domingo, 10 de mayo de 2015

El desafío de cambiar(me). Demasiado largo.

Me destrozaste des del interior. Sin quererlo, sin saberlo. Hiciste agujeros en todas mis señales, derrumbaste todas mis fortalezas. Me perdiste y me perdí.
Nos dejé en un cajón que no me atrevía a cerrar, hasta que lo cerré. Y cuando tuve el valor de hacerlo me vi en la obligación de cambiar. Ya sabes lo que dicen: Cuando no puedes cambiar las circunstancias te encuentras ante el desafío de cambiarte a ti mismo. 
Y eso hice.
Deshice mi pasado
lo mezclé con el presente
y pensé en lo que me gustaría ser cuando ya no fuera yo.
Cuando hubieran pasado tantos años que fuera incapaz de reconocerme.
Y sin querer quererlo,cambié.
Me hiciste demasiado daño como para salir ilesa.
Y lo más curioso es que no le he vuelto a temer al amor, ya no le echo las culpas a un sentimiento tan bonito. A lo que temo ahora es a las personas, a los labios que mienten, a los ojos que fingen mirar lo que aman. A los corazones que fingen amar. 
Lo único que me da miedo es vivir.
Lo único que me da miedo es tener la necesidad de dejar ahora siempre los pies en el suelo, cuando antes volaba sin mirar atrás. Sin pensar.
Y no sabes cuánto jode tener que meditar ahora cada paso que doy.
Por si acaso volviera a caer.
Porque ahora sé lo que duele.
Había pasado toda mi vida creyendo que lo de los corazones que se rompen es solo una metáfora, una manera de reflejar lo que simboliza que alguien te abandone. Eso creía hasta que se me rompió.
No sabía que podías escuchar cómo las piezas se separaban, desquebrajándose, cayendo en distintas direcciones.No sabía que el silencio podía hacer tanto ruido.
No sabía que romperse el corazón suponía abandonarse por un tiempo. No sabía que para sentir el dolor había que desgastar las ilusiones. No sabía que un corazón roto tarda demasiado en repararse, no solo por el hecho de que la persona que más querías en el mundo se fuera, sino por el hecho de recoger todos los pedazos rotos sin cortarse. O sin cortar a los demás.
La cuestión no es si volverás a amar,
la cuestión es si volverás a hacerlo igual. Apostándolo todo a nada.
La primera vez que te enamoras piensas que el dolor está lejos, o que, con suerte, jamás llegará a alcanzarte. Después te das cuenta de que cuando lo das todo, al llegar el dolor, no te queda nada. Y puedo jurar que ese nada  es una de las cosas que más pesan en este mundo.
Ya no sabes si podrás confiar ciegamente,
dejarte llevar por las locuras,
aferrarte de nuevo a la sonrisa de alguien,
que al igual que puede ser el ángel que te salve,
después puede convertirse en tu propio infierno.



Cuando has estado enamorada hasta de una piel,
después sales sintiéndote desnuda.
De nuevo piensas que debes aprender
lo que ya dabas por sabido.
Porque es una lección nueva. 
Folio en blanco.
Anotaciones de todo aquello que ya no volverás a hacer
de todo aquello que deberás hacer
de todo aquello que jamás te atreviste a hacer.
El corazón roto significa que no superaste ese examen.
Que te quedaste en el tres raspado,
que no alcanzaste ni si quiera el cuatro.
Que tu mundo no se conformó con el esfuerzo
que supone luchar por alguien que ya no lucha por ti.


Me dijiste que estaba cambiada.


Dime tú si no cambiarás, si de repente la persona que más te importa en el mundo decide no seguir su vida contigo. Y tirar todas las promesas lejos, muy lejos, donde ya nadie pueda recordarlas, ni mucho menos alcanzarlas.
Dime cómo te sentirías si te hubieras ido de viaje sin maleta,
si te hubieran cambiado todas las brújulas, 
si te hubieran dado la dirección equivocada.
Dime tú si no habrías cambiado
si de repente todo lo que tenías planeado para el futuro
se viera destruido completamente.
Dime si tú saldrías ileso de una despedida que arrancó la confianza y la lanzó lejos. 
Dime si tú no habrías cambiado después de ver cómo la persona que te juró que pisarías Venecia, se llevaba de repente todos los puentes y dejaba secos los puertos de vuestros silencios. Dime tú qué habrías hecho, si de repente empiezas una nueva vida en la que a penas tres personas te recuerdan que debes seguir hacia adelante.

Sé que te decepciona la manera que tuve de afrontar las cosas.


Pero era yo la que se encerró en su mundo, la que te lloró hasta desgastarte, la que le suplicó a su madre que no la dejara sola ni un momento. Era yo la que no podía estar en casa porque la garganta le ardía y los dedos luchaban para enviarte mensajes en los  que te pidiera volver al invierno eterno de vuestros incendios. Era yo la que murió aquella mañana en la que decidiste de repente abandonarme. No hubo un te quiero. Solo un mensaje: ¿Podemos vernos?
Yo ya sabía que te ibas a ir.
Y le dije a mi madre antes de salir: Mamá, me va a dejar. Volveré para comer.


¿Quién no muere después de algo así?


Pasar un mes pendiente de cada cambio, de cada palabra. De las despedidas prematuras, de los silencios. Pasar un mes sin apenas tocarte. Pasar un mes llamándonos para que la soledad no te hiciera perder el control.
Tú caíste en la tristeza y me arrastraste contigo.
Después de marcharte volviste a sonreír.
Volviste a ser tú
aunque jamás volviste del todo.

Aun así fui la más fuerte de los dos.
Aun después de todo lo que te lloré tuve el coraje de abrazarte cuando lo necesitabas.
Aun marchándote supe sonreírte después.



Siempre había creído que tú eras el fuerte, de veras. De los dos, creía que yo era la más propensa al sufrimiento. Creía que tendrías que levantarme siempre.
Al final fui la que te levantó.
Aunque tropezamos porque quisiste tropezar, y caíste porque quisiste caer. Pero fui la valiente. Te limpié las heridas sin importar que las mías se ensuciaran de silencios. Te llevé en brazos hasta el mar de tus dudas y te dejé flotar.
Me sumergí.
Me quedé sin aire.
Y ahí empezó el final.
Y allí acabó nuestro hermoso y prometedor principio.



Cuando cambiamos de etapa me prometiste que aquel verano era el principio de nuestras vidas.
Aún no teníamos perros, casa ni hijos. Pero tú ya le ponías nombre a todo.
Prometiste que este verano pisaríamos Venecia.
Y yo decidí creerte.
Ahora no dueles pero me das miedo.
Porque ya ha pasado un año y soy muy distinta a la que era cuando decías quererme.
Al final se nos rompieron los esquemas.
Al final me vi sola.
Al final fue el final no deseado
de esa película fascinante
de ese libro preferido
de esa canción que no para de sonar.
Fuimos los finales tristes, dramáticos y sentidos
que te dejan un mal sabor de boca
una sensación de que no has visto bien del todo
por qué se escribe ese punto final.




Y a fin de cuentas nada importa
el invierno se ha marchado
el verano está llamando
al timbre de nuestro rencor.
Y puede que le abras la puerta
puede que suene mi contestador
y después de tres llamadas
nos temblará la voz.
Tú le dirás adiós al recuerdo
yo convenceré a mi cama
y ninguno de los dos volveremos
a mirarnos a los ojos.
Seremos como el sol que se evita
para no quemarte la piel.
Seremos como el mar que se va,
y vuelve,
y vuelve,
para irse.
Seremos la playa que no nos vio desnudos
y el abrigo de un amanecer
que se quedó esperando
que la noche se fuera,
aunque jamás se marchara del todo.

Mañana será lunes.
Y pasado será un futuro.
Cierto,
no muy lejano,
pero sí lo suficiente
como para entender
lo mucho que ha pasado
desde que decidimos
no pasar(nos).

Las noches sabrán a ron
tequila
o ginebra.
Me beberé el recuerdo
y vomitaré la pena.
Le hablaré a otras sábanas
de las tuyas.
Y les diré a todos que me rompiste
solo para que entiendan
qué hace una chica joven como yo
con una botella en la mano
brindando por un corazón
que ya no tiene dueño.
Nadie me verá tan borracha
como me veré yo.
Ni tan cuerda
como pensaré que estoy.
No te mencionaré, eso sí,
cuando sea feliz.
Solo hablaré de ti cuando esté jodida
y necesite recordar por qué sigo hacia adelante.





No te preocupes. Estaré bien.
Y como dice Andrés Suárez, perdón por los bailes.


Siempre he sido de las que pisan por mirarse los pies.



Supongo que lo siento por eso.
Y por todo lo demás.





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