Quizá los peores momentos son esos en los que tienes que decir adiós. Dejar de ser de cristal y volverte fuerte para poder afrontarlo. El momento en el que dejas libre la mano que apretabas para no perder lo que ya de antemano estaba perdido. Porque todos lo sabían menos tú. Porque sientes que ya nada es igual. Porque has comenzado a tener valor.
El miedo solo es la excusa de quien no se atreve a saltar, y yo hasta ahora tenía miedo. A tantas cosas que se me olvidaría nombrarlas, a tantos porqué que resultaron ser nada.
Despedirse de algo que ha sido crucial en tu vida es doloroso. Porque tienes que decirle adiós con la palma de la mano abierta a algo que en su día te ha hecho llorar, pero que también te pudo hacer feliz.
Detrás de ese pánico que te ahoga, detrás de la vergüenza o lo absurdo, estás tú, intentando ser valiente por primera vez.
Porque una se cansa de llevar siempre los zapatos rotos de cristal. De hacer tripas corazón o tragar lo que peor sabe, la mentira. O mejor dicho: no decir la verdad. ¿Quién me habría dicho a mí que perdería todo lo invertido en apostar por algo que sabía desde hace mucho que había dejado de ser bueno, de ser real?
Siempre da miedo avanzar si sabes que no podrás retroceder. Quizá por eso ya no tenga tanto miedo, quizá es porque ya no quiero retroceder.
¿Gritará el viento el nombre de un ayer? ¿O empujará hacia un mañana todo lo que no sucedió? La amistad se nos quedó grande, y a mí pequeño el corazón.
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