martes, 30 de diciembre de 2014

Puso la pistola entre mis manos y yo no dejé de temblar.
- Espera, eh, no, no te vayas, Pablo, yo no sé cómo va esto.
Se giró para mirarme, fue solo un instante, pero torció el labio y me dedicó una sonrisa mientras me guiñaba el ojo.
- Sabrás utilizarla cuando lo necesites.
Desapareció.
Como la niebla aniquilando el paisaje, mis sentidos quedaron presos del pánico. Mis manos no dejaban de temblar y mantener el pulso se convirtió en misión imposible. No paraba de escuchar gritos a mi alrededor, también susurros. El viento golpeaba con fuerza mi cara, el pelo se me enredaba y no podía ver bien. Estaba sudando, pero era un sudor frío. Los nervios ganaban la batalla esta vez. No podía pensar con claridad y la palabra suicidio paseó por mi mente.
Pero de repente recordé la voz de mamá diciéndome: ' El mundo es horrible ahora mismo. Esos seres sin vida van a acabar con toda señal de felicidad. Pero hija, tienes que prometerme una cosa. Prométeme que vas a cuidarte. Prométeme que vas a cuidar de todos los que puedas. Prométeme que jamás te vas a rendir. Prométemelo. '


Te lo prometo.
Mi hermano ya había muerto hacía exactamente veintidós días y apenas había tenido tiempo y espacio para llorar su muerte. La vida avanzaba de manera intrépida y ninguno de nosotros estaba preparado para tal velocidad y tal desesperación. Quise gritar. Pero no me quedaba aire ni tan si quiera para suplicar que todo cambiara. Todos queríamos sobrevivir pero en los momentos de debilidad todos ansiábamos morir.
A mí solo me quedaba Pablo, y la esperanza de que mis padres estuvieran vivos en algún lugar. Pero a Pablo...A Pablo no le quedaba nadie. Su familia murió ante sus ojos. Sus amigos desaparecieron y meses después nos los encontramos por el camino. Pero ya no de forma humana. Ya no como los recordábamos...
Él estaba solo. Pero me tenía a mí. Y aun así tuvo el valor de dejarme allí  para protegerme.
Se fue al centro de la ciudad, necesitábamos recursos. Aunque apenas quedaba ya nada en las estanterías de esos supermercados que en un pasado estuvieron repletos de vida.
Teníamos que intentarlo.
Él decía que si conseguíamos sobrevivir, si llegábamos hasta el final, compraríamos un adosado. Y que también construiría una piscina con vistas al mar. Que formaríamos una gran familia.
A veces nos quedábamos mirando las estrellas y nos inventábamos esa vida, ese futuro incierto y deseado. Pablo creía en mí. Quizá demasiado. Decía que yo era más fuerte de lo que creía.
Y lo cierto es que yo no pensaba así hasta que tuve que enfrentarme yo sola a aquella masacre.
Él no estaba y yo tenía un muerto viviente delante de mí.
Apunté. Y volví a apuntar. Busqué el punto medio, exacto al milímetro, de su cabeza. Y apunté de nuevo. Apreté el gatillo.
Y pum.
Al suelo.
Lo había hecho. Sola. Al fin. Era la primera 'persona' que mataba y sin embargo no me sentí culpable.
Los primeros meses fueron distintos. Creí que era un error matarlos...Hasta que contemplé cómo uno de ellos devoraba sin compasión a mi hermano.
Ahí fue cuando empecé a ver la realidad. Y cuando me di cuenta de que solo había dos opciones:
O morían ellos o moríamos nosotros.

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