viernes, 2 de noviembre de 2012

Pero él era un alma libre.

A veces me sorprendía la calidez de sus palabras. Él siempre decía que querer era de tontos, que sólo teníamos que disfrutar. En la playa, se quitaba la camiseta, los pantalones y se tiraba al mar. En pleno febrero, y yo muerta de frío mirando cómo reía. Estaba chiflado, y eso era lo que más me gustaba de él: su locura desatada, infinita. Había tenido muchas ganas de decirle, de preguntarle si me quería, cada día, cuando quedábamos como dos bobos en silencio mirándonos a los ojos. Pero jamás me atreví a hablarle de sentimientos, no a él. Era un alma libre... necesitaba volar alto, y yo no podía echar el freno. Tenía alas de plata, y surcaba tan alto los cielos...que a veces ni podía verle. Eso fue lo que más me dolió cuando se fue, que no vi cómo se marchaba. Él decía que odiaba las despedidas, ni un último beso, ni nada. El último beso ya ni lo recuerdo, por el simple hecho de que no pensé que iba a ser el último. Si alguien me hubiera avisado antes, aún le estaría besando. Aún estaría apoyada en su hombro, en el puerto. Aún soplaría al aire y pediría que no se marchara jamás. Pero nadie te avisa, o sí, te dicen que todo caduca, pero tú no quieres escuchar, estás metida en tu nube rosa y no quieres bajar. Hasta que un día la nube se vuelve negra, y entonces llega la lluvia, y tú caes. Adoras el sonido de la lluvia, pero la lluvia te moja y te hace caer. Entonces te ves sola, ahí, mojada, y le recuerdas. No te arrepientes de nada, y quizá eso es lo que más duele. Que si él fuera una canción la pondrías una y otra y otra vez. La cantarías con rabia, chillando fuerte, desgarrándote la voz, viviéndola. Porque es tu canción preferida, esa que siempre te agarrará por los hombros y te sacará a flote cuando no le encuentres sentido a la vida. Pero así era él, un pájaro que voló lejos de aquí, ese era él. 

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