martes, 24 de diciembre de 2019

Sin título

Cuando tenemos que enfrentarnos a algo que nos aterroriza nos hacemos muy pequeños. Nos volvemos casi diminutos y nos escondemos tras excusas baratas. Pero si a mí no me da miedo, pero qué va, yo ya he pasado por esto. No duele absolutamente nada. Transformamos nuestras experiencias en fotografías crudas que enséñales a los demás cuando nos advierten de los nuevos peligros. Al final da igual cuántas veces vivas las cosas, la historia continúa y si no es ahora, mañana algo volverá a dolerte, por muy mal que estuvieras en el pasado. ¿Por qué el ser humano no es capaz de aceptar que no es el centro del universo? Vamos a volver a caernos algún día, pero no pasa nada, nunca pasa nada, ¿no? Dicen, ellos, ellos lo dicen, porque el mundo sigue girando. Y de verdad, lo hará, todo seguirá su curso, pero tú estarás delante de una puerta cerrada, con el pulso tembloroso al girar un pomo que no sabes qué camino te abrirá. 
Y eso es el miedo, saber que estás jugándotelo todo a una misma carta otra vez, siendo consciente de que el ser humano olvida el dolor para sobrevivir, que tu sufrimiento no tiene memoria y que la próxima vez que algo vuelva a herirte, esa herida escocerá como la primera que te hiciste en aquel parque cuando, aprendiendo a montar sobre dos ruedas, saliste volando de tu bici hasta besar el suelo. 


Que le hablen a otra de la memoria del dolor, que yo ya me sé la historia.

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