miércoles, 22 de agosto de 2018

Monedas.



El ser humano siempre se da cuenta tarde de lo que quiere. Cuando dudamos entre varios caminos y decidimos lanzar una moneda al aire para echarlo a suertes, sabemos, en el fondo, lo que queremos, lo que deseamos. Justo el momento en el que esa moneda está en el aire, sabemos qué cara queremos que salga. Esa sensación de tenerlo tan claro, en un momento tan pequeño y frágil, es la muestra más profunda y directa de que lo único que a veces nos impide hacer lo que sentimos es nuestra razón: Ese deseo que tenemos, eso que vemos tan claro cuando la moneda aún está por caer, es la liberación de un corazón cuando se deshace de la lógica y la sensatez. Realmente lo único que nos ha hecho lanzar esa moneda al aire es la duda, la incertidumbre, el miedo, el no saber qué sucedería si ignorásemos nuestra lógica y volviésemos a lanzarnos al vacío. Lo único que hacemos es dejar al azar una decisión que tenemos clara desde el principio, para así, si sale lo contrario a lo que de verdad deseamos, no culparnos por ello. Decir que fue la suerte o el azar lo que nos hizo escoger no ser felices. Porque atreverse siempre supone salir de la zona conocida, del confort, de la tranquilidad y la paz. Y no siempre todos estamos dispuestos a jugárnosla, a volver a exponernos, a rompernos o fragmentarnos. No siempre estamos preparados ni tenemos fuerza. Tirar la moneda, darle voz a la suerte, es solo una excusa para no tener que elegir no ser felices. Para no tener que luchar. Porque todos sabemos que luchar supone llenarse los bolsillos de victorias, pero también levantarse tras todas las derrotas. 


Si cuando he lanzado la moneda tenía tan claro qué cara quería que saliese, ¿por qué me daba miedo el resultado? 

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