerto sin morir, y ese, para mí, era el peor castigo. La eterna condena, el no reconocerse nunca más como lo que son, la pérdida de memoria, conciencia y humanidad. Me lo había planteado muchas veces: ¿Seguían sintiendo? ¿Veían, desde dentro, incapaces de articular palabra o simular expresión, lo que sucedía en el mundo? ¿Estaban luchando contra sí mismos en un cuerpo absolutamente dominado por el hambre, la sed y la barbarie? 
Todo eso pasaba en forma de estrella fugaz por mi mente mientras sostenía la pistola. Me la había dado papá antes de marchar en busca de Cloey. Me dijo rápidamente cómo utilizarla, y me aseguró que ante un momento de pánico sabría exactamente qué hacer. Papá estaba equivocado. Me temblaba el pulso, no podía apuntar con precisión, y hasta sentía que en cualquier momento me desplomaría por los nervios. Además, llevaba días sin comer. Apunté lo mejor que puede y con suerte le di en el hombro. Estaba lo bastante lejos para tener un segundo intento, pero no más. Se acercaba muy rápido y no me daría tiempo de disparar más veces, así que decidida y con un valor que jamás pensé tener, acerté y le di en la cabeza. El muerto viviente cayó al suelo. Quizá fueron dos segundos, pero para mí, su caída duró una eternidad. Vi cómo poco a poco las partículas de polvo saltaban por los aires, mientas él, movido por el aire ligero, caía desplomado. El suelo tembló por un momento. 
Mi primera reacción fue romper a llorar. Era la primera vez que disparaba a alguien. Qué coño, era la primera vez que mataba a alguien. El sentimiento de culpa no fue más pequeño que la vergüenza que empecé a experimentar. Me sonrojé y me dejé caer. Las rodillas crujieron contra las hojas del suelo, pues era otoño, y todas estaban empezando a desvanecerse desde los árboles. La sangre del muerto viviente bañó parte del bosque en el que estaba. Nunca hubiese podido poner palabras a aquel momento. Mi mente poética, mi razón de ser, mi parte escritora, jamás habría podido describir a ciencia cierta qué sentí en aquel instante. 
Por una vez no sentí que el ser humano fuese importante, ni siquiera pensé en la de gente que habría muerto. Solo me preguntaba una y otra vez por qué estábamos viviendo eso, si lo merecíamos. 
Noté un peso frío en mi hombro izquierdo y me asusté. Era Math, que me miraba totalmente espantado. No dije nada, solo le abracé. Me recogió del suelo y me levantó hasta poder alcanzar mi cintura. Me apretó tanto a él que por un momento sentí que mi cuerpo flotaba en el aire. Olíamos a bosque seco y a restos de sangre. Era un olor casi metálico. 
- No deberías estar aquí.
- Lo escuché y pensé...
- Me asusté mucho cuando no te vi en el campamento-. Math esbozó media sonrisa, pero acompañada de ironía y tristeza. 
- No podía quedarme allí viendo cómo todos se lamentaban.-apreté los puños mientras hablaba, la rabia me había vencido.- La gente no se da cuenta de que no podemos quedarnos quietos, esperando a que todo se desvanezca. Deberíamos luchar por encontrar un lugar seguro y una vez lo encontremos...
- Eres demasiado optimista.- espetó.- Siempre esperando a que las cosas puedan mejorar. A veces no funciona así...
- ¿Te vas a quedar lamentando que nuestras familias se han marchado? ¿Vas a lamentar que algunos han muerto? ¿No quieres esforzarte para luchar por aquellos que puede que sigan vivos y que aún no hemos podido encontrar? ¿De verdad que no quieres pensar en que en un futuro todos podamos volver a vivir una vida...? 
- ¿Normal? - Math rió, sarcástico.- Nunca vamos a volver a tener una vida normal. 

Me giré furiosa y comencé a caminar rápidamente. Math me siguió unos minutos, hasta que se dio por vencido. Llegué hasta el río, busqué un árbol al que poder subir y trepé hasta llegar a una zona segura. Una vez subí, con grandes esfuerzos, pude apoyarme en el tronco del árbol. Allí, sola, viéndolo todo desde arriba, parecía un mundo más seguro. Sabía que Math, en el fondo, tenía razón. ¿Pero qué iba a ser de mí si me dejaba vencer por el miedo? Cuando las cosas eran más sencillas, cuando aún vivíamos en el mundo normal, yo era la que siempre se encargaba de hacerles creer a los demás que las cosas siempre podían mejorar. Parecía que mi tarea en aquel nuevo mundo era encontrar una forma de sobrevivir, de poder convencer a todos para que también lucharan por ello. Sabía que no iba a ser fácil. Había matado a la primera persona, y era plenamente consciente de que no sería la última. Ni siquiera pensaba en exterminarlos, en trazar un plan de venganza. No los veía como enemigos, sino como víctimas de una guerra que se nos había ido de las manos. Suspiré. 
Siempre lo había pensando, que algún día seríamos nosotros mismos los que provocáramos nuestra extinción. Por un momento, pensé que tal vez era el fin de la humanidad. Mi lado más optimista me recordó que aún había cosas por las que luchar. Pensé en documentarlo todo, en explicar nuestra historia, en contarle a esos pequeños hijos, que aún los más jóvenes no teníamos, cómo pudimos con todo. Mis expectativas eran altas y sabía qué significaba eso: vendrían muchas decepciones detrás de cada decisión. Pero eso no me impidió empezar a trazar un mapa de los lugares que aún teníamos que visitar, donde aún podíamos conseguir alimentos, botiquines y armas. Si alguien se rendía, tenía claro que esa no iba a ser yo. Toqué el arma que había dejado en mi bolsillo, instintivamente. Pensé que debía acostumbrarme a ella. Recordé la chica que era antes de que todo esto pasara y en el fondo me alegraba de haberme hecho más fuerte. Los demás siempre habían pensando que yo era débil, que no tendría el coraje, el valor ni las ganas de seguir hacia adelante ante algo así. Estaban equivocados. Ni siquiera sabía dónde estaban mis padres, mis amigos. No sabía qué le había pasado a mi perro, ni si había escapado lejos de allí. Lo único que tenía claro era que iba a descubrirlo. 
Aunque el mundo se empeñara en hacerme creer que el final se estaba acercando. Por una vez, yo tenía la última palabra. Y mi última palabra no iba a ser fin, sino comienzo. 

No hay comentarios:

Publicar un comentario

Ya me gustaría

 Es casi inconsciente este pensamiento recurrente que me atraviesa. Me cuento y les cuento que no es para tanto y lo cierto es que soy dos p...