martes, 7 de mayo de 2019

Yo era de las que creían que salvarían el mundo algún día, estaba dispuesta a hacerlo, de veras. Pero un día crecí y me di de bruces con la realidad, esa realidad que me susurró que nunca más diera tanto de mí si al otro lado no había nada, que nunca estirara de la cuerda si nadie iba a estirarla conmigo, que no luchara sin guantes, que no merecía golpes absurdos. Que yo era más que un verbo. Entendí muchas cosas, entre ellas, que sería mucho más cobarde ahora, pero así me protegí. Creé un muro y me escondí dentro.
Es por eso que me contemplo callada a veces, cosiéndome un poco las heridas que me recuerdan que el cementerio está lleno de valientes y que ya morí una vez. Lo malo de mí es que nunca estoy de acuerdo conmigo y le hago caso al destino a regañadientes, porque siempre creí que yo era la más fuerte de todas. Pero ya no, ya no quiero enseñar mis cartas, ya no quiero mover ficha, ya no voy a iniciar partidas si no quieren ser jugadas. Yo no puedo luchar contra un no sé, yo no puedo prometer viajes sin miradas, ni lunas sin una barba acariciándome los hombros. Yo ya no sé querer a medias, no sé brillar a media intensidad. Por eso finjo indiferencia, por eso me alejo un poco si se alejan, por eso ya nunca soy la primera en dar pasos de astronauta. Hay lunas que no quieren ser pisadas, y yo nací para dejar huella. Si mis zapatos no son suficientes, no me empeñaré en sacarles brillo, me gusta lo desgastados que están. Me gusta que vivieran tanto dolor, porque ahora su suela es un poco más fuerte.
Yo era de esas, lo juro, de esas que dicen que no pasa nada, de esas que pensaba que dándolo todo habría dado lo mejor de mí. He sido ingenua mucho tiempo, pero ya no cuento lunares ni hago constelaciones de palabras que no existen. Yo no sé caminar descalza por aquí, no sé quitarme la armadura, no sé dejar de ser yo.

A veces es mejor callar, porque dicen que las respuestas llegan cuando dejas de hacerte las preguntas. Y yo me pregunto muchas cosas.

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