martes, 15 de abril de 2014


 Era frágil, pero serena. Se sentaba a observar a los demás, discreta. Con los cascos pegados a las orejas y la sonrisa plantada en la cara. Parecía no entender la vida, o quizá había optado por dejar de descifrarla. Movía los pies tranquilamente, quizá al compás de una melodía que le traía miles de recuerdos. Esperaba como quien espera un amanecer que nunca llega, calmando con un susurro los problemas. Como quien es feliz. 
Pero en sus ojos brillaba una ilusión perdida. Quizá fruto de la espera. Tal vez un escape o huida. Perdió la partida.
La bauticé como tempestad. Abatía todo movimiento con sus piernas  y podría deslizarse por la mente de cualquiera. Su melena de tonos rubios, casi amarillos, caía por los hombros, y sus rizos botaban como si fueran muelles. Tenía un hoyuelo en la mejilla derecha, y un aire despreocupado si la mirabas relajar la cara y mirar hacia el sol. Era la tempestad más bonita del mundo. Silenciosa ella, se levantó. Y buscó por todos lados como si su mente supiera que acababa de llegar aquello o aquel, o quizá aquella que ella había estado esperando.
En su cara de dibujó un otoño y se borró un verano. 

Y fue entonces cuando desperté. 

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