lunes, 28 de diciembre de 2015

Me pregunta que qué tal estoy y yo solo sé mirarle con delicadeza, como el que admite que está mejor de lo que esperaba estar para estas fechas. Él sonríe algo ilógico, comenta que la vida le va mejor, que aún no tiene lo que ansía pero solo porque aún no sabe qué quiere exactamente. Y yo le miro desafiante, le reprocho que nunca sabe nada, que así cómo espera decidir. Sonríe, como el que recuerda algo gracioso, y yo sé que lo hace porque como ahora, ya le había dado la chapa tiempo atrás con estas cosas. Es una sonrisa de nostalgia. Una sonrisa de echaba de menos que me echaras la bronca por las decisiones que decido no tomar en mi vida. Y yo le devuelvo la sonrisa, como diciendo que sí, que yo también lo recuerdo, que debería cambiar. Pero niega con la cabeza, sigue siendo feliz en esa inocencia pura que quise tanto un día. Levanta los hombros y con una risa fingida me pregunta que cómo le va a mi corazón. No le contesto, aunque me encantaría decirle que por fin lo he amueblado, que ahora tiene vistas al mar y que alguien lo protege de las cosas externas que tiempo atrás llegaron a matarlo. En cambio le digo que no sé, que eso va a etapas, que estoy ilusionada, que vuelvo a creer en cosas que había abandonado. Que vuelvo a creer en mí aunque me había abandonado. Y él se muere un poco, lo veo en sus ojos, pero me dice que está enamorado y yo le creo, porque él nunca suele decir esas cosas y sin embargo, lo está admitiendo. Suspiro y sin templanza alguna, con el alma encogida le susurro que seguro que esta vez es la buena, que va a hacer las cosas bien. Él no lo tiene tan claro porque frunce el ceño y me responde que no, que ya no es el mismo, que ya no sabe luchar, que perdió en batalla. Me doy por aludida y le contesto que las únicas batallas que existen son las que se conforman de contrincantes, y que nosotros estábamos del mismo lado. Que éramos un equipo. Su risa ahora suena ligera, parece haberse quitado un peso de encima. Quizá solo necesitaba verme para saber que el río había pasado, que todo había fluido, que sabía vivir sin mí, que quería hacerlo. Quizá solo necesita eso. Nos despedimos con dos besos -aunque él se acerca mucho a mis labios- y siento cómo hace ademán de olerme el pelo. Recuerdos. Pasado. Pero ya no amor. No nos pudimos salvar, no nos quisimos salvar juntos. Él hundió mi barco, yo hice crecer su mar y separados , uno en cada punta del mundo, nos ahogamos. 
Dice que se alegra de haberme visto, que echa de menos reírse como lo hacía conmigo, yo le digo que ya nadie habla de los planetas y de la sinfonía de la ciencia,que avanza rápidamente. Me mira unos instantes, como el que quiere guardar un recuerdo inmortalizado para siempre. Sonrío y digo que sí, que quizá un día volveremos a vernos. Y a él le cambia el rostro, sé que va a ser la última vez que me mire así, sé que en su cabeza está la idea de borrarme, desde los cimientos más fuertes, hasta la nube que adorna su vida con mi olor.
Y está bien así.
Él no se despide, no se despide porque sabe que bañaremos un adiós con otro fingido hasta luego. 
En Barcelona el sol empieza a caer y la lluvia nos moja las pestañas. Sé que nunca más sabré de él y sin embargo siento que no me voy con un sabor amargo, sé que estamos en paz, que la guerra ha terminado. Sé que sabe que amo a alguien ya, sabe que sé que su camino está en otra parte.
Ya no nos hemos esforzado por mantenernos cerca, ya no nos hemos enganchado a esas excusas para vernos, ya no nos ahogamos en el mar ilógico de un amor que negamos que había empezado a morir hacía ya mucho tiempo.
A él le costará algo dormir esta noche. Yo quizá miro alguna foto y recuerdo las cosas buenas.
Los dos recordaremos por qué se acabó, los dos daremos respuesta a la pregunta de por qué si nos quisimos pasó lo que pasó.
Y yo responderé que él decidió por los dos cuando marchó. 

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