domingo, 7 de junio de 2015



Creo que lo peor de todo es que no dejo huellas en las vidas que toco.
Todos se van, poco a poco.
Y nadie se gira a mirarme.
Nadie echa de menos estos ojos tristes.


Es lo peor.
Sentir que cada persona que se va se lleva un trozo de ti, y que tú ni si quiera les has podido robar la risa.
Que tú echas de menos.
Que a ti te echan de más.
Que nadie te pidió jamás que volvieras,
que nadie te dijo nunca: No volveré a encontrar a alguien como tú. Y quizá fuera porque ya no querían encontar tu locura en otros ojos. 


Es triste saber que es mucha la facilidad con la que los demás se olvidan de tu paso por sus vidas.
Te lanzan al olvido
sin rescate posible.
Y en tu herida 
echar alcohol
es alimentar
esa huida
en la que últimamente
te sueles acomodar.
Quizá para olvidar
que ya no significas nada
en la vida de los que alguna vez
lo significaron todo.
O quizá para castigarte
por todo lo que hiciste bien
por todo en lo que fracasaste
castigarte al fin y al cabo
por todo lo que perdiste
aunque fuera sin querer. 





Mírate
torpe entre cicatrices
otra vez
abriéndote la vida en canal
lanzando al vacío la esperanza
sin querer calmar ya
la tempestad. 




Ahora el tormento tiene nombre,
y se llama realidad. 




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