viernes, 5 de febrero de 2016

No pretendáis entender estos versos.








Intento acercarme, absurdo y patético intento de alargar el brazo.
Después de tantos años aún no he aprendido que hay caricias que jamás serán respondidas.
Retrocedo. Paso ilógico. Vivo de esto, de que me sangren los dedos porque me paso escribiendo.
Humillación. Yo ante mí, frustrada, acariciándome los nudillos, con una esperanza ilógica que me nace de la espalda y muere en los recuerdos.
Niña indefensa, acorralada; la esquina de mi cuarto me acoge como el que espera ansioso un viernes, como si yo fuera el fin de semana que le alivia su soledad.
Mi cuerpo es un paño de agua caliente en medio de un desierto. 
Ya no sé quién soy. Ya no sé quién me necesita. Ya no sé mentir. Ya no sé fingir que todo está bien.



¿Alguien va a escuchar mis gritos?

Todos se han callado. Mis gemidos traspasan cualquier pared, cualquier ciudad. Ahora parezco estar sola ante la vida, que me hace los coros. Llanto seco acumulado en la garganta.
Cuántos pasos más harán falta.
Arañazos en las sienes. 
Rojez en el pecho.
El alma comprimida en mil verdades.
Imagen a contraluz de toda mi vida.
Yo,
intentando ser yo misma.
¿Me oyes?
no.
Eh, estoy aquí.

Sé que todos me miran, pero nadie me ve. Llegan tarde, se les va el tren. Ni siquiera se despiden, corrigen sus pasos, siguen a la multitud, suben al tren y...pum, desaparecen.
El humo que deja el tren me intoxica la piel,
juego a respirar como si aún supiera.
Debería recordar lo que era descifrar la caligrafía de un hasta luego.
Demasiado hecha a medida de un adiós.


Siguen sin verme.
Ni siquiera quien espero que me vea
ni siquiera aquellos que saqué del saco,
ni siquiera aquellos que juraban estar,
ni siquiera aquellos que me desearon,
ni los que pronunciaron palabras
que ya no voy a olvidar.


Ni siquiera yo puedo verme.



Oscuridad.
Silencio.
Penetra en mis oídos el sonido ilógico de un anochecer.
Me estaré haciendo pequeña.

¿Por qué tú no puedes verme?








¿Quieres que te lea un poema?
Dime algo,
estoy esperando.
Dime algo,
me estoy rindiendo. 
Dime que me ves,
desaparezco.


Me consumo en mí misma.
La última y pequeña luz se da a la fuga.
Oscurezco.
Ya
no
soy.
Miedo.



¿Sigues sin verme?






Sálvame.
Te lo estoy pidiendo a gritos,
en silencio.



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