jueves, 4 de julio de 2013

Injustificable.

Ya no puedo justificar tu huida, tu escape, tu salida de emergencia. Se me han acabado las excusas. Y mira que he luchado por crear unas nuevas, pero ninguna hace justicia al dolor que sentí cuando te vi marchar. Llevabas tu maleta, tu cigarro y tu mirada opaca, a vista de los demás, seguías siendo el de siempre. Pero cuando nuestras miradas se cruzaron, te juro que veía a alguien diferente. Luché contra mi propio cuerpo para no ir tras de ti y preguntarte quién eras y qué habías hecho con la persona que antes había conocido. Pero mis propios miedos se ocuparon de frenarme, de frenar mi caída. Fue suave, fue un toque oscuro pero ameno. Conseguí deslizarme por el sufrimiento sin apenas llorarlo, solo consumiéndolo. Como habría consumido el viento, el tiempo y el espacio la luz de una vela. No te iba a preguntar qué tal estabas, tus pies avanzando hacia el abismo llenaban las respuestas del bote que te lancé con miles de preguntas.
Se había hundido tu barco y con él, tú. Ya no pude ser el salvavidas que te sacara a flote. Había demasiado profundidad en tu sonrisa fingida, no pude rescatarte.
Sin embargo, tus últimas palabras parecían alegres. Como si algo pudiera ahorrarme el mal trago que pasé al irse la esperanza; pero tú siempre decías que no había mal que el ron no curara. Seguí tu consejo.
Aunque se te olvidó mencionar que el alcohol solo cicatriza, pero la herida sigue en la piel.
Cuando el viento sopla fuerte y la roza, aún escuece. ¿Qué remedio hay contra el dolor que permanece? ¿Qué cura hay para la soledad?
Cuando te fuiste prometiste no verme, y sin embargo, sigues apareciendo cuando cierro los ojos.
Te has ocupado de colarte por las rendijas de esta alma confusa y de consumirme con cada calada que le des a mi sufrimiento. Tenías razón, una vez te marcharas ya tendríamos algo en común, los dos compartiríamos el dolor. 



























Esta canción me ha inspirado a escribir ésto:




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