jueves, 28 de noviembre de 2013

Al principio me daba miedo. Ya sabes mejor que nadie de qué miedo te hablo. Lo nuestro, era nuevo, y el vértigo del principio me abrumaba. Hasta que me acostumbré al timbre de tu voz, al sabor de tus labios y a tu piel de terciopelo.
No fue difícil quererte, tú lo hacías fácil. Y me ayudabas a ver la vida desde otra perspectiva. Al principio creía que era extraño encontrar entre cientos a un chico que no fuera igual al resto. Que realmente valorara de alguien algo que va más allá de lo que podemos ver con los ojos. Pero esa imposibilidad de convirtió en una certeza. La certeza de que tú también me querías.
Realmente he aprendido muchas cosas de ti, a pesar de que creyeses que no he aprendido nada y que siempre he sido yo la que te ha ayudado en todo. Te equivocas, de ti he aprendido mucho más de lo que crees: Aprendí que estar separados jamás significó estar lejos, y que a veces significaba hasta estar unidos en nuestros problemas. Aprendí que el hecho de que no fuera fácil fortaleció todos nuestros muros. Me has enseñado que sonreír puede resultar fácil y que sonrisas como la tuya, de chico tímido, valen el doble que sonrisas de cualquier otro. Me enseñaste a caminar con los pies en la tierra, a sentarme si la tristeza podía conmigo, y aprendiste a calmarme. Me  enseñaste a abrazar las penas y afrontar los miedos, a hacerme la dura y tragarme las lágrimas si algo dolía, porque siempre decías que había que ser fuertes. De ti he aprendido mucho, mi vida, y ahora lo sé. Aprendí que el miedo puede desaparecer en instantes así como en milésimas de segundo puede volver. Y que querer no es solo un verbo, que también equivale a algunos nombres: cariño, respeto, tranquilidad, dulzura, equilibrio, sinceridad, felicidad y fuego.
Me has dado mucho en tan poco que temo no poder saborear cada segundo que paso a tu lado.
Tú seguirás pensando que no, pero tu voz ha calmado más tempestades que paraguas habrán protegido mi cuerpo de la lluvia en diecisiete, casi dieciocho años de vida. Y tus manos han amortiguado más caídas que alas habrán hecho que levantara el vuelo durante mis horas de sueño. Quizá no lo sepas pero hay alguien que se llama Raúl, al que la palabra felicidad nunca le ha hecho justicia porque él es más que eso.

Yo antes creía en cuentos con finales felices.
Pero desde que entraste en las cuatro paredes de mi habitación, sacaste las trescientas risas que tengo y volcaste patas arriba mi vida sé que las verdaderas historias no son cuentos sino relatos cortos divididos en capítulos que contienen mil secretos que solo pertenecen a los protagonistas. Los capítulos pueden tener final, o no, eso depende de con qué energía estemos dispuestos siempre a coger el bolígrafo que escriba nuestra historia. 

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