lunes, 30 de marzo de 2015



Me rompí las ilusiones en esa cama. Tan desolada y grande como la soledad que acechaba y amenazaba con destruirme. Se rompían las melodías. Los recuerdos. Apretaba, fuerte, en el pecho, una incertidumbre que crecía a cada día que pasaba.
Quizá el problema soy yo. Por eso siempre se marchan.
Nadie está hecho para amarme.
Quién podría enamorarse de esta alocada y pequeña destrucción.
Mi propio desastre.
Me retorcía entre las sábanas. Gritaba en silencio. Apuntaba con mis lágrimas derecha al recuerdo.
Puta frustración.
Pensaba y pensaba. Y volvía  a pensar.
Siempre las mismas dudas, siempre la misma canción.
Siempre los mismos recuerdos reproduciéndose una, y otra y otra vez en mi mente.
Siempre una pistola apuntando a mi verdad.
Siempre recordando al olvidar.
Me revolví en mi suerte. Y te busqué, después te busqué.
Pero no estabas. Ya nunca estabas.

Malas noticias. Y me callaré y no te lo contaré por miedo a molestar a ese olvido que me estás regalando. 
Buenas noticias. Y de repente pienso que ya no soy nadie para contarte nada que ya no te apetece oír.
Escalofríos.
Quiero llorar más pero no me sale.
Será ese silencio perturbador que me está robando tanto.
Respiro.
Profundamente.
¿Coraje? ¿Fuerza? ¿Dónde se ha quedado mi coraza de hielo?
Pienso en nada y todo a la vez.
Y otra vez ese puñetero despertador viene a recordarme que un día nuevo se repite, que voy a volver a quemarme. Que debo despertar y sobrevivir en un mundo en el que ahora me llaman fuerte.


Y ellos qué sabrán. No soy tan fuerte. No soy fuerte. No.

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