jueves, 8 de mayo de 2014

Hice desaparecer todos los lunes de tus semanas.


Dijiste que te había salvado en todos los sentidos que puede conllevar esa palabra.
Que yo te había sanado todas las heridas a base de alcohol dulce, y que ya no te escocían las caricias de otras manos que no fueran las de la soledad.
Dijiste que había tintado tu mundo, de una felicidad impermeable, y que le quité los lunes a todas las semanas de tu vida. Que hice de los domingos el sofá perfecto en el que tumbarse a hablar sobre qué estará pasando al otro lado del océano. Que los canales de televisión se hicieron aburridos si no eran mis dedos los que jugaban a cambiarlos, y a desordenar todo tu mundo...
Me prometiste que todo era de verdad y te balanceaste en mi propia vida, haciéndola tuya.
Era tuya.
Es tuya.
Y es que tú y yo ya nos habíamos visto antes, amor.
Pero no era el lugar, ni era el momento.
Y sin embargo, llegó un día en que sí lo fue.
Era veintiséis y no llovía (lástima, porque la lluvia siempre nos gustó). Yo llevaba tu sudadera roja, que tanto me gusta, y el destino hizo que cupido apuntara directamente hacia mí.
Un beso acabó con lo que llevábamos construyendo meses, un muro que derrumbamos a base de conversaciones y sonrisas que no tenían precio.


Creía que no se podía querer más a una persona, pero tú rompes con esa regla cada día. 

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