lunes, 3 de diciembre de 2012

Y ahí estamos los dos, tú y yo, comiéndonos a versos.


Cuando se sequen los tejados y la lluvia pare, entonces mírame. Míranos. Mírate ahí, sentado, al otro lado de la vida, observándome en silencio. Contendrás la respiración, me palpitará mil veces más rápido el corazón. El tiempo se detendrá en un instante, y volveremos a ser los niños que fuimos.
Me besarás con la sonrisa, a lo lejos. Pero no nos acercaremos. Sólo seremos eso, dos conocidos con recuerdos en común. Pero en realidad, detrás de cada gota de lluvia, habrá mucho más.
Hay besos que no son borrados ni con mil litros de lluvia caída en la ciudad. 
Esos besos que son mágicos, especiales, únicos. Esos que se dan justo en el momento adecuado, en el sitio adecuado. No sé. Ya sabes, esos besos después de un te quiero, esos te quiero en momentos de fragilidad.  Sonreirás ampliamente, lo sé, lo he visto, lo he sentido en el pecho. Y el mundo atrapará nuestras miradas. Para hacerlas eternamente efímeras, pero eternas al fin y al cabo.
Desgarraré todo lo malo y construiré mil cosas buenas. Sólo dame la oportunidad, que yo pongo la sonrisa. Vamos, sé qué sucederá. Me mirarás, me derretiré y te besaré hasta fundirte los labios. Quiero deshacerte de los malos nudos que pueda ponerte la vida. Podemos dejar de ser el príncipe y la princesa, seremos el sapo y la rana, y cambiaremos el castillo por un lago. Quiero nadar a tu lado. Vamos, sabes que el mundo adora vernos sonreír cuando nos miramos a los ojos. Y sino el mundo, yo sí lo adoro. Porque no quiero pasar un día más de invierno sin la calidez de tus brazos.
Dame una razón para seguir luchando, cariño. Que yo te daré mil para que me quieras a tu lado.

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