viernes, 5 de abril de 2013

Echándose de menos.

Hundió la cara entre sus manos y después alzó la vista al cielo. Había empezado a llover, pero a ella esas cosas jamás le habían molestado. No le importaba empaparse porque pensó que con la lluvia, sus lágrimas podrían esconderse detrás de cada gota. Ana miró a su al rededor, pero no vio a nadie más que a sí misma. Pensó en gritar, pensó que así el dolor se haría más tangible. Gritó en silencio, ella siempre había hecho las cosas sin que nadie se percatase de nada.
Le vio a lo lejos, primero se le aceleró el corazón, y sintió como su vida, atropelladamente, se acercaba a ella hasta el punto de llevársela por delante. Sintió como el esfuerzo que había hecho construyendo un castillo del olvido se desmoronaba en un segundo. Y no era solo la lluvia la causante de ello. Él estaba a tan pocos metros que podía distinguir perfectamente su peca en la mejilla derecha, su hoyuelo prolongado, la separación de sus dientes al sonreír. Lo veía con tanta claridad que por un segundo se le olvidó que llevaba muchísimos meses sin verle.
Él la miró, fue un segundo, un instante tan corto, que ella, rápidamente almacenó en su memoria. Pensó en si saludarle. ¿Qué se le dice a la persona que te mataba a besos por las noches y te despertaba con caricias por las mañanas? Alguien que ya no estaba en tus días pero sí que había formado parte en un pasado de todos ellos.
Él bajó la mirada, y tarareó alguna canción. Ella cruzó y pasaron uno por el lado del otro, sin apenas mirarse. Lo que ninguno de ellos sabía es que se habían echado de menos. Él vivía pensando que ella besaba otras bocas y regalaba su corazón a cualquier chico que no la dejara pasar, como hizo él. Y ella pensaba en que otra chica, quizá más alta, más morena, y más guapa...le regalaría sus días como un día ella se los regaló.
Lo que ninguno de los dos imaginaban era que ambos hacían de vez en cuando, ese recorrido por la playa, el mismo que juntos habían hecho miles de veces. Porque jamás coincidieron, jamás se cruzaron, jamás lo supieron. Ahora ambos eran dos desconocidos. En cuanto se disipó el aroma de Ana en los sentidos de él, cerró los puños con fuerza e intentó quitársela de la cabeza, pero ni la música le sirvió para ahuyentar el recuerdo de aquellos besos,de aquellas sonrisas que un día le arrancó. Y ella, con los ojos empapados, subió el volumen de su música, también en vano y luchó contra ella misma para no llorar.
Otro día más, otra noche más, encerrados en la misma locura, en el mismo olvido, en la misma cárcel. Otro día más echándose de menos creyendo mutuamente que se podrían echar de más.

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