viernes, 22 de noviembre de 2019

Por si lo perdiera todo.

Quizás necesitemos, de vez en cuando, volver a creer en todo. Soy una romántica podrida, que se ha alimentado toda la vida de topicazos viejos y tristes, de los que no querré deshacerme nunca. Me siguen gustando las sorpresas, las cenas a deshora, las birras que invitan a confesiones tontas, el tira y afloja de los principios que invitan a desenlaces felices. Soy una idiota. En el siglo del no me voy a enamorar, de los likes a mansalva, de las citas en Tinder, yo soy la que se enamora. La que perfuma días con ilusiones ópticas, la que construye sueños con la misma velocidad con la que después los esconde, para que nadie los vea, para que nadie lo sepa, que me sigue gustando lo que ya no le gusta a nadie. Que soy la típica persona que te va a decir que está bien, que no hay ningún problema, y va a necesitar un abrazo que le recuerde que no está sola. Que ya no me vale con esto de vamos haciendo y ya vemos, que está muy bien el presente, pero también me gusta pensar en todo lo que seré, y sobre todo, en todo lo que estoy siendo y no me atrevo a decir. Esta estúpida sociedad, o quizás mi pasado tembloroso que aún me recuerda lo que duele un adiós, me impide verbalizar un te quiero, aunque sea el momento, el jodido momento, de decirlo. No soy capaz. ¿Tanto miedo le he cogido a todo? ¿Al amor? ¿Al rechazo? ¿Al ponerle nombre? ¿Qué cambia cuando lo verbalizamos todo? ¿Qué cojones cambia? ¿Por qué somos uno más en el rebaño, que camina sin rumbo, sabiendo, sin embargo, y desde el primer momento, hacia dónde va? O quizás soy yo sola, hablando frente al espejo. Quizás se reirá de mí, tal vez un silencio llenará la habitación y volveré a sentir el crujido de una ilusión al romperse. Me da miedo abrirme por si me cierro en banda de nuevo, y con ese miedo, me mantengo oculta entre las sombras. No vaya a ser que me vea. No vaya a ser que me quiera. No vaya a ser que salgan las cosas bien. 
Tal vez en otro momento, con unos arañazos de menos y unas copas de más, me habría atrevido a decir lo que cruza mi mente todas las noches. Pero en este preciso instante, miro al horizonte sin apenas pestañear y me convenzo de que estoy haciendo lo correcto al callar. ¿Desde cuándo se me da bien a mí, callar? ¿Desde cuándo está bien ser una más? ¿Desde cuándo soy tan cobarde?  
Siempre delirando, divagando sobre lo mismo, encerrada en un círculo al que le he dado tanta importancia, que ya no sé salir. Y necesito que alguien me empuje - sí, a mí, que siempre soy la que empuja a los demás- y me haga creer que vale la pena demostrar lo que se siente, tal y como hacía antes, porque siento que si no, voy a seguir dando vueltas, sintiendo que me choco con todas y cada una de las paredes de mi habitación, ansiosa de encontrar una salida, aun sabiendo exactamente dónde está la puerta, pero sin el valor suficiente para cruzarla nunca.



Por si lo perdiera todo. 

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