domingo, 22 de septiembre de 2013




- Bueno, yo veía películas de amor. Ya sabes, una de esas tardes de domingo en la que no sabes qué hacer y estás deprimida por dos simples razones: porque no tienes a nadie a quien abrazar esa noche y porque sabes que al día siguiente habrá colegio. Mientras yo veía esas películas soñaba con que un día alguien llegaría de repente. Alguien imperfecto, pero alguien que al mirarlo, supiera inmediatamente que era para mí. Alguien capaz d robarme el oxígeno simplemente mostrando una sonrisa, un gesto de cariño, un beso casi efímero. Pero no fue así. 
Conocí a alguien, es cierto. Pero no nos enamoramos al instante, es más, tardamos cuatro años en hacerlo. ¿Sabes cuando conoces a alguien que, por X razones no entra en tu selección de gente con la que podrías estar? No por razones físicas, ni psíquicas, ni de distancia. Simplemente porque él tontea con una amiga, tú tienes novio y solo tienes trece años. El caso es que habían pasado cuatro años. Y con ellos, miles de vivencias. Idas y venidas, vueltas y más vueltas. Hasta que un día...
- ¿Hasta que un día?
- Hasta que un día entras al colegio nuevo y vas cargada con la mochila, dispuesta a comenzar bachillerato. 
-¿Y entonces?
- Entonces le ves bajando por las escaleras y sonríes tímida y distante. Y te sientas en clase y le miras. Y joder, te das cuenta de muchas cosas. La primera es que nunca le habías mirado así antes. Entonces tu cabeza y tu corazón inician una batalla imposible. Y te mira y tienes que fingir que no le prestas atención...pero sucede. Algo se ha activado y sabes que corres riesgos. El riesgo al fracaso, al desamor. Al perseguir, de nuevo, sueños que no están a tu alcance. Pero también fue de película. No, no de película. Fue de libro. De novela. Un amor de esos que se encoge y se te meten dentro, muy dentro. De ese amor por el que luchas, al que le has llorado también. Pero con el que has reído. Entonces descubres que ya no tienen sentido esas películas de domingo que ves por las tardes, porque, qué más quisieran ellos tener mi historia. Porque qué más quisieran ellos, que en vez de dos horas, se pasaran días y días inventando excusas, lugares y trayectos. Qué más quisieran vivir en un cuento, de esos donde siempre gana el bueno. 


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