viernes, 7 de junio de 2013

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Sabía lo que sucedería ahora, así que lo sujeté con todas mis fuerzas y lo acosté en mis brazos. Tenía los ojos cerrados, tanto, que parecía hacer fuerza para que las heridas no doliesen. Para que las mordidas no doliesen. Alzó la mirada para encontrar mis ojos.
Ni si quiera me dio tiempo a derramar una sola lágrima cuando sentí que algo dentro de mí se partía en mil pedazos para siempre. Tuve la sensación de que mil cristales se partían para clavarse en mi corazón, para clavarse en mi estómago, en mi pecho, en mi alma, tal vez.
Tuve la sensación de que moría a cada latido suyo que iba retrocediendo, que se iba deteriorando, a cada latido que cada vez avanzaba más lento.

- Cuando ves en una película que alguien muere te imaginas cuáles son las últimas palabras. Una frase épica, algo que recordar, incluso algo bonito...y ahora sé que es el final no sé qué decirte.
Le miré como si fuera la última vez que fuera a hacerlo.
Tal vez lo era. Memoricé de nuevo todos esos poros, esos hoyuelos cuando torcía la boca para hablar, esas orejas perfectamente colocadas. Memoricé su perilla. Sus dientes, el color intenso del marrón de sus ojos clavándose en mí. Iba a ser la última vez.

- No digas nada.- susurré sin fuerzas- Por favor, no digas nada.
Hizo una mueca de dolor y se retorció. Sabía que estaban empezando a surgir los efectos y que pronto el chico que yo conocía desaparecería. Y se convertiría en algo tan sumamente diferente que me haría huir corriendo de allí. Que desaparecería. Que se esfumaría...que moriría. 
- A pesar de todo ésto- dijo refiriéndose al caos que se había sembrado a nuestro alrededor. Miró unos instantes el cielo- no me arrepiento de nada. En absoluto.
- Sh...-susurré aun más débil, aun más triste, aun más hundida.- No gastes tus fuerzas.
- ¿Y qué más da ya eso?...- torció el gesto y me miró. Con un esfuerzo sobrenatural alargó el brazo y sujetó mi cara. Me hizo mirarle directamente a los ojos.- ¿Sabes la de posibilidades que tienes de salvarte? 
- ¿Sin ti? Cero. Gracias a ti he llegado hasta aquí, lo sabes.
- No necesitas que nadie te ayude a trepar, Elia. El camino ya está hecho. Solo tienes que correr algún kilómetro más y saldrás de la ciudad. Fuera...-hizo otra mueca de dolor y se retorció. Yo, desesperada, derramé mis lágrimas sobre él. Sonrió. Pero no era una de esas sonrisas que tanto me habían gustado antes. Era la sonrisa más triste que había contemplado jamás en ningún rostro. Eso me retorció las tripas. Eso me desgarró.- Fuera estarás a salvo.
- No quiero irme sin ti, 

- No seas...
- ¿Tonta? Sin ti no puedo. Me niego, no quiero dejarte aquí. 
Pero él ya había empezado a cambiar.
Me asusté.
Dudé.
Pero me mantuve quieta.
Abrió mínimamente los ojos. Me miró. Una parte de él seguía viva.

- De aquí a donde sea, Elia. Siempre me vas a llevar contigo.
Me estremecí. Rocé sus labios por última vez. El último beso. Agridulce. Una despedida tan cálida como dolorosa. Tan perdida. Tan especial. Tan definitiva. Derramé una lágrima sobre su rostro que bajó hasta morir en sus labios. Y mi lágrima murió con él.
Le dejé apoyado en el suelo antes de que empezara a levantarse. Y salí huyendo. Sus movimientos eran torpes pero bruscos. Ya se había convertido en uno de ellos. 

Corría dejándolo todo atrás. La noche, la ciudad. Los pasos perdidos. Había pisado tantas veces aquellas aceras, jamás con la misma intensidad. Solo resonaban mis pisadas. Parecía la única a la que el corazón le seguía latiendo. La única que respiraba aún. Parecía que estaba sola y el mundo empezaba a hacerse gigante. 
Mis amigos, mi familia...y ahora, ahora él.
Ya nada me ataba a ese mundo.
Quise desaparecer. Que la tierra me tragara. Que algo o alguien me llevara consigo. Incluso me pellizqué un par de veces para despertar de la pesadilla; pero no era ningún sueño.
Todo había sucedido.
Me ahogaban mis propias lágrimas y a cada paso que daba sentía que cogía más velocidad, que corría más y más. Creí estar volando.
Tal vez lo estaba.
Y caí. Me derramé, como se demarraría un vaso de agua en el suelo, y como si de un vaso se tratara, me rompí en mil pedazos. 

Y por primera vez en días sentí que mis respiros se volvían más tranquilos.
Tal vez una parte de mí aquella noche también había empezado a morir. 

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