viernes, 22 de marzo de 2019

Puede que sí, entonces puede que sí



Se gira para darme un codazo. No la había visto tan alegre desde la última vez que se ilusionó con algo. Bueno, alguien. Se mueve descosiéndose la espalda, balanceándola, al compás de su risa aguda. 

- Tía - me dice en tono condescendiente. Acto seguido baja la voz, añadiendo-: No sé de qué te quejas. 
- ¿Que de qué me quejo? ¿Yo? - mi pausa se vuelve algo dramática, pero necesito tiempo para pensar-. De nada, pero...
- Sabes lo que quieres- añade con firmeza.
- ¿Y si él no?- me mira incrédula, y abre ligeramente la boca. Al ver que no dice nada, añado-: ¿Qué?
- Que nadie que no esté seguro de lo que quiere permanece en un lugar tanto tiempo...
- Y si es así, ¿por qué a veces siento que se aleja? ¿O que no está seguro aquí?- paro de hablar para coger aire, lo último que quiero es convertir todas mis dudas en un drama al que recurrir cuando tenga miedo. Reflexiono unos segundos, hasta que ella rompe el silencio: 
- Piensas que todas las personas actuarán del mismo modo que tú, o dirán lo mismo que tú, pero no es as í. ¿Tú estás bien?
- Cuando no tengo miedo, sí - contesto, firme-. Pero cuando se abalanzan sobre mí las inseguridades, supongo que pierdo un poco el equilibrio.
- ¿Qué inseguridades tienes?
El silencio se extiende, y lo que parecía ser una pausa de tres segundos, se convierte en una de un minuto eterno. Ella me aprieta la mano, para que la mire. Cuando levanto la vista, me observa fijamente, analizándome poro a poro, esperando mi respuesta:
- Creo que me da miedo darlo todo de mí, porque no sé hasta qué punto él...hasta qué punto él espera que lo haga, o, bueno...- se me traba la lengua-. Quizá todo se resuma en que no sé qué siente. 
Me mira pensativa una milésima de segundo, hace ademán de abrir la boca para decirme algo y, automáticamente, vuelve a cerrarla. Quince segundos después, al fin, con voz serena, se atreve a responderme, o más bien, a proponerme: 
- ¿Y por qué no se lo preguntas?

¿Que por qué no se lo pregunto? Buena idea, pienso. Buena idea si quiero cavar mi tumba, claro. ¿Cómo cojones se pregunta eso? ¿Quién habla de sentimientos como si de objetos se tratara? ¿Quién, en su sano juicio, a medio trago de cerveza, se atrevería a poner las cartas sobre la mesa y decir: << oye, ¿tú me quieres? >>? Esa no iba a ser yo. Sin duda, no, no, no. No iba a ser yo.
- ¿Y qué quieres que le diga? - espeto-. "Oye, mira, que creo que deberías verbalizar lo que sientas por mí". Es una estupidez.
- La estupidez es que nunca tengas el coraje de enfrentarte a nada. La estupidez es que realmente te acojone todo esto. Si tú antes ibas a por todas, sin temor. 
- Tú misma lo has dicho- respondo, seria.
- ¿El qué? 
- Antes- bajo la cabeza-. Antes era así. 
- ¿Y ahora por qué no? 
- Porque ahora necesito estar segura de que el chaleco salvavidas es de mi talla antes de saltar y...
- Ya- me interrumpe secamente-. Claro. Cómo no. Tenerlo todo calculado. Pues espérate sentada- su cara de indignación me provoca un poco de risa. Mira que es teatrera. 
- ¿Qué quieres decir? - respondo, con el ceño fruncido.
- Que, Noelia... No puedes esperar...No puedes esperar a que las cosas te lleguen siempre como y cuando quieres. No puedes evitar el dolor, no vas a poder evitar absolutamente nada. Sigue protegiéndote, sigue escudándote en tu fortaleza, sigue creyendo que eres dueña de todo lo que dices o todo lo que pasa por tu mente, sigue engañándote. No seré yo la que te diga que estás equivocada.

Le da un sorbo al café con la tranquilidad del que sabe que acaba de decir una verdad del tamaño de un templo. Me quedo mirándola, insegura, y después rodeo la taza caliente con mis manos. Mierda. 
Lo ha vuelto a hacer. Ha vuelto a sacar lo que oculto. Ha vuelto a decirme que soy estúpida, y con razón. No puedo pasarme la vida huyendo, pero tampoco tengo el valor para enfrentarme a esto. Miro hacia las paredes, blancas, como ahora mi mente, que intenta evadirse de todo pensamiento. La observo mordiéndome el labio, arqueando las cejas, como diciéndole en qué lío me he metido de nuevo. Ella sacude los hombros, se termina el café y deja la taza sobre mi escritorio. 

- Si esperas a que sea él el que rompa el silencio...
- ¿Qué?- lo digo tan flojito, que casi ni yo me escucho.
- Que a lo mejor nunca pasa. 
- ¿Él no le tiene miedo a nada? - digo, algo insegura.
- Probablemente sí, pero tendrá sus propios demonios. A ti te toca batallar con los tuyos. Quizás él no sienta nunca la necesidad de preguntarte qué sientes porque eres transparente. Quizás eso juegue en tu contra, no te lo voy a negar, pero tengo que pedirte que seas tú misma. Que seas tú misma, joder - alza la voz-. Y si un día te apetece preguntarle qué ronda por su cabeza, lo hagas. Y si la respuesta es negativa para ti, coges la mochila de tu tristeza y tus miedos y te alejas. Y pesará, te lo juro que lo sé, que pesará, pero te habrás ido por un motivo. Y si es algo positivo, te quedas, te quitas todos esos miedos y bailas. Y te ríes, y os reís, y disfrutáis, coño, disfrutáis. Que no es tan complicado.

Asiento, para darle a entender que he tomado nota de todo. Mentalmente, sí, lo he hecho. Pero hay algo que Ana no sabe: probablemente no le voy a hacer caso. Ni soy esa valiente, ni sé tirarme ya sin salvavidas. Se me da mal formular las preguntas cuando no sé la respuesta, y tenerlo todo bajo control no es precisamente mostrarme a corazón abierto, ni dejar mi pecho afónico. 
Tal vez, cuando sea fácil. Quizás, cuando un valiente dé el paso por mí. Puede que sí, entonces puede que sí. 

No hay comentarios:

Publicar un comentario

Ya me gustaría

 Es casi inconsciente este pensamiento recurrente que me atraviesa. Me cuento y les cuento que no es para tanto y lo cierto es que soy dos p...