jueves, 2 de mayo de 2013

Podía caerse el mundo en mil pedazos, que me daba absolutamente igual. Me sostenía en sus brazos. Sonrió como si el universo dependiera de ello. Me tembló el corazón. Quise gritarle a todos  que lo que estaba sintiendo era de verdad. Pero ya lo decían mis ojos. 
- Estoy aquí, ya he llegado. Estás a salvo. No va a pasarte nada.
Cerré los ojos porque no veía con nitidez. Su voz me calmó. Apoyé mi cabeza en su pecho y escuché, acompasados, los latidos de su corazón.
- Me has salvado la vida- susurré casi sin fuerzas.
- No, tú has salvado la mía.
Ya no escuché los ruidos de los coches, ni las ambulancias. Ni si quiera a esos niños llorando, tras las vallas. Me concentré en escuchar su respiración y aferrarme a su cuerpo como si no existiera el mañana. Me acarició el pelo y de repente recordé todo lo que había pasado. El incendio, él, tirado en el suelo. Yo, tan cobarde, tomando valor de no sé dónde, nutriéndome de fuerzas para sostenerle y arrastrarle. Yo desplomándome en el suelo.
Sonreí con tristeza.
- ¿Estás bien?- dije casi para mí misma.
- Nunca he estado mejor.
Tenía los ojos aún cerrados, pero supe que había sonreído. 

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