lunes, 6 de mayo de 2019

En los pedazos de un espejo que se ha roto, en las migajas de un estridente ruido que colapsa, en la caricia que jamás llegó, en mi cuerpo desnudo bajo sábanas que pesan demasiado. En el suelo frío que siento en los pies cuando ando descalza, en este frío primaveral que descansa sobre mis hombros cansados. La voz impermeable que no deja que camine en dirección contraria, la que quiso guiarme un día y no encontró destino. En las pisadas de un extraño que, en mis peores pesadillas, me invita a perseguirlo por calles vacías. Descubro que es solo mi sombra, que siempre lo ha sido, y que yo, estúpida, la seguí pensando que llegaría a algún lugar. Pero, ¿por qué estaba tan absolutamente convencida de que esta vez si que llegaría? Si siempre es la misma historia: yo estirándome hasta que me rompo, nadie recogiendo los pedazos. Yo armándome de valor, nadie luchando la batalla. Siempre yo, contra mí, contra todo. Es en ese pedazo roto e irregular que me clavo, es en esa piedra a mitad de camino, es en ese puente que me mira desafiante y me pide que nunca más me aleje.
No necesito que nadie venga a salvarme, porque la verdad más sincera y dolorosa a la que tendré que enfrentarme será la que al fin me confiese que siempre he sido yo, rodeada de espejos, la que ha estado luchando, y que aquello que me empeñaba en descifrar solo era el reflejo distorsionado de todas las versiones que fui, todas las que nunca me devolvieron la mirada.

Hoy estoy jodidamente triste, pero no se lo voy a contar a nadie.
Qué más da.

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