miércoles, 24 de junio de 2020

Con certeza

Es una sensación extraña. El desconocimiento me abruma, por eso te observo cuando miras distraído el paisaje. Estamos en la cima del mundo y pareces no querer mirarla a los ojos. Te hablo de estupideces y pongo sobre la mesa todas, o casi todas, mis cartas. Sé muy bien cómo hacerlo porque soy experta en esconderlas. Llevaba toda la vida con miedo, pero ahora sé que no debo tenerlo. Al principio, con la guardia aún demasiado alta, te sorprendes. Te impacta, tal vez mi honestidad, quizás mis pasos firmes, puede que fuera demasiado evidente. Me dices tu verdad y me la creo, y de repente, me siento aún más pequeñita a tu lado, como si los años que hay de tu mirada a la mía te hubieran regalado la capacidad de mirar el mundo de una forma muy diferente. ¿Qué estás pensando de mí en este preciso momento? Toda Barcelona se ve desde aquí. Es impresionante. Te deja sin aliento. Sonríes. Qué observador. Sé que sabes lo que sé, y yo creo saber lo que tú sabes. Pasos torpes hasta el coche. Que sea tan difícil llegar hasta ti me resulta aún más atrayente. Espero que no lo estés haciendo a propósito. No corro detrás de ti. Me gusta porque no tengo que correr detrás de ti, estoy a tu lado. Por inercia, camino, y parece que vamos al mismo ritmo. Es la primera vez en mucho tiempo que siento que no tengo que perseguir pasos torpes. Que no hay nadie huyendo. ¿Es real?
Tu mirada parece convencida, tienes las ideas claras. Y no me asusta en absoluto. Debería asustarme, lo sé, pero no lo hace. No tengo miedo. Floto y te escucho, las bromas que afloran se mecen tenues bajo la luz de las farolas. Tres de la mañana. Ten cuidado. Y arranco el coche, canto muy alto cuando me paro en todos los semáforos rojos porque las calles son solo mías. Ya he llegado. Sana y salva. Así me gusta.
La noche se vuelve suave y, tras unas palabras locas, cae el día y con él la resaca emocional de haber entendido la conversación más abstracta del mundo como la más íntima del universo. 

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