miércoles, 7 de enero de 2015

El momento en el que apago la tele y me giro hacia la pared para intentar dormirme. Y todo está oscuro y solo estoy yo. Hace frío, y me acurruco. Pero ya no hay calor. Y pienso en la de noches que has dormido aquí, en este colchón, con o sin mí. Pienso en las cosquillas y sonrío triste porque las echo de menos. Y me quedo mirando un punto fijo en la habitación mientras me pregunto si alguna calle te habla de mí, si alguna canción dice sin querer mi nombre. Yo también he dormido donde tú duermes cada noche, y te juro que entre esas sábanas era la persona más feliz del mundo. Me mirabas y yo con una sonrisa me tapaba, y te devolvía la mirada, desafiándote a sonreír también. Bajo esas sábanas - y estas- me hablaste del universo y discutimos sobre por qué fuera de esta Tierra el tiempo es diferente. Siempre me gustó escucharte teorizar sobre ello y sobre por qué hay vida en otros planetas. Siempre me gustó sentirme una alumna ante ti, ante tu manera de hablar sobre la ciencia como quien habla de vivir. Te reías de mí. Y yo pensaba en cómo alguien tan numérico como tú podía querer a alguien tan poetisa como yo. Pensaba en la primera vez que te canté y parecías haberte enamorado de mi voz. Y pensé en lo que me costaba hacerlo delante de ti, muerta de vergüenza solo porque tus ojos no dejaban de mirarme. 
Ahora pienso muchas cosas. Pienso en que no estás aquí, y en que cuando algo me preocupa me freno y no te digo nada porque pienso en que he perdido la valentía de marcar tu número y escuchar tras el teléfono cómo me tranquiliza tu voz.
Cuando tú estabas triste recuerdo que  me llamabas y te fortalecías un poco, te sentías tranquilo. Te daba un poco de paz en medio de todo ese caos.
Me hace feliz saber que al menos he sido tu ángel guardián mientras me llevabas de la mano, desafiando al mundo. Al menos pude frenar tus caídas o darte alas para que escaparas de ellas. 
Recuerdo tu casa como mi segundo hogar: Tu madre sonriéndome como si me conociera desde siempre, tu sofá haciéndome un hueco en tu vida. Tu habitación que olía a ti y que me hacía sentir que pertenecía a ese lugar. 
Sé que el color moreno de tu piel ya no me pertenece, pero si cierro los ojos aún siento el calor de tus hombros en esa playa de Ocata, y la locura de escaparnos del mundo juntos. Porque a nosotros jamás nos dio miedo el pasado, ni el futuro, ni coger el primer tren que pasara rumbo a cualquier lugar.
Pienso. Pienso en los documentales que te apasionaban, y en que un día me enseñaste uno de Venecia y me sentí feliz. Y en que te morías - y mueres- por pisar Japón. Y en lo feliz que habría sido yo en ese avión a tu lado.
Vaya... Si es que aunque ahora parezca que no, hemos sido enormemente grandes. Y enormemente felices. Si no que se lo digan a todos los objetivos de esas cámaras que fotografiaron besos y sonrisas. Éramos como el hielo y el fuego pero no nos anulábamos. Simplemente éramos. Tú con esa cordura y la organización y yo con esa ilusión de niña y esos ojos soñadores. Yo te hacía más loco, tú me hacías bajar a la Tierra.
Todo lo que pueden guardar dos veranos es incalculable. Cuál fue mejor, no lo sé. Solo sé que insuperables. 
Solo sé que no debería escribir pero y qué. Si es el único lugar en el que hablo de ti, porque les he pedido a los demás que dejen de preguntarme. Y es el único lugar en el que quiero hablar de mí y de ti. Porque es el único lugar en el que no pueden juzgarme. Aunque ni si quiera estés leyendo esto.
Mil libros me hablan de ti, colocados justo ahí, en la estantería. La mayoría de ellos han sido más tuyos que míos. La mayoría sé que no podré volver a abrirlos. Pero y qué. Ya me los sé de memoria. Al igual que me sé gran parte de ti. Quien eres, quien fuiste y lo que quieres ser. Ese valiente superviviente que aunque lo niegue sigue siéndolo.
Ese valiente superviviente lleno de miedos que ya no voy a recordarle.
Echo de menos que me llames bonita, o tus besos lentos. O tu camisa blanca recién planchada. Echo de menos las películas que vimos y esas cenas improvisadas. Y te echo de menos a ti, para qué mentir, abrazándome. 
Protegiéndome del mundo.
Porque ahora estoy sola, temblando, ante este inmenso universo.
Y la tempestad arrasa con todo lo que soy. 
Y en silencio pido que me salves.

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