Pero en sus ojos brillaba una ilusión perdida. Quizá fruto de la espera. Tal vez un escape o huida. Perdió la partida.
La bauticé como tempestad. Abatía todo movimiento con sus piernas y podría deslizarse por la mente de cualquiera. Su melena de tonos rubios, casi amarillos, caía por los hombros, y sus rizos botaban como si fueran muelles. Tenía un hoyuelo en la mejilla derecha, y un aire despreocupado si la mirabas relajar la cara y mirar hacia el sol. Era la tempestad más bonita del mundo. Silenciosa ella, se levantó. Y buscó por todos lados como si su mente supiera que acababa de llegar aquello o aquel, o quizá aquella que ella había estado esperando.
En su cara de dibujó un otoño y se borró un verano.
Y fue entonces cuando desperté.
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