jueves, 23 de agosto de 2018

Al ritmo de Izal, rumbo a Marte.

Cuando el cigarro se consumió, se bebió de un trago lo que le quedaba en la copa. No apartó ni un segundo la vista de ese libro que la tenía presa. Leía una y otra vez la misma frase, repitiéndola para sí misma. Verso tras verso, atravesándolo en su piel. Se tatuó en la memoria todo aquello que jamás volvería a hacer y también todo lo que le gustaría repetir. 
Cuando el libro se le empezó a hacer pesado- y es que a las 2 de la mañana cualquier libro puede parecerlo, si no estás muy despierta- lo dejó apartado en el suelo y se sumergió en la bañera para acabar de mojarse el pelo. La sensación de libertad que la embriagaba era incluso mayor al efecto que el vino había comenzado a hacer en su cabeza. Sonrió casi por inercia, para sí misma. Después se levantó y salió desnuda. Ni siquiera se molestó en secarse. Decidió caminar por casa, con los pies mojados y las gotas cayendo por su cuerpo. Llegó a la cama y se tumbó. A veces sentía que le faltaba el aire, otras, que podía comerse el mundo. 
No dudó un segundo en poner su canción favorita, y al ritmo de Izal decidió cerrar los ojos y apretar los puños fuertemente, para soñar que esa noche volvía a aquella playa perdida y volvía a bañarse en el mar. Los recuerdos golpearon cada poro de su piel al instante. 
- Lo que daría por estar allí- susurró para sí misma. 

Pero era imposible. Ni Ford vivía ya en Barcelona, ni esa playa parecía la misma, ni había vuelto a ser primavera nunca. Así que se limitó a pensar en todo lo que haría si se mudase a Nueva Zelanda, como siempre había querido. Despegó los recuerdos de su mente, se montó en una nave llamada esperanza y empezó a navegar rumbo a Marte, el único lugar donde aún le quedaban sueños. 
Una sonrisa se dibujó en su rostro mientras una lágrima bailaba por su mejilla. Cualquier ciego habría afirmado que aquella noche, ella en realidad no estaba llorando, que lo que caía por su cuerpo eran las gotas supervivientes de ese baño que antes se había dado. Cualquier ciego habría afirmado que su nave no se estrelló jamás, que llegó a alcanzar su sueños a la velocidad de la luz, traspasando la frontera del tiempo y el espacio. Cualquiera se habría creído sus mentiras. Yo en cambio os diré que Izal estuvo sonando toda la noche, que se acabó la botella de vino y que a la mañana siguiente ni siquiera se acordaba de Marte, de sus sueños, ni de esa nave, que más que intacta, quedó destrozada en la misma esquina donde horas antes aparcó su libro.

Ese que aún no se ha terminado. 

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